Capítulo 36: Llorar

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Mi cabeza ardía como nunca había ardido antes; Aizea intentaba comunicarse con nosotros, pero a la vez se desvanecía, ¡no comprendía la marea de sentimientos que había vuelto mis pequeños pensamientos unos náufragos!

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Mi cabeza ardía como nunca había ardido antes; Aizea intentaba comunicarse con nosotros, pero a la vez se desvanecía, ¡no comprendía la marea de sentimientos que había vuelto mis pequeños pensamientos unos náufragos!

"¿Dónde están? ¿Dónde están?" insistía mi debilitada hermana.

Los dolores fueron insoportables de ahí en adelante y no sé lo que sucedió. Sólo mantengo el frío recuerdo de mi enorme deseo por que terminara y Aizea dejara de sufrir, hasta que fue tan intenso que entendí que aquel dolor no podía llegar más lejos. Todo iba a terminar...

"Adiós" se despidió antes de sentir cómo desprendían una parte de mí.

Abrí los ojos de golpe sin parar de llorar.

—Ya no está... —murmuré con un nudo en la garganta.

Dónde estaba o con quién fue la menor de mis preocupaciones en ese momento. Las lágrimas insistían en recorrer mi rostro nublando mi vista, y mi cuerpo temblaba incontrolablemente.

Ni siquiera había tenido oportunidad de conocerla.

—Helena —dijo una voz grave y aterciopelada que reconocí de inmediato.

Desvié la mirada tratando de ignorar su presencia, pero su cálida y fuerte mano me tomó por el mentón, obligándome a verlo a los ojos.

—Suéltame, por favor... —dije con un hilo de voz— No quiero saber de ti.

Escuché que suspiraba, pero mi vista estaba tan nublada por las imparables lágrimas, que no pude apreciar su expresión.

Sentía un vacío enorme en mi pecho, desasosiego... Desesperación. La impotencia me carcomía por dentro. Me sentía desorientada, como si alguien se hubiera llevado una parte importante de mi entendimiento. Se sentía como si hubiera perdido una pierna o la capacidad de ver.

Yo estaba incompleta y no podía lidiar con ello. Mi inestabilidad era tan grande que temía que con solo moverme me convertiría en Agua y no podría recuperar mi figura humana.

—Helena...

—¡Aléjate! —sollocé débilmente, pero él permaneció ahí, esperando a que mis sollozos se calmaran lo suficiente.

—Se ha ido y ni siquiera la conocí... —murmuré, rendida.

—Vas a necesitar mucha fuerza para sobreponerte a la pérdida. La ida de uno de los cuatro elementos nos supone una inestabilidad muy grande.

—¿Eso qué significa? —musité.

—¡Mírate, Helena! Tú no puedes dejar de soltar lágrimas y a mí cualquier cosa me hace explotar. Esto está peor que antes.

Asentí con la cabeza, sintiendo una nueva carga de lágrimas embargarme como si mi cuerpo fuera una cisterna a punto de explotar.

Doblé mis piernas hacia mi pecho y escondí mi rostro entre mis rodillas, alterada por no poder calmar mis sollozos.

Ojos de Agua y manos de FuegoWhere stories live. Discover now