BioGenLife

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Dispuesto a todo por su amada Britu estaba decidido a dar vuelta todo Houston, investigar a fondo hasta saber qué pudo ocurrirle, podía intuirlo. De un modo fortuito logró averiguar en qué clínica se encontraba. Acudió al lugar enseguida. Cuando arribó al nosocomio, le pareció increíble enterarse de que la familia de Britu se encontraba allí presente. Hizo caso omiso a esto, solo para descubrir que ni médicos, enfermeros, ni tampoco la familia de Britu, eran capaces de ponerse de acuerdo respecto al diagnóstico de la chica. El Horgas hizo preguntas a todo personal que se le cruzó por delante.

Entre cambios de turno de médicos, sumados a idas y vueltas laberínticas, burocráticas, nadie era capaz de conocer a ciencia cierta la real gravedad de la condición de la joven. Al parecer, la artista estuvo en cuidados intensivos durante diecisiete días, tras lo cual, la habían trasladado a una clínica privada llamada BioGenLife. La responsabilidad de la salud de la paciente recayó en un joven médico llamado: Abraham. El Horgas se trasladó hacia BioGenLife, clínica privada ubicada en el Texas Medical Center. Esperó la llegada del médico, pues no le permitieron ver a Britu sin la autorización de éste. Vio llegar a Abraham a la clínica, quien descendió de un lujoso coche deportivo, plateado. Antes de ingresar al recinto, Abraham declaró en conferencia de prensa.

El Horgas trató de hablar con Abraham, pero como era de esperar, éste mostró impermeabilidad absoluta en el nivel de estricta seguridad y reserva adoptada alrededor de ella. Esto, según Abraham, era para resguardar la privacidad de la paciente. Tampoco le permitieron visitarla. Aun así, El Horgas insistió día y noche en la clínica a la espera de tener la chance. Día tras día llegaban más y más periodistas. Ni siquiera la madre de Britu pudo ver a su hija. Durante largos treinta y ocho días esto fue así. Abraham informó a familia y prensa que la joven tenía un diagnóstico estable. El médico aseguró, reafirmó que el estómago había sido limpiado, que las venas habían sanado y que había recibido transfusiones de sangre. Explicó que Britu debió ser atendida de urgencia.

A pesar de lo drástico que sonaron los resultados, se sintieron aliviados tanto familiares, amigos y fans; ya estaba fuera de peligro. Se debió esperar a que pasara un mes y medio más, para que El Horgas pudiera por fin volver a ver a su amada Britu. Una enfermera le dio esa noticia, se le permitiría, por orden del médico, verla por espacio de unos pocos minutos. Su familia ya tenía este permiso desde hacía un par de semanas. El Horgas, entusiasta, ingresó en la sala de internación. La vio recostada, tapada con sábanas muy blancas sobre una cómoda cama; se acercó a ella sonriente.

—Hola, Britu —dijo sonriente, emocionado, tomándole una mano.

—Hola —devolvió ella también sonriente, mostraba una expresión confusa en el rostro.

—La vida y las circunstancias nos han distanciado, lo sé, y lo siento mucho, de verdad. Te prometo que nunca más volveremos a estar distanciados. Lo juro. Te acompañaré a cada sitio, a cada recital, cuidaré de ti en todo momento. Ya verás —le aseguró El Horgas sin perder la sonrisa—. Te amo, Britu —apretó la mano de ella entre las suyas.

Para él ese momento fue único, muy emotivo y sentido. Como testigos de esto estaban presentes en la sala María, Norman y la Pioja. Britu lo observaba, tardaba en responder. En su rostro se reflejaba confusión. Lo miraba a los ojos, buscaba respuestas, alternaba su mirada entre su familia y él. Intentó devolverle la sonrisa. Él veía algo diferente en esa mirada y en la forzada sonrisa. De algún modo notó que no arqueaba las cejas como antes. Percibía que eran diferentes los pliegues en la frente cuando ella fruncía el entrecejo. Esto le extrañó, tuvo la sensación que de algún modo, Britu era distinta y a la vez la misma.

Pensar esto, provocó a El Horgas un pánico vertiginoso. Sacudió la cabeza despacio, aflojó las manos con las cuales sostenía la de ella, se incorporó, reculó un par de pasos. Giró ciento ochenta grados para mirar a los ojos de la familia. Se encontró con miradas serias, tristes, vacías. María miraba el suelo sin pestañear. Norman devolvía la mirada con fijeza, la Pioja se mostraba seria, distraída con su dispositivo móvil. El Horgas volvió a mirar a Britu. Allí estaba, idéntica a la chica con la cual había tenido tantas vivencias. Sus ideas se aclararon, dedujo que esa mujer no era su amiguita de la infancia, ni su novia, confidente y amante. Era una chica muy similar, casi idéntica, pero no era ella. Alguien se había apropiado de su identidad. Quedó tremendamente azorado.

—Te pido mil disculpas por lo que te diré. Pareces ser muy bueno. Perdóname, pero, ¿quién eres? No te recuerdo —le confesó Britu con una voz forzada y a la vez débil.

Estas palabras generaron una tremenda angustia en El Horgas, la cual apenas demostró para no empeorar las cosas. La muchachita ni siquiera tenía la misma voz de Britu, sonaba muy diferente para sus oídos acostumbrados a oírla. Sin rendirse el chico replicó:

—Soy yo, Britu, soy yo. Mírame bien, intenta recordar mi nombre. Me conoces de toda la vida. Hemos sido amigos desde pequeños, tu familia me conoce. ¿Verdad, familia? —los padres de ella no siguieron la complicidad, ni siquiera le dedicaron una mirada. Sólo el padre lo miraba en silencio con expresiones de ojos atiborradas de amenazas.

—Perdona —comenzó a decirle Britu, hizo una pausa para mirar a su familia. Volvió a mirar a El Horgas—, pero no te conozco, además, mi nombre no es Britu. Me llamo Brittany Condon. Tal vez te has equivocado de sala.

El Horgas sintió la muerte misma acomodándose bajo su piel. Una buena parte de su ser acababa de morir; lo que muere no resucita. Quiso negarse, insistirle quién era él, dar detalles, hacerle pasar por el esfuerzo de recordar, pero le pareció excesivo. Ella aún se recuperaba. Sonrió como si nada, con ojos inundados en lágrimas que no tardarían luego en rodar por sus mejillas. Quería decirle muchas cosas, al mismo tiempo sabía que no podría decirle nada más sin estallar en llanto de angustia e impotencia. Se dio a sí mismo un prolongadísimo discurso e ideas. El silencio siguiente fue muy profundo, le enterraba dagas.

—Soy yo quien no sé quién eres tú, Brittany Condon. Lo que es claro, es que tú no eres mi Britu —decretó ofuscado.

Eso fue lo único que atinó a decir antes de incorporarse, girar muy rápido y encaminarse hacia la salida de la sala de internación sin siquiera despedirse. La joven lo observó con la misma mirada con la cual observaría peces en una pecera. Él huyó de la sala. Una vez en el pasillo se dejó ahogar en sus propias lágrimas. En adelante, El Horgas vio que la evolución de esa joven era favorable. A pesar de no recordar cosas, la gente festejó su milagrosa recuperación. Cámaras volvieron a enfocarla veinticuatro horas al día. A El Horgas no le conformó nada esto, pero esa no sería la última vez que vería a Brittany Condon. 

¿Quién es Brittany Condon?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora