Lágrimas amarillentas

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La gente está agolpada por doquier, rodea el escenario que se ha montado. El Horgas casi no soporta estar de pie. El dolor de las ampollas en contacto con el suelo le arranca lágrimas a sus enrojecidos ojos enfermizos. La calle está desbordada de gente justo bajo su ventana. Observa esto con ojos enturbiados tras una especie de velo amarillento. Los jóvenes bailan, beben, saltan, ríen, gritan, cantan, besan, tocan, se arrojan bebidas, hielo, se quitan prendas de vestir, las revolean. Se manosean entre sí sin descaro. Se trepan unos a otros o fusionan sus labios. Se mueven poseídos por el ritmo incontrolable de una canción exasperante.

Su ira desborda. Se pregunta qué orgía es esa. Su mente arde como fuego griego. Se cuestiona si deberá hacer lo que pretende. No quiere ponerse frágil ahora, odia eso. Enormes bocinas dispuestas a lo largo y ancho de la peatonal hacen sonar canciones de forma estridente. Los sonidos rebotan con ecos en fachadas de edificios cercanos. Sus oídos sensibilizados por su condición sufren con esto, le duelen.

Sobre el escenario, una muchachita baila, se contornea, emula juegos sexuales con bailarinas y bailarines virtuales.

—Somos tus pesadillas marginales, somos mucho más que descaradas, marginales e indagadas, marginales e indagadas —canta Brittany con gran despliegue de energía.

El Horgas emite estridentes alaridos de consternación que rasgan aún más el interior de su cuello, cuerdas vocales y músculos internos. Su voz se apaga de golpe en medio de gritos sordos, siente sabor a sangre en la boca, le brota tibia desde ampollas internas recién reventadas. Escupe hacia la calle eso que le brota, no evita tragar un poco. Abajo, la algarabía se convierte en aplausos de vez en cuando.

—¡Britu! ¿Eres tú? ¡¡Te amooo!! —grita El Horgas, pero nadie lo oye a pesar de sus esfuerzos.

Un nuevo hit viral se ensambla con el anterior, al tiempo que la chica sobre el escenario se desplaza de un lado a otro.

—No me provoques y que no suene, tu caricia y beso ya me calentó, quítate ya el calzón, nene. Dame, dame, dame sin condón, sin condón —La chica que vocaliza esas canciones, también engancha unas con otras.

La gente tararea el estribillo con fuerzas. Los jóvenes alucinan con esas canciones; la emoción los excita de tal modo que pierden control. En medio de fuertes temblequeos de fiebre, El Horgas maldice sin que nadie lo escuche. Sin poder soportarlo más, acuna el globo entre brazos como si fuese un bebé.

—Hagámoslo en prisión, bebé, hazme sentir de maravillas. Aunque tu tamaño me hace cosquillas hagámoslo donde sea que estés.

Hay quienes lloran de emoción; su estrella está justo ahí, tan cerca que casi parece tangible, podrían estirarse hacia arriba hasta tocarla. La chica arranca suspiros.

El Horgas no se decide, frunce el rostro, revienta las ampollas cercanas a comisuras de ojos y labios. Sujeta la bola con ambas manos, estira los brazos hacia fuera de la ventana. Sonríe entre tinieblas a pesar del dolor e ira. La adrenalina lo embriaga. La gente delira de gozo. El Horgas queda indeciso en esa posición, tanto, que las canciones se suceden unas tras otras. Le pican los ojos, desea refregarlos, pero teme quedarse ciego si lo hace. Los brazos estirados hacia delante se le empiezan a cansar. La lluvia copiosa no amaina sobre Baytown. Lágrimas amarillentas asoman por sus ojos rojizos. Una jugosa tos sonora le hace erupción desde las entrañas. Sufre tres arcadas, apenas evita vomitar. Vuelve a escupir hacia la multitud.

El Horgas se recompone, aferra el globo gelatinoso entre manos, con cuidado; le pesa. Estira brazos doloridos hacia delante, de nuevo con palmas hacia arriba. La esfera de goma descansa sobre manos despellejadas, él la observa, medita, trata de tomar una decisión. Adrenalina pura se le sube a la cabeza. Toma cierto impulso, pliega los codos, abre las manos, las separa, arroja la bola de goma hacia la multitud que canta y baila allá abajo. El objeto cae sin pausa, gana velocidad metro tras metro, despeña piso tras piso, rebasa ventanas. La música sobre el escenario se detiene de golpe.

—Quiero dedicarle esta nueva canción a un amor que tuve hace mucho tiempo, alguien a quien nunca he olvidado. A ti, si me escuchas amor mío de la más tierna infancia, sabes quién eres y sabes quién soy. Sólo tú sabes quién es Brittany Condon. Esto es para ti. Dice así —cuenta Brittany a la gente que de pronto está hipnotizada.

Comienza a cantar una balada muy diferente al estilo musical desplegado hasta el momento. El globo no se detiene, rebasa la mitad del recorrido que debe cubrir para caer sobre la peatonal. El Horgas se paraliza. Gira la cabeza, dedica una rápida mirada hacia el escenario, lo hace tan rápido que las ampollas del cuello crujen y revientan. Más lágrimas caen desde sus ojos.

—¿Qué ha dicho? ¿De quién habla ella? —exclama El Horgas para sí mismo.

El globo no se detiene en su caída, la gente canta la balada junto a la artista.

—¿Britu? ¿Tú eres...? ¿Eres mi Britu? ¿Esa canción es para mí? ¿Qué hice? No, amor mío —murmura El Horgas en voz alta con voz gangosa—. No, Britu no, ¿qué hice? No, amor mío.

El globo termina de caer, impacta de lleno en el hombro desnudo de una chica; revienta sobre ella.

—¡Britu, Britu, Britu! ¡Te amo! ¡¡Aún te amooo!! —le grita El Horgas, destapa un potente grito que suena muy fuerte, llega hasta el escenario.

¿Quién es Brittany Condon?Where stories live. Discover now