40. Tortitas

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Desperté con el dulce olor a vainilla de los cabellos de Laia rozándome la nariz

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Desperté con el dulce olor a vainilla de los cabellos de Laia rozándome la nariz. No recordaba el momento en el que nos habíamos quedado dormidos, ni en el que ella se había dado la vuelta y yo había enrollado los brazos en su cintura. Era cálida como el sol de su tierra y su respiración subía y bajaba, como las olas de una playa tranquila.

«¿Qué haces? Los amigos con derechos no se abrazan así».

Me separé de ella, intentando no despertarla. Ella ronroneó un poco cuando me separé, y se acurrucó sobre sí misma.

Tenía dos graves problemas esa mañana: el primero estaba entre mis piernas y el segundo, en mis rezos para que Laia no se hubiera percatado de que había dormido abrazándola.

Después de ducharme y lavarme los dientes, Laia seguía durmiendo, así que decidí que probaría a cocinar alguna receta. Con un poco de suerte el olor a café recién hecho la despertaría. Jemmy, que había estado durmiendo a los pies de Laia, me siguió hasta la cocina y maulló, pidiendo también su desayuno. Le llené su comedero de croquetas y me aseguré de que tuviera agua limpia antes de ponerme manos a la obra con el desayuno. Había estado practicando los últimos días y me creí capaz de hacer algo decente.

¿Pancakes estaría bien? La receta parecía fácil.

Busqué un video en Youtube y comencé a mezclar los ingredientes. Después procedí a utilizar la sartén

Laia bajó las escaleras de la habitación cuando yo estaba a punto de terminar de cocinar y el café estaba casi listo.

Tenía los cabellos castaños un poco desordenados y se tapaba la boca para esconder un bostezo. Seguía llevando su camisón rojo, que le llegaba hasta la mitad de los muslos y dejaba sus piernas al descubierto. No se había molestado en ponerse zapatillas y calcetines, pero sí se tapó los brazos con un jersey mío.

—Te lo he tomado prestado, si no te importa. Tenía un poco de frío —aclaró.

Un calor subió por mis mejillas cuando el problema de mi entrepierna (ya solucionado) volvió a aparecer.

«Toma lo que quieras. Duerme con eso si quieres, paseate con mi jersey las veces que te dé la gana. No preguntes. Solo hazlo».

—No... no me importa —contesté—. Si quieres puedo subir la calefacción.

—No, no. Ahora estoy bien.

Se acercó a mí y se sentó frente a la barra de la cocina abierta que daba al salón.

—Hoy vas a descubrir lo buen cocinero que soy. He estado practicando —anuncié y dejé frente a ella una montaña de pancakes.

—¿Precocinados? —me sacó la lengua con un gesto burlón.

—¿Por quién me tomas? Claro que no son precocinados. Son de un tutorial de Youtube.

Le serví un plato, junto con su café. Tenía mermelada, mantequilla, miel y sirope, por lo que podía servirse lo que quisiera. Ella cortó un pedazo delicadamente y se lo llevó a la boca. Esbozó una sonrisa forzada y tensó la mandíbula.

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