22. Galletas

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La mañana del 31 de diciembre, llegué algo más tarde al hospital que de costumbre

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La mañana del 31 de diciembre, llegué algo más tarde al hospital que de costumbre. De hecho, según lo planeado, ni siquiera iba a trabajar ese día, pero trabajar me ayudaba a no pensar en mis problemas. Así que, me ofrecí a dar soporte unas horas. Era mucho más sencillo sobrellevar mi vida y mis pensamientos si me mantenía ocupado y más ahora, que mi cabeza iba loca de Nadia a Laia. Kresten tenía razón; debía mantener a las mujeres lejos de mi vida.

—¿Harald Kaas? —Uno de los trabajadores de seguridad del hospital me obligó a detenerme en seco. Ni siquiera había cruzado el umbral de la entrada y ya había estado a punto de tirar al suelo el maldito bubble tea de Hannah.

—Sí, soy yo. ¿Sucede algo? ¿Está todo bien, James? Te llamas James, ¿verdad?

No solía hablar con los de seguridad, ni con muchos de los empleados del hospital, pero me gustaba saber cuál era el nombre de las personas. Era complicado saberlo en un lugar tan grande, pero hacía mis esfuerzos.

El hombre sonrió.

—Sí, soy James. Está todo bien. No te preocupes. Ha venido una chica hace una media hora y ha dejado un paquete para ti. Lo tienen en recepción.

El primer nombre que me vino a la mente fue Nadia. ¿Qué mierda? ¿Era capaz de enviarme algo al trabajo?

Eso era raro hasta para ella, aunque después de las llamadas que me hizo su madre la noche anterior, ya me esperaba de todo. Nadia no había avisado a sus padres de la situación de nuestro matrimonio y como es obvio, tampoco sabían el motivo por el que le había pedido el divorcio. Así que, su madre, triste y desesperada me había rogado que volviera con su hija. Eso no iba a pasar. Perdoné insultos, menosprecios e, incluso, ignoré el par de veces en las que Nadia que me dio un bofetón, pero no era la clase de persona que perdonaba una infidelidad.

—No espero nada de nadie. ¿Cómo era esa chica? —pregunté.

—Metro sesenta y cinco, ojos azules y el cabello castaño por debajo de los hombros. ¿No te suena? Solo ha dicho que lo traía para ti.

¿Laia?

Aquello era más raro todavía.

—Gracias, James. Iré ahora mismo.

Me acerqué a recepción con un revoloteo en el estómago y paso rápido. Me hubiera gustado poder quitarme la expresión de sorpresa en el rostro, pero me fue imposible. La recepcionista me entregó una bolsita roja de papel, que venía acompañada de una pequeña nota:

"Anoche me desvelé haciendo galletas. Aquí tienes unas cuantas para Chris. Así seguro que serás su tío favorito. Laia".

Dentro de la bolsita había unas cuantas galletas de chocolate que olían de muerte. Casi sentí que me golpeaba la niñez. Hacía mucho tiempo que no comía galletas. Sí, eran para Chris, pero no pasaría nada si faltaba una, ¿no?

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