Insondables ojos negros

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Llegó el ocaso. Elia lo contempló a través de los cristales de la ventana. El esplendor de los rayos del sol se iba apagando poco a poco. Pronto quedaría todo oscuro, sumergido en las tinieblas. Y en ese momento, Elia renacería, como cada noche renacía, para ser ella misma, sintiéndose tan libre como una brizna de hierba que se despide de las florecillas para echar a volar con ayuda del viento.

Estaba tan sumida en sus cavilaciones que no se dio cuenta de los dos grandes ojos negros que le observaban desde la distancia. Al cabo de un rato, ya había anochecido, cuando Elia salió de su casa y, creyendo estar sola, se puso a saltar sobre un charco, como si fuese una niña. Primero suavemente, luego con tanta fuerza que el agua saltó y salpicó sus pantalones y su camiseta.

Mientras saltaba, reía y gritaba feliz, hasta que de repente se sintió observada. Dejó de saltar y se giró lentamente, aterrada. Miró hacia el suelo y descubrió dos grandes ojos negros que la miraban fijamente. Elia pudo distinguir en la penumbra, la pequeña y escuálida figura de un gato que, mezclada entre las sombras, se acercaba lentamente.

Elia se estremeció. El gato se detuvo y, sin dejar de mirar a Elia, abrió la boca y dos colmillos extremadamente blancos y puntiagudos se asomaron por ella. La mujer quiso tragar saliva, pero no pudo, su boca estaba completamente reseca y le ardía la garganta. El gato se aproximó a ella, pero Elia fue incapaz de moverme del charco en el que se hallaba. Así, inmóvil, permaneció mirando alternativamente a los ojos y a la boca del gato que continuaba acercándose muy despacio y muy sigilosamente.

A pesar de su pequeño y esquelético cuerpo, la mujer se sentía aterrada, convencida de que la devoraría. Pensó que su sangre caería sobre el charco tiñéndolo de un rojo vivo primero y apagado después. Sí, sin duda aquel famélico animal acabaría con su vida. ¿Qué podía hacer? ¿Salir corriendo? No, no. Sería una cobarde si lo hacía. Debía quedarse allí, esperar a que llegase su terrible final.

El gato llegó hasta sus pies, Elia angustiada iba a gritar cuando el gato maulló con un maullido tan agudo y lastimero que todo su miedo se convirtió en compasión. El gato comenzó a frotarse contra las piernas de Elia emitiendo un suave ronroneo. Entonces la mujer se acordó de su antigua casa que más que una casa había sido un palacio para ella, un hermoso palacio lleno de gente y de vida. Pero ahora vivía aquí en un pueblo remoto, en una pequeña casita, sola, sin nadie.

Sola, hasta ese preciso momento en que el gatito se había acercado a ella, rompiendo todos sus miedos, eliminando la distancia entre ambos. Y no solo no le atacaba, sino que le estaba prodigando los más tiernos mimos. Elia sonrió al animal y, tras salir del charco, caminó de vuelta a su casa, seguida por el gatito. Tras cerrar la puerta a sus espaldas, Elia fue a buscar algo de comida para él.

Puso trocitos de pollo en un plato y se lo ofreció a su nuevo amigo, que comenzó a comer vorazmente. Mientras contemplaba al gato comiendo, sin saber por qué, Elia pensó en el enigma que era la vida y el gato, como leyéndole el pensamiento, alzó sus ojos negros y los posó en los de ella.

Ahora, Elia no sintió ningún miedo, a pesar de ser los mismos ojos que le habían causado pavor minutos antes. Se acuclilló junto a él y le acarició la cabeza. Le pareció ver una sonrisa curvándose en su boca, debajo de los finos y blancos bigotes y entonces, asombrada, le pareció descubrir el universo entero en aquellos ojos negros, en aquellos insondables ojos negros.

¡¡¡RETO!!! Escribe una historia que incluya entre diez y quince palabras que escojas de la página de un libro. Para escribir mi relato he escogido catorce palabras de la primera página de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez: ocaso, cristales, esplendor, hierba, florecillas, ojos negros, charco, suavemente, boca, garganta, sangre, palacio, eternidad, insondable.  

IridiscenciasWhere stories live. Discover now