Baako II

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Clarissa Hooligan no dejaba de darle vueltas a lo mismo: «¿Qué puedo hacer para no casarme con Richard Leenford?», pero la única respuesta que encontraba era: «No hay nada que pueda hacer. No tengo la capacidad de decidir. Me obligarán a casarme con ese hombre, quiera o no quiera».

Y entonces se hacía nuevas preguntas: «¿Y por qué no puedo elegir? ¿Por qué no puedo casarme por amor?». Y su corazón se llenaba de angustia y sus ojos de lágrimas.

Haciéndose estas preguntas y respondiéndose lo mismo una y otra vez transcurría el tiempo acercándose, de forma inexorable, el día de la boda. La proximidad del matrimonio era algo que a Clarissa le ahogaba y su único consuelo era observar a Baako sin que él ni nadie más se diese cuenta. Clarissa contemplaba al joven esclavo escondida tras la cortina de la ventana de su habitación. Baako solía estar lejos, en los campos, aún así reconocía su silueta trabajando sin descanso bajo un sol abrasador.

Y cuanto más lo observaba, más deseaba estar con él, hablar con él. Cada mañana, Clarissa recordaba aquel bello momento de su niñez que ella tan cruelmente estropeó. «¡Cuánto me gustaría cambiar lo que hice, Baako!», susurraba Clarissa de manera casi inaudible. Y deseaba pedirle perdón mirándole a los ojos. «Pero no puedo acercarme a ti, si lo hago solo te causaré problemas» pensaba echándose a llorar.

Con cada día que transcurría, Clarissa se sentía más y más oprimida y estaba perdiendo incluso el apetito. Ya no salía a montar a caballo, o a pasear por el jardín, por miedo a que Baako se acercase a ella y le volvieran a azotar o algo peor. Clarissa tomó la decisión de permanecer lo más lejos posible de Baako. Lo único que le importaba era que no volvieran a hacerle sufrir más de lo que ya sufría por ser un esclavo.

Pero Clarissa se dio cuenta de que ella también era una esclava, esclava por ser mujer en una sociedad en la que unas personas eran inferiores a otras personas, ya fuera por su color de piel o por su género, y que las primeras eran dominadas por las segundas.

Clarissa pensaba y pensaba tratando de encontrar una escapatoria, pero se sentía totalmente atrapada, hasta que una mañana recibió una carta de su amiga Caroline Garrison. En ella, Clarissa leyó algo que la inquietó mucho: "Lo que voy a escribirte a continuación debe quedar entre nosotras dos: William ahora es un abolicionista y junto a otras personas que piensan como él, han conseguido manumitir a cientos de esclavos. William me ha dicho que el movimiento Antiesclavista que él lidera pronto llegará a los territorios de tu padre".

A Clarissa se le aceleró el corazón. «¿Entonces Baako podrá ser libre?», se preguntó ilusionada. Clarissa se sintió feliz por Baako, pero triste por sí misma. «¿Y quién me liberará a mí?». 

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