Kiko

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Kiko vivía feliz junto a su joven amigo, Nacho. Aunque antes de conocer a Nacho, había vivido en la calle con otro amigo llamado Alonso.

No era más que un perro callejero, y sin embargo se sentía muy afortunado. Ahora estaba tumbado bajo los pies de Nacho mientras este hacía los deberes. El perro recordó el día en el que conoció al joven. Estaba comiendo los restos de pollo que había encontrado en un contenedor cuando vio a Nacho por primera vez.

Se trataba de un niño bajito con gafas, que también parecía perdido como él. Sin embargo, el chico no estaba solo pues apareció una mujer alta con el cabello largo y pelirrojo, que le dio un beso en la mejilla y dándole la mano, los dos se marcharon.

Kiko dedujo que aquella mujer debía ser la madre del niño. Y en ese momento, trató de recordar a su propia madre. Pero por más que buscó en su cabeza, no encontró ni rastro de ella. Lo primero que recordaba era una caja de cartón de la que quería escapar. Pero no podía porque él era tan solo un cachorro muy pequeño y la caja era demasiado grande. Al cabo de un rato vio el rostro de un hombre de sonrisa desdentada y aun así hermosa que lo sacó de la caja y le saludó con gran alegría:

―¡Hola, cachorrito! No te asustes, voy a cuidar de ti, ya lo verás. Yo me llamo Alonso, y tú... ¡tú te vas a llamar Kiko!

El cachorro empezó a ladrar y Alonso rio.

―¿Te gusta tu nombre verdad? ¡Es muy bonito! ¡Claro que sí!

Alonso era un hombre sin hogar, pero alimentó y cuidó de Kiko cada día y el perrito fue creciendo feliz de estar junto a él.

Alonso era un buen hombre, aunque vivía la mayor parte del tiempo en su mundo. Muchas veces hablaba con un amigo imaginario y Kiko intentaba hacerle entrar en razón y convencerle de que allí no había nadie, que estaba hablando solo. Para ello se ponía frente a él y empezaba a ladrarle. Sin embargo, Alonso lo apartaba diciendo:

―Vamos Kiko no seas pesado, que Andrés y yo estamos hablando de cosas importantes.

Cuando ocurría esto Kiko se echaba a un lado, y miraba a Alonso con tristeza y preocupación, pues cada día que pasaba hablaba más y más con su amigo invisible.

Una mañana, cuando se despertó, sintió que algo no iba bien. Se acercó a Alonso alarmado y le lamió la cara, como siempre hacía, pero el hombre no se movió, ni abrió los ojos. Kiko empezó a aullar para pedir ayuda, pero la gente que pasaba por allí no le hizo ningún caso.

Kiko dejó el callejón en el que estaba y fue a la calle principal por donde había más afluencia de gente y trató de llamar la atención de los transeúntes. Pero nadie le prestó atención y hubo incluso un hombre que le dio una patada para apartarlo de su camino.

Kiko, sumido en la tristeza más profunda, regresó junto a Alonso y se quedó junto a él todo el día sin moverse, hasta que cayó la noche. A pesar de darse cuenta de que ya era un perro adulto, se sintió indefenso, no sabía qué iba a ser de su vida.

Al día siguiente no pudo resistirse al hambre y a la sed que sentía y fue a buscar algo entre la basura. No encontró nada y comprendió que, si quería sobrevivir, tenía que abandonar a Alonso. Comprendió que su amigo ya no estaba en aquel cuerpo, que se había ido a otra parte, seguramente al cielo.

El perro vagó sin rumbo por las calles y, pasadas varias semanas, fue cuando encontró a Nacho. En cuanto lo vio, deseó acercarse a él, pero su madre se lo llevó antes de que pudiera hacer nada. Así que decidió esperar al día siguiente en aquel mismo lugar para acercarse al niño, si es que este volvía a aparecer.

Y tal y como esperaba que ocurriese, al día siguiente, Nacho salió de la escuela y Kiko se acercó lentamente a él. El muchacho lo miró fascinado.

―¡Hola! ―le saludó el joven sonriente.

Kiko le devolvió el saludo poniéndose erguido sobre sus dos patas traseras y moviendo en el aire dos sus patas delanteras.

Nacho se acercó despacio a Kiko y acercó la mano para tocarle la cabeza, pero se detuvo cuando oyó una voz a su espalda que le gritó:

―Eh, mirad al atontao, por fin ha hecho un amigo y mirad quien es: ¡un saco lleno de pulgas!

Hubo risas y más risas.

Kiko vio dolor y miedo en los ojos de Nacho y observó al niño alto, el cabecilla, que miraba con desprecio a Nacho y se reía de él acompañado por otros cinco niños que también se reían con malicia. Todos tenían una mirada cruel, tan cruel que sus rostros parecían monstruosos. Kiko dio varios pasos hacia el frente y empezó a ladrarles.

―Vaya, ¿así que este pulgoso es tu guardaespaldas atontao? ¡Cobarde! ¡Eso es lo que eres un cobarde!

Después de escupir estas palabras, el niño alto se acercó a Kiko que no dejaba de ladrarle, entonces gritó con furia:

―¡Aparta, pulgoso!

Nacho vio que su acosador iba a darle una patada al perro y rápidamente se puso delante de Kiko y se enfrentó al cabecilla como nunca antes había hecho:

―Tienes razón solo en una cosa: este perro es mi amigo. Por eso no te permitiré que le hagas daño.

El cabecilla se puso rojo de ira y descargó un puñetazo en la cara de Nacho tan fuerte, que le hizo caer al suelo a él y sus gafas salieron volando por el aire.

Kiko que no había dejado de ladrar se abalanzó sobre el cabecilla y le mordió para inmovilizarle, aunque sin hacerle daño. El cabecilla empezó a gritar aterrado y sus secuaces comenzaron a reírse de él. Tras un rato, Kiko soltó al niño que se fue corriendo y llorando. Inmediatamente los otros cinco niños se marcharon corriendo tras él.

Segundos después, llegó la madre de Nacho.

―¡Hijo! ¿Qué te ha pasado?

Nacho no respondió. Su madre cogió las gafas del suelo, que por fortuna no se habían roto, y se arrodilló junto a su hijo dándoselas.

―Esto no puede seguir así, voy a tener que cambiarte de escuela. Espera que te limpie la boca, que te está sangrando el labio.

Mientras la madre le limpiaba con un pañuelo, Nacho dijo señalando a Kiko:

―Mamá, mira.

La mujer se sobresaltó al ver al perro tan cerca de ellos. Ni siquiera se había fijado en él.

―¿Puede venir con nosotros? Me ha defendido, es un perro muy valiente.

La mujer miró a Kiko con ojos tristes:

―No sé, hijo...

―¡Por favor!

Nacho insistió varias veces más y su madre, tras mirar alternativamente a Nacho y a Kiko, finalmente dijo:

―Está bien, pero antes iremos al veterinario y después te llevaré al médico.

Y así fue como Kiko encontró un nuevo amigo. Nacho decía a menudo "Toby" y el perro se dio cuenta que se trataba de su nuevo nombre. Pronto se acostumbró a él, pero jamás olvidó que en su pasado se había llamado Kiko y que, en realidad, ese era su verdadero nombre, porque era el que le había dado su antiguo amigo Alonso, quien a pesar de no tener nada, cuidó de él y le quiso con todo el corazón.

Reto: Escribe un relato inspirándote en una novela o un cuento que hayas leído. Escribe una historia similar, haciendo algunas modificaciones. En mi caso, me he inspirado en la novela Tombuctú de Paul Auster, una de mis novelas favoritas.  

IridiscenciasWhere stories live. Discover now