Capítulo 3

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Cada minuto que pasa siento que la luz blanca de mi habitación se vuelve más y más cegadora. No he podido dormir absolutamente nada apesar de haberlo intentado repetidas veces.

Desde que salí del laboratorio no he dejado de pensar si esto es bueno o malo. Siempre he querido esto, siempre quise que me escogieran, aunque no esté del todo segura de qué me harán, estoy dispuesta a todo con tal de ser libre. Algo en mi interior me dice que esto no traerá nada bueno, y la expresión que tenía el Dr. McCarty cuando me fui solo lo confirma.

Hay que recordar que todos a los que han escogido no han vuelto, y no se sabe si fueron liberados o les hicieron daño. No sé que pasará conmigo así que hoy en la hora de entrenamiento me despediré de 254, ella es la única persona de este lugar a la que extrañaría.

Dos guardias ingresan.

Me levanto y le doy un último vistazo a mi habitación, no voy a decir que la extrañaré pero una sensación de alivio y nostalgia inunda mi pecho, al caer en cuenta que esta será la última vez que esté en este lugar.

Salimos y comenzamos a caminar por los pasillos, pero al darme cuenta que no nos dirigimos a la sala de entrenamiento me alarmo.

—¿A dónde vamos? — pregunto.

El guardia me dedica una mirada helada.

—Al laboratorio.

Abro los ojos como platos.

No, no, no. Tengo que despedirme de 254.

—Pero estamos en hora de entrenamiento — digo para ver si es una equivocación.

—A partir de ahora usted ya no es parte de la primera fase del programa — informa, serio.

¿Primera fase del programa? ¿Qué quería decir con eso?

—¿A qué se refiere con primera fase?

—No puedo revelar información confidencial — dice, cortando de raíz la conversación.

Llegamos al laboratorio y me hacen ingresar; dentro, un Dr. McCarty muy nervioso y ansioso camina de un lado a otro mientras juega con sus manos. Al verme queda estático en su lugar por unos segundos hasta que pestañea varias veces, como reaccionando, y se acerca a mi.

—Hola, Diana — saluda y puedo notar el tono triste en su voz.

—Hola — respondo en un susurro.

—¿Lista?

Frunzo el ceño levemente.

—¿Lista para qué?

Él me da una sonrisa triste.

—Para comenzar con la siguiente fase.

Asiento y él me hace señas para que me siente en la camilla. Lo hago y se da la vuelta para acercarse a su escritorio. Abre un cajón y saca un pequeño maletín negro, y de este un frasco con un líquido morado y una jeringa.

Vuelvo a fruncir el ceño, extrañada, y se acerca a mi después de haber preparado la dosis. Le da unos cuantos golpecitos a la jeringa.

—Necesito que respires profundo ¿Ok? — pide, acercando la aguja.

—Ok.

En el momento en el que inyecta el líquido, un quejido de dolor escapa de mis labios. Un punzante dolor recorrer todo mi brazo hasta desaparecer. Toma un algodón y limpia la herida.

—¿Para qué era esa inyección, Doctor? — pregunto, todavía sin entender para qué sirve.

Me ignora y responde con otra pregunta.

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