Capítulo 2

47 10 0
                                    

-¡Vamos! ¡Levántate, 246!

La voz del instructor de combate resuena por toda la sala, dejándome casi sorda.

Me levanto del frío suelo sintiendo mis brazos y piernas entumecidos por tanto golpes. Escupo y puedo ver mi sangre salpicar el suelo, resaltando en el color blanco de éste.

Hoy en la práctica el instructor quiso que uno de nosotros peleara con él, y yo me ofrecí pensando que, tal vez, podría ganarle.

Grave error.

Me está dando una gran paliza. No he podido mantenerme de pie por mucho tiempo; antes de que pueda reaccionar ya me ha dado otro golpe.

Me pongo en posición de defensa y lanzo un golpe directo a su cara. Él se hace a un lado y logra esquivarlo con suma facilidad.

¡Mierda!

-¿Quieres que te recuerde las reglas básicas, 246? - preguntó con burla. Señaló mis pies -. Pies a la altura de los hombros - bajé la mirada y me dí cuenta que los tenía muy juntos. Señaló mis manos -. Pulgar fuera del puño - sonrió con diversión -. ¿Qué pasa, 246? ¿Aún sigues dormida?

Gruñí con frustración y furia. Todos los presentes reían a carcajadas.

Lancé un golpe directo a su estómago, pero él atrapó mi puño con su mano y enarcó una ceja.

-No te dejes guiar por la frustración, 246. Te nublas y lanzas golpes sin siquiera pensar, te vuelves predecible. Concéntrate.

Intenté darle una patada, pero la bloqueó fácilmente. Ya estaba perdiendo la poca paciencia que me quedaba. Cerré los ojos un segundo y sentí como me hizo perder el equilibrio. Mi espalda golpeó el suelo en un golpe seco.

El entrenador se giró hacia los demás y empezó a decirles cosas que yo no llegué a escuchar porque la rabia que tenía me bloqueó todos los sentidos.

Me levanto y aprovechando que estaba de espaldas a mi, me pongo de cuclillas, doy una vuelta y con la pierna lo derribo. Cayó estrepitosamente en el suelo, ganándose un buen golpe en la cabeza.

¡JA!

Escucho como se queja del dolor y me acerco a él.

-¿Quiere que le recuerde la regla principal, instructor? - me fulminó con la mirada - Nunca le dé la espalda a su enemigo si este todavía puede ponerse de pie.

Dicho esto, salgo de la sala de entrenamiento. Camino directo a mi habitación, me detengo enfrente de la puerta y espero. Escucho pasos acercarse y veo a los dos guardias que me venían siguiendo desde que salí de la sala. En este lugar no puedes dar un sólo paso sin que ellos estén detrás de ti, vigilandote. Se acercan y me abren la puerta.

Una vez dentro, me siento en mi cama - si es que a un colchón como de cuatro dedos de grueso se le puede llamar así - y me dispongo a revisar los golpes que me dieron. Algunos están rojizos, y otros ya se están tornando morados; toco uno que tengo en el brazo, el cual es la más grande de todos, y un siseo de dolor se escapa de mis labios. ¡Estúpido entrenador! Suspiro y me recuesto poniendo mi antebrazo encima de mis ojos.

Trato de dormir un poco, pero no lo logro; mil y un recuerdos aparecen en mi mente haciéndome imposible el poder descansar. No es la primera vez que me pasa y una vez que empiezan no hay manera de detenerlos, me atormentan hasta quedarme dormida.

Casi siempre son recuerdos de mi infancia. Desde que éramos solo unos niños nos entrenaban para pelear, disparar, defendernos; también nos enseñaron a leer, escribir y todo lo que necesitábamos saber.

¿Era eso normal en la infancia de otros niños?

Recuerdo haber visto en uno de los vídeos de información que nos mostraban, unos niños jugar, pintar, reír. Aquí eso no estaba permitido; solo había confusión, miedo.

En mi mente estaba siempre presente el recuerdo de la vez que en uno de nuestros entrenamientos, me dieron un golpe tan fuerte que me hizo llorar. El entrenador me había levantado del suelo con brusquedad, me señaló con un dedo y dijo:

-Llorar es para débiles, niña. Aquí formamos guerreros no inútiles.

En este lugar no hay sitio para el miedo y la debilidad, así que; todas los días nos repetían la misma frase:

"El miedo nos vuelve débiles, nos vuelve un blanco fácil para quiénes nos quieren hacer daño. Eliminen el miedo y verán que nada los detendrá"

Pero lo que no veían era que a lo qué más le teníamos miedo era a ellos. El mismo que no nos dejaba hacer algo al respecto con nuestra libertad.

Crecimos y ahora aparentamos ser fuertes, pero por dentro estamos rotos, vacíos. Siempre me pregunté que qué se habría sentido tener una familia, un papá o una mamá, haber crecido rodeada de personas que te aman; es algo que nunca tuve, pero que hubiera sido lindo tenerlo.

Siento como mis ojos se llenan de lágrimas, y una sensación de vacío aparece en mi pecho. Trato de resistir el seguir atrapada aquí, pero al hacerlo siento como cada vez más me agrieto por dentro. Y sé que en cualquier momento me romperé.

Y por más que trato de aguantarlas, las lágrimas se escapan rápidamente de mis ojos y uno que otro sollozo deja mis labios.

No me importa que me hayan dicho que llorar nos hace débiles, que nos vuelve inútiles, para mí hacerlo es como liberar el gran peso que llevo encima.

Me hago un ovillo abrazando mis piernas y lloro, lloro por todo lo que nunca tuve, lloro por estar es este lugar y sobre todo, lloro por una libertad que tal vez nunca tendré.

Trato de mantener la esperanza, pero esta está muriendo con cada día que pasa.

No sé cuánto tiempo permanezco así, pero si sé que las lágrimas pararon y que ahora solo observo fijamente la pared sin pestañear, sin ningún sentimiento por dentro, totalmente en blanco, en trance.

Escucho el sonido de acceso de la puerta y me siento rápidamente, limpiando cualquier rastro de lágrimas en mis mejillas. Un guardia ingresa.

-Acompañenos, el Dr. McCarty quiere hablar con usted - informa con voz sería.

Los sigo completamente extrañada. Todavía no es hora de revisión. Al llegar, los guardias se quedaron afuera y solo entro yo. El Dr. McCarty está sentado en su escritorio escribiendo a gran velocidad en una computadora. Carraspeo y él alza su mirada dándose cuenta de mi presencia.

-¿Me ha mandado a llamar? - pregunto.

Asiente y se levanta para acercarse a mí.

-Tengo que darte una información - dice, y creo detectar un poco de pesar en su voz.

-Dígame.

-¿Recuerdas qué ayer me preguntaste algo sobre que cuando alguno de ustedes cumple dieciocho años se lo llevan?

Asiento.

-Bueno, tú tienes diecinueve, Diana, y ... - veo que le cuesta seguir hablando y comienzo a desesperarme.

-¿Y?

El inhala profundamente, suspira y me mira directamente a los ojos.

-Has sido elegida.

Efecto Mariposa Where stories live. Discover now