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—Y bueno, pasaremos el día los tres juntos, con Bobby. —Sonrió Roier, como si su idea fuera la más genial de todos.

—¿Qué me ves? —Cuestionó Quackity.

—Ja, ni que estuvieras tan bueno. —Viré los ojos.

—Ya quisieras estos atributos. —Dijo dándose una nalgada solito.

—Pinches atributos horribles.

—Envidiosa.

—¿De ti? Ya quisieras, patito feo.

Bobby nos pateo a ambos, haciendo que nos quejaramos.

—¡Cuida a tu pinche escuincle! —Exclamó Quackity sobando su tobillo.

—Ya, Bobby, ya. —Le dijo Roier. —Bueno amiguitos, vayamos a explorar el bajo mundo.

—¿Y por qué vamos en dirección a mi casa? —Se quejó Quackity.

—Tsss, te dijo que tu casa está bien fea. —Me burlé.

Quackity me empujó, haciendo que me cayera.

—Ya sacaste boleto mendigo flaco ñango y feo. —Gruñí dándole una patada atrás de las rodillas para que él también se cayera.

—Ñangas tus chichis. —Exclamó comenzando a golpearme.

—¡Ya! ¡Yaaaa! ¡Calmense! —Exclamó Roier tratando de separarnos.

Bobby dio un par de disparos al cielo.

—¡Ah, pecho tierra! —Exclamó Quackity.

—Recuerdos de Vietnam. —Lloriqueé tapandome la cabeza.

—Bueno, ustedes... —Roier suspiró. —¿Por qué se caen tan mal?

—Se creé la divina caca bañada en oro y ni a pinche piedra llega. —Le dije señalando a Quackity.

—Yo nomás les digo que los que se pelean se aman.

—Ya quisiera esta mensa. —Rió sin gracia.

—¿Pues que se traen ustedes, caray? No se soportan, y no creo que sea solo por lo de Tilín. —Entrecerró los ojos mirándonos. —Vengan, vamos a hacer una terapia.

—A ver, don terapias, yo no estoy loco. —Le dijo Quackity caminando arrastras hacia el consultoier.

—No es que estés loco, sino que necesitas una terapia de electroshock para que dejes de ser tan castroso. —Le dije.

—Ay, pues si con esas vamos tu necesitas una trepanación para que se te quite lo pende... -

—¡Ya basta! ¡Me van a volver loco! —Exclamó Roier golpeándose la frente contra un árbol.

Quackity y yo solo pudimos cruzarnos de brazos, y mirar en dirección contraria al otro.

—Pasenle, mi asistente Melissa no está. —Dijo Roier abriendo la puerta del consultoier.

Ambos pasamos, y nos sentamos uno enfrente del otro a petición del locoier.

Maldito Roier, me está pegando el ponerle su nombre al final de las oraciones.

—Bien, mis queridos amigos, el día de hoy vamos a comenzar hablando de lo más esencial. —Comenzó a decir mientras se colocaba unas gafas y luego tomo una libreta.

—Empieza de una buena vez. —Gruñí.

—¿Cómo se conocieron?

—Pues como todos, en donde estaba lo del mundo ese. —Dijo él.

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