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→ Escenas levemente violentas y lenguaje bastante inapropiado.

→ JenTop.

Lalisa Manoban, quiere, no, necesita un ascenso

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Lalisa Manoban, quiere, no, necesita un ascenso.

¿Por qué? Simple.

La tailandesa es una universitaria que desea convertirse en una gran empresaria, pero, como toda profesión, siempre se empieza desde abajo. Pasó de ser una oficinista simple y triste a ser la secretaría de la señorita Kim, la jefa.

Y, no les voy a mentir, la castaña se enamoró perdidamente de aquella pelinegra de ojos gatunos y actitud arrogante, imponente y hasta incluso molesta que tenía la mayor, aún más con ella, siendo la que tenía que aguantarla todos los jodidos días.

— Manoban, tráeme un café cargado sin azúcar y el portafolios con todos los archivos de las compras de la empresa Hwang. Ahora.

— Sí, señorita Kim. — Suspiró y apagó el comunicador.

Se dirigió a la zona de consumos gastronómicos y se llevó el tan pedido café de la mayor, tomó la carpeta con los papeles y subió en el ascensor.

Su pie se movía de manera impaciente. Usualmente Kim era alguien mandona, molesta, ya saben, pero hoy su mal humor era realmente notorio, y no sabía el por qué.
Quizás había hecho algo mal, quizás se le había olvidado algo. No lo sabría hasta llegar a su destino.

Luego de unos minutos dió con el paradero de la oficina de la castaña. Respiró y largó el aire unas cuantas veces, movió los hombros y alisó su falda, para luego tocar la puerta amablemente y oír un amargo "pasa."

— Su café y los papeles que pidió.  — Anunció suavemente, dejando una bandeja con la bebida y al lado el objeto.

— Tardaste trece minutos, Manoban. ¿Por qué? — Miró con desdén.

La pelinegra tensó su mandíbula y apretó los puños.

— Lo lamento. Había bastante gente en la fila del café y no encontraba el portafolios, no volverá a pasar. — Se disculpó.

— Claro que no volverá a pasar, Pranpriya. No lo hará porque de ser así te despediré.

Pranpriya...

— Señorita Kim, le repito, no me llamo Pranpriya, soy Lalisa. — Apretó sus dientes.

— Voy a llamarte como yo quiera, niña. Porque sin mí, sin este trabajo, no eres nada. Así que más te vale que comiences a ser más eficiente porque no voy a dudar en dejarte en la calle y sin finiquito. Y créeme, extranjeras sin un sólo billete como tú lo necesitan.

La menor tomó aire varias veces y suspiró. Asintió y se dirigió a la salida, dispuesta a irse, pero la odiosa y ronca voz de Kim la detuvieron.

— Alto ahí. No dije que te fueras.

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