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Iba caminando con la misma flojera de siempre, ignorando y esquivando a todos.
Hasta que la vió.
Tenía su cabello lacio y bien cuidado recogido en una coleta alta, le llegaba hasta la espalda más o menos. Utilizaba una camisa manga corta blanca color celeste claro y una falda de tenis blanca.
Se había quedado tan pero tan embobada viéndola que no se percató de un muy celoso Kai.
— Pero miren quién está aquí... — Canturreó un fornido castaño, caminando hacia la esbelta figura frente a él.
— Piérdete, Jong-In. — Masculló Lisa, abriendo su casillero.
El chico inmediatamente se molestó y la tomó de la camiseta, estampándola contra los lockers.
— No me desafíes, Manoban. No quieres hacerlo, créeme. — Apretó su agarre, y ella rió.
— ¿Y ahora por qué te dedicas a joderme la vida, niño rico? — Alzó una ceja con una sonrisa burlona.
— Escucha. No mires a mi novia de esa forma, Lisa. Te lo advierto. — Se acercó a su rostro, ambos sin dar el brazo a torcer.
— Entre tú y yo... Ella jamás te elegiría, ni siquiera se me cruzó por la cabeza algo así. No es una lesbiana asquerosa como tú.
La tailandesa empujó al castaño, tirándolo al piso. Si de por sí los miraban antes, ahora básicamente todas las personas que ocupaban en el pasillo hacían un círculo que rodeaba a los dos agresores. Había gente grabando, otra pidiendo que se detengan y algunos sólo reían.
— No, escúchame tú a mí. — Puso un pie en el abdomen del coreano, quien respiraba algo agitado. — Si tú crees que yo voy a dejar que me trates así, estás equivocado. No me dejo de nadie, mucho menos de un imbécil y marica como tú. — Se acercó al chico. — Te lo advierto. No. jodas. conmigo.
Y se fue, empujando y esquivando a los idiotas entrometidos. Aunque todos se habían quedado mirando a Kai. El pobre aún estaba casi hiperventilando.
— ¡¿Qué mierda miran?! ¡Váyanse!
E inmediatamente toda la bola de gente logró descomprimirse, y entre todas esas personas, apareció Jennie.
— ¡Kai! ¿Qué ocurrió, por qué gritabas? — Le ayudó al pobre y humillado chico levantarse del suelo, mirándolo con pesar.
— La estúpida de Manoban. Y no te quiero cerca de ella, ¿Me entendiste? —Tomó el brazo de la menor fuertemente, y ésta intentó zafarse.
— Suéltame. — Intentó nuevamente:
— ¡Dime que entendiste! ¡Dilo! — Gritó el chico, encolerizado.
