PELEA, HUIDA Y UN PREMIO SORPRESA

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— ¡Vamos Mariano, tu puedes!

Escuchar a Andrómeda animar a su amigo de esa forma, le dejó saber a Jack que la chica estaba tan nerviosa como él. Las bestias habían llegado por fin hasta ellos, y aunque la entrada de la cueva era demasiado pequeña como para que ninguno de ellos pudiera entrar, uno por uno habían comenzado a arremeter contra su escondite, como si quieran ampliar el agujero u obligarlos a salir, lo que sucediera primero. Mediante susurros (pues no quería que ninguno de los que estaba presenciando la simulación se enterase de aquella parte en específico de su estrategia), Jack había puesto a sus amigos al tanto de su plan, lo que inmediatamente había derribado sus paredes mentales, permitiéndoles recordar que estaban en una simulación. Lo que significaba que, como todo aquello estaba sucediendo dentro de sus cabezas, Mariano podía interferir para darles un poco de armamento extra. En aquel momento el chico estaba revisando todo su equipaje, simulando que buscaba algo que se les hubiera pasado por alto, cuando en realidad lo que hacía era tratar de implantar en la simulación una ilusión lo suficientemente fuerte para que tomara la forma de un arma, fuera cual fuese. Mientras tanto, Jack y Andrómeda se habían dedicado a lanzarles rocas a los Steronthez, simulando que con aquello pretendían ganar tiempo mientras su amigo lograba reunir las armas.

— ¡Encontré algo!—exclamó Mariano, irguiéndose triunfante con un arma sónica en una mano, y una de plasma luminiscente en la otra.

— ¿Eso es todo?—replicó Andrómeda, siguiendo el pequeño teatrillo que se habían montado entre los tres—. ¿No hay nada más?

Haciéndose el ofendido, mientras depositaba todas las armas en el suelo frente a ellos, Mariano respondió:

—Pues sí, es todo. No es mi culpa que no tengamos nada más.

—Algo es mejor que nada—intervino Jack, y volviéndose hacia Andrómeda, le preguntó—: ¿Crees que puedas hacer algo con esto?

Olvidándose por un momento de su inútil ataque contra aquellas bestias, la chica se acercó a las armas y comenzó a observarlas con ojo crítico, siempre en el más absoluto silencio. Se agachó junto a ellas, las toqueteó un poco, luego de ordenarlas de varios modos, juntando unas y separando otras, se irguió de nuevo, miró a Jackson y dijo:

—Las únicas que nos pueden servir para atacar y herir son las pistolas de plasma—y con un gesto señaló las armas en cuestión—. Sin embargo, ellos son demasiados, y no creo que podamos atacarlos tan fácilmente, pero creo que puedo unir la pistola de plasma luminiscente y las de choque sónico para hacer un cañón lo suficientemente potente para que los distraiga y así podamos atacar.

—Yo lo haré—afirmó Jack—. Tú te encargas de distraerlos, Mariano les dispara al resto de ellos para mantenerlos alejados, y yo me encargo de atacar al del cuerno brillante.

— ¿Me recuerdan para qué necesitamos ese cuerno?—preguntó el chico.

Después de darle un golpe en el brazo como para que espabilara, Andrómeda replicó:

— ¡Es el cuerno del jefe, tonto! Ese cuerno es resistente a la electricidad, atrae los rayos, y tiene tanta energía acumulada en su interior, que nos puede servir para cargar el intercomunicador de la nave y pedir ayuda.

Pronto, el ataque de aquellas bestias contra su escondite se volvió todavía más feroz, así que ya no quedó más tiempo para pelear ni charlar. Mientras Mariano y Jack se dedicaban a seguir lanzando rocas contra los Steronthez para mantenerlos medianamente distraídos, Andrómeda se acercó a las pistolas y comenzó a hacer su trabajo. Pese a que en ningún momento dejó olvidada su tarea, Jack no pudo evitar echar un vistazo a su amiga mientras ella hacía su parte del trabajo, pues siempre le había parecido casi mágico todo lo que podían hacer los tecnópatas; el ver cómo las máquinas, armas y demás se desarmaban por sí solas en el aire, para luego volverse a ensamblar pieza por pieza y formar algo mucho mejor y más potente, le resultaba simplemente increíble. Y aquella vez no fue la excepción, por supuesto, pues en cuanto Andrómeda terminó de hacer lo que debía, lo que antes habían sido un par de pistolitas pequeñas, ahora se habían transformado en un enorme cañón sónico y de luz: el arma perfecta para la situación que los ocupaba.

LOS NIÑOS DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora