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El día que por fin vaya a conocer a Diana. Mientras me vestía espléndidamente con la ayuda de las sirvientas, de repente me vino a la mente una cosa.

—¡Oh...!

Las damas de la casa se detuvieron de repente.

—¿Señora? ¿Te sentiste incómodo?

—Oh, no, no. Nada.

Agité mis manos apresuradamente. Las criadas estaban inquietas en su trabajo.

—...

En realidad, acabo de recordar el anillo de diamantes rosa. El que Kaelus trató de presentarle a Diana y fue rechazado. Era casi como un anillo de propuesta, e incluso después de verlo, Diana le dio la espalda a Kaelus.

Seguro que Diana también recuerda el anillo. Si apareciera con el anillo en mi dedo hoy, podría poner a Diana bastante inquieta.

Hagamos un intento.

—Bueno, estaré fuera por un segundo. Vuelvo enseguida, así que espera.

—¿Eh? ¡Señora...!

Las damas de honor se sorprendieron por el repentino levantamiento de mi asiento. Después de sonreír a modo de disculpa, me fui.

Estoy muy nerviosa porque es la primera vez que visito la habitación de Kaelus. Sin embargo, ya no debería causar molestias a los demás.

—Oh...

Después de respirar ruidosamente frente a la puerta.

—... Sr. Kaelus. ¿Estás dentro?

¡Argh! ¡Lo he hecho! Puedo escuchar un temblor en mi oído. ¡Cada vez que veo a Kaelus, me siento tan renovado! Hacer contacto visual con tu favorito es muy, muy difícil.

—¿Hestia? Entra.

'¡Oh...! ¡Escuché la respuesta!'

Con emociones indescriptibles, abrí la puerta. Cuando levanté la vista, había un hombre sexy de cabello plateado sentado.

Pero con la voz de negocios.

—¿Qué está pasando?

Rápidamente volví a mis sentidos.

—Bueno, tengo una petición para el marqués. Lo siento, pero ¿puedo tomar prestada una de sus pertenencias?

Lo dije sin respirar. No fue hasta que terminé de hablar que respiré.

—¿Mis cosas? ¿Cuál?

—¿El anillo de diamantes rosa qué está en el cajón del estudio?

Solo entonces los ojos de Kaelus se abrieron ligeramente.

—Ah... Eso...

—Lo usaré solo cuando vaya al Palacio Imperial y lo devolveré de inmediato.

Mientras inclinaba la cabeza, escuché una pequeña risa.

—No, no tienes que hacerlo. Puedes quedártelo.

—¿Ah, de verdad?

Fue inesperado. ¿No tengo que devolver la cosa preciosa?

Kaelus sonrió amargamente.

—Ni siquiera es mío de todos modos.

—... Sí.

Mi corazón latía. Debe haber sido un regalo de propuesta para Diana. Le traje un recuerdo doloroso.

—Gracias. Vuelvo enseguida.

HestiaWhere stories live. Discover now