《La llegada》

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•22 de junio de 1985•

Era el último día de instituto y hacía un calor que no aguantaba más. Las ventanas de la clase estaban abiertas de par a impar y la gente se abanicaba con los voletines de las notas.
La profesora nos estaba contando lo insufribles que habíamos sido ese curso y que como algunos no cambiasen les iba a ir muy mal en la vida.
Yo no le prestaba atención, me parecía más entretenido hacer garabatos en la mesa.

Finalmente sonó el timbre y todo el mundo salió corriendo de clase. Los pasillos estaban llenos de gente y las calles también. Me senté en un banco y me até bien los tenis. Tenía que prepararme para correr. Mis padres me estaban esperando en frente de casa para marcharnos de vacaciones al pueblo de los abuelos; el problema es que tenía que llegar en 10 minutos y vivo a veinte del instituto, así que tenía que darme prisa.

No sé de donde saque la velocidad para llegar a tiempo. Me metí en el coche y me abroché el cinturón.

—Llegas tarde.

—No es verdad papá, llego justo a tiempo —dije.

—A la próxima nos vamos sin ti.

—Pero si no vivimos tan lejos de casa de los abuelos, estamos a 1 hora.

—Me da igual. ¿Tú sabes la de tráfico que va ha haber? —se quejó el hombre.

Mi padre como siempre preocupado por el tráfico.

—Ten, el bocadillo —dijo mi madre extendiendome la comida envuelta en aluminio.

Cogí el bocadillo y lo abrí con miedo, como fuese de jamón otra vez me mataba.

—Jo mamá. ¿Otra vez de jamón? —sollocé.

—Ni jo ni ja, come y calla.

Dejé el bocadillo a un lado del asiento, ya comería algo en casa de los abuelos.
Aproveche la hora de viaje para escuchar música en mi walkman.

~☆~

—Inés, despierta ya hemos llegado —informó mi madre.

Era verdad, ya habíamos llegado. Bajamos del coche y los abuelos salieron a recibirnos.

—Miña nena! Dame unha aperta. Canto tempo!

—Avoa, canto te votei de menos! —sonreí abrazándola —Avo!

—Canto tempo miña nena! Cómo estas? Ben?

Estuvimos media hora saludandonos y después entramos en la casa.

—Canto creciches cariño —suspiró mi abuela.

—Home mamá, fai un ano que non a ves —recordó mi madre dejando la maleta en la entrada.

Hacía un año que no venía al pueblo. No por qué no quisiera, es más, me encantaba estar aquí. Lo que había pasado es que el verano anterior mi iaia se rompió la cadera y no pudimos venir, ahora ya esta mejor y se ha ido a vivir con mis tíos a Barcelona.

Fui a la cocina mientras mis padres y abuelos charlaban y me pille un trozo de pan y queso para comer.

—Oye, voy a ver a los chicos ¿vale? —informé.

—Acabamos de llegar, habla un poco con tus abuelos —regañó mi padre.

—Deixaa Pedro, ten que divertirse.

—Grazas avó —agradecí besando su mejilla.

—Bueno, vale —cedió mi padre —A las 9:30 en casa, como muy tarde a las 10.

—¡Y no te ensucies! —advirtió mi madre.

Fui a la entrada y cogí las llaves de la choza. Tenía que coger la bicicleta.
Era un poco vieja pero me encantaba, había sido de mi madre cuando tenía mi edad y ahora la usaba yo. La saqué, le sacudí el polvo, dejé las llaves en su sitio y me fui.

Estaba pedaleando mientras comía, a lo mejor no era muy buena idea pero me daba igual, estaba muerta de hambre.
Tenía muchas ganas de ver a mis amigos, los había echado mucho de menos.

Llegue a la cabaña que habíamos construido y efectivamente allí estaban.
No se habían dado cuenta de mi llegada, así que decidí darles un susto. Repté por el suelo para que no me viesen, me posicione detrás de la pared de la cabaña y cuando estaba lista salté.

—¡Buuuu!

Se pusieron a gritar asustados y yo me empecé a reír. Cuando se dieron cuenta de que era yo corrieron a abrazarme.

—¡Vale ya, que me ahogo! —dije entre risas.

—Es que te hemos echado de menos

—Y yo a vosotros Garri.

Nos separamos del abrazo y nos sentamos en las ruedas de la cabaña.

—¿Qué tal te ha ido? —preguntó el rubio.

—Bien. Y vosotros?

—Bien —respondió Rodri.

—No me quejo —admitió Maza.

—¿Qué tal Álvaro? —pregunté.

—Bueno, esta un poco mejor —suspiró Maza —Sale hoy del hospital. ¿Y tu iaia qué?

—Me alegro —sonreí —Mi iaia está bien, se ha ido para Barcelona.

—Anda, dame algunos, no seas rata —suplicó Rodri.

—¡Qué no, qué son míos! —replicó Garriga.

—Vamos a ver ¿pa' qué necesitas tantos? —preguntó el rizado intentando sacarle algún petardo.

—No sé, ya se me ocurrirá algo.

Sonreí y negué con la cabeza. Me alegraba saber que seguían igual que siempre.

—¿Oye, y Suso? —pregunté a Maza el cual no estaba metido en la pelea de los petardos.

—Está trabajando en la piscina —informó.

—Pues vamos a verlo ¿no?

Nos levantamos de las ruedas y cogimos las bicis par ir a ver a nuestro otro amigo.

































Live is life [reescribiendo]Where stories live. Discover now