XVIII

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Si te voy a extrañar, en el mismo lugar
donde nos besamos y encontramos
nos juramos siempre amarnos y no
Ya no.


Harnold caminó con lentitud y una gran sonrisa de victoria en su rostro hasta el cuarto de Dominique. Había cumplido con lo que se le había pedido y eso siempre lo ponía felíz, lo llenaba de placer ser eficiente y recibir elogios por eso, más sabiendo que venía con recompensa.

Entró al cuarto sin tocar la puerta, encontrándose con la mujer en paños menores.

— Harnold... toca la puerta primero — se cubrió con una manta rápidamente en un movimiento nervioso, e intentó sacarlo de la habitación pero su asistente la detuvo.

— No creo que quieras echarme ahora — la miró con picardía.

— No es momento — respondió y continuó con su intento de sacarlo de la habitación, aunque le intrigaba que era lo que el hombre se traía entre manos.

— Tengo algo que puede llegar a interesarte
— dijo pero Dominique parecía no querer escucharlo, solo quería privacidad — es sobre Roger.

Se detuvo en seco y lo miró curiosa, esperando a que continuara.

— Sabía que eso te interesaría, reinita — soltó una risa arrogante.

— Dime de que se trata — exigió, tenía un mal presentimiento.

— lamento ser yo quien te lo informe pero -hizo una mueca exagerada e irónica, apretando los labios y tomando aire por la nariz para luego exhalar. Simulaba tener la mayor sensibilidad, cuando en realidad se moría por ver la expresión de Dominique — Roger quiere dejarte... tener el camino libre para estar con su asistente, John — terminó su oración expectante de la respuesta.

Dominique quedó atónita, jamás pensó que su prometido llegaría tan lejos.

— ¿Dejarme? — frunció el ceño y parpadeo varias veces.

Harnold asintió con la cabeza, lentamente.

Su mente intentaba idear un plan, no dejaría ir a Roger, no sabiendo el sacrificio que le costó estar con él y todos los beneficios que tendría si se casaban, las puertas que se abrirían solas para ella y estaban tan cerca de hacerlo. No se dejaría vencer ahora.

— Tengo un plan — se volteó y miró al pelirojo con una sonrisa de lado, extremadamente macabra.

— Encantado de escucharlo — se acercó y la tomó de la cintura.

Posó sus manos en el pecho del contrario y jugó con la ropa del pelirrojo, mostrándose sumisa, cuando en realidad tenía todo el control.
Subió lentamente la mirada, desplegando sus largas pestañas de muñeca, era tan encantadora que su sinismo estaba totalmente disimulado. Conectó su vista con la de Harnold, sabía que lo necesitaba porque él le era extremadamente fiel, si le demostraba el más mínimo interés lo tendría a sus órdenes, así estas fueran exterminar al Reino completo; era un hombre astuto e inteligente, un buen aliado en tiempos de guerra.

Sus dedos se deslizaron por el cuello del contrario, abriéndose pasó por las hebras de cobre, jugaba con el cabello sin desconectar las miradas — Tenemos que separarlos, cariño, y te necesito a ti para eso — vió en los ojos del hombre los celos que intentaba disimular a toda costa, pero no dejaría de enroscarlo en su juego, era consiente de que tarde o temprano, Harnold siempre caía en sus hechizos — ¿Sabes lo importante eres para mi? ¡oh, cielo! yo no podría sin ti, no sería nadie sin tu apoyo -endulzarle el oído y la percepción daba frutos, los ojos contrarios comenzaban a ceder, cristalozandose con el falso amor venenoso que la pelinegra escupía — claro que lo harás ¿No es así? por mi... por nosotros — Harnold sonrió y asintió.

El príncipe TaylorWhere stories live. Discover now