XXX: ¿Héroes?

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La catedral de la Noche. La iglesia de Daltos. Sus tres agujas de metal oscuro eran apenas visibles desde la entrada del salón de la celebración. Los ojos ambarinos de Winger apuntaban hacia allí. Se sentía frustrado, decepcionado, enojado.

Mientras tanto, sus compañeros debatían acerca de lo que acababa de suceder. La fiesta había finalizado de la peor manera para ellos. Estaban confundidos. Era comprensible, pues ninguno entendía el por qué de la reacción del conde Milau. Salvo Winger.

El inmortal había compartido con él uno de sus mayores secretos: la predicción acerca de su propia muerte en manos de una mujer. Si el mismo confidente ahora llegaba en un barco junto con la mujer de la profecía, era natural que se sospechara una traición.

Pero a pesar de los reclamos del conde, Winger no era un traidor. Lo lamentaba por sus desconcertados compañeros, pero no tenía intención de hablar. Tampoco tenía voluntad de hacerlo.

Empezó a alejarse por la calle.

—¿Adónde vas? —le preguntó Rupel al darse cuenta.

—Lo siento, quiero estar solo —se limitó a contestar.

No les dijo que se dirigía hacia las agujas de metal oscuro.

Tenía pendiente visitar ese lugar. Tenía dudas y preguntas. Si no era esa oportunidad, tal vez no sería nunca.

Las misas de Daltos eran nocturnas. Cuando el muchacho arribó, sin embargo, la ceremonia ya había finalizado. Aún así encontró a alguien para hablar.

La conversación que Winger mantuvo con el cardenal de la iglesia de Daltos sería una espina de inquietud clavada en el centro de sus pensamientos de ahí en más.


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El mago regresó a la residencia con más preguntas y más dudas. Las luces todavía estaban encendidas. Nadie se había ido a dormir. El señor Julius fue el encargado de comunicarle la resolución del conde Milau:

—El señor se ha marchado. Pueden continuar utilizando estas instalaciones durante el tiempo que precisen, pero él desea que no lo busquen. Lo siento mucho, pero no puedo revelarles su paradero actual. Espero que sepan respetar su voluntad.

El mensaje no sorprendió demasiado a Winger. Por la cara de espanto del inmortal, imaginó que algo así podía ocurrir. Nunca había visto a nadie tan asustado...

Lo que sí lo tomó desprevenido fue lo que Méredith le reveló:

—Ya sabemos el motivo de la partida del conde —dijo ella y se tocó la cicatriz del cuello—. No es necesario que sigas guardando el secreto de la profecía.

—¿Cómo es que ustedes...?

—El truco para saberme el nombre de alguien, ¿recuerdas? —le aclaró Luke—. Una pregunta sugerente por aquí, una afirmación falsa por allá... La verdad, no es muy difícil sacarte información, Caperucita. Eres demasiado transparente. Pero bueno, ponte contento. Ya no tienes que seguir ocultándolo.

Winger lo miró mal pero se quedó callado. Culpó a su yo de un mundo alterno por no evitar la trampa manipulativa del Viajero Regresivo, y se culpó a sí mismo por sentirse de repente tan liberado. Al menos ahora podrían hablar abiertamente de lo que estaba pasando.

Elina le dio una taza con té de menta y llenó la de los otros cuatro. Rupel se había ido junto con Soria y Lila volvía a estar pegada a Demián. De nuevo eran el grupo que había realizado la travesía por los pantanos del sur de Dánnuca.

Etérrano III: Disparo del AlmaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt