XXIX: La danza de Nássade

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Si alguien le hubiera prestado atención a Luke, habría notado que el humor del jugador venía en caída desde hacía algunos días. Concretamente, desde que regresaron del bosque de Eskibel. Se pasaba la mayor parte del tiempo echado, durmiendo o quejándose del aburrimiento. Podría haber salido a explorar la vida nocturna de la capital... pero ya lo había hecho. Muchas veces, yendo y viniendo durante la misma semana, y no dio con ningún salón de su agrado. Demasiados uniformados patrullando aquí y allá.

Mientras que para los demás habían transcurrido quince días desde la llegada a Parima, para él había sido más de un mes. Ya no le estaba gustando eso de ser un héroe indispensable.

Sin embargo, su motivación volvió a encenderse cuando Winger llegó con una invitación para una gran fiesta de celebración. Eso sí era algo que no había probado en ese continente.

Con entusiasmo encabezó la marcha hacia la sastrería que el conde Milau aceptó costear para ellos.

—No podemos ir a un baile imperial vestidos como andrajosos —comentó mientras elegía la camisa más costosa del lugar.

—Tampoco hay que descuidar la comodidad —acotó Demián, poniendo a prueba las costuras del frac como si estuviera por hacer ejercicio.

¿Qué hacía el aventurero ahí?

Winger lo había convencido de asistir al baile por encargo de Rupel.

"Soria está dispuesta a hacer las paces con el terco de tu amigo", le había dicho la pelirroja la tarde anterior. "Esta puede ser una buena oportunidad para intentarlo. Te toca a ti encontrar la manera de llevarlo a la fiesta."

A Winger no le costó dar con una excusa para persuadirlo. Su amigo no se perdería la oportunidad de tener una buena pelea, por lo que solo tuvo que decirle que era probable que hubiera un combate durante la celebración. Considerando que Agathón también estaría presente, aquello no era imposible.

En cuanto a él, se miraba en el espejo y se sentía raro. Mientras luchaba por atarse la corbata de lazo, se preguntaba si el traje le quedaba bien o si parecía un completo ridículo. No tenía punto de referencia. La única vez que había asistido a una fiesta importante fue disfrazado de señora, y en aquella ocasión las personas lucían prendas ampulosas y coloridas. El frac que ahora vestía era muy sobrio y negro, salvo por la camisa blanca. Solo le gustaban las hebillas metálicas de los zapatos.

Sus dudas se aplacaron al llegar al lugar de la celebración. Todos los hombres vestían de negro y con fracs que, a sus ojos, eran casi idénticos. Las mujeres, en cambio, lucían distintas prendas con tonalidades entre el blanco y el dorado, que era lo que indicaba la tradición de Párima para aquellas fechas. El vestido de Méretith era sencillo y discreto como ella; Soria parecía una pequeña princesa, y Rupel, un ser recién llegado del Recinto Etéreo.

El baile no se celebraba en el palacio de gobierno, sino en un lujoso salón del ejército con vista al río. Solo un grupo selecto de invitados podía asistir a la celebración. El resto de la población debía conformarse con desfiles militares.

El salón había sido decorado con estandartes y listones con los colores del imperio, los mismos de las vestimentas. El personal de servicio era abundante, así como la comida y la bebida. Una orquesta de veinte músicos ya amenizaba la velada cuando los invitados empezaron a llegar.

Winger entró al salón con Rupel aferrada a su brazo derecho. Todas las miradas recayeron sobre la despampanante pelirroja y su afortunado compañero. Luke caminaba con una mano sobre el hombro izquierdo del mago y saludaba a las damas con sonrisa seductora. Detrás de ellos venían Soria y Demián, sin mirarse ni tocarse, y el conde Milau y Méredith cerraban la fila. Siete eran en total.

Etérrano III: Disparo del AlmaWhere stories live. Discover now