XX: Océano

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El recinto era de piedra antigua, con paredes tan altas que las antorchas no llegaban a disipar las tinieblas del techo.

El maestro Neón se acercó a Smirro, quien postrado con actitud ceremoniosa le ofrecía un pequeño cofre abierto. El anciano tomó con sumo cuidado las tres reliquias que había en su interior: el corazón de Andrea, la lágrima de Cecilia y el péndulo de la Locura. Avanzó hasta un altar ubicado en el centro del recinto y colocó las herramientas de los ángeles en tres hendiduras talladas en la piedra. Otras tres permanecían vacías, y entre las seis formaban un hexágono.

Recostado sobre una columna derrumbada, Blew observaba el procedimiento sin mucho interés. Hombres uniformados y otros con máscaras se hallaban distribuidos por el lugar, ensamblando grandes bloques de piedra que encajaban a la perfección.

—Oye, bruja —dijo el hombre de los pies de agua.

Parada a pocos metros de él, Ágape ignoró el llamado. A Blew no le importó y siguió hablando:

—¿Qué hay detrás de ese portal?

Estaba señalando un pórtico de rocas colosales, de más de cinco metros de altura e inscripciones que hablaban en un idioma desconocido.

—¿Acaso eres imbécil? —le espetó la doncella del bosque—. Tú mismo has visto cuando lo levantaban. No hay nada detrás. Solo un muro.

Blew se arrepintió de haber hecho una pregunta tan estúpida.

Sin embargo, sus palabras iban más allá de la roca, de la cámara, del mundo. Apuntaban de una manera muy difusa hacia la dimensión de los dioses.

Aquellas puertas imponentes serían el agujero a través del cual el tejido de la realidad pronto empezaría a deshilacharse...


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Había pasado ya una semana desde que el navío que transportaba a los enviados de Gasky zarpó desde el puerto de Playamar rumbo a Battlos, la capital del imperio de Párima. Los cinco miembros del grupo no tuvieron problemas para adaptarse a los ritmos de los trabajadores de la fragata, quienes además eran muy amables con ellos. La generosa propina con la que Méredith había comprado el favor del capitán también les permitió acceder a un camarote privado, por lo que contaban con todas las comodidades para disfrutar de un viaje ameno a través del gran Océano.

Sentado en una mesa sobre la cubierta, rodeado por sus compañeros y algún marinero curioso, Luke barajaba un mazo de naipes, con Demián ubicado justo enfrente de él.

—Muy bien, Chico Listo. Vamos a intentarlo una vez más.

El aventurero seguía los movimientos de manos del jugador con una concentración total.

—Escoge uno —indicó Luke—. ¿Es este tu naipe?

El aventurero obedeció y negó con la cabeza.

—No.

—Qué mal... Escoge otro.

La operación se repitió y Demián volvió a negar.

—Tampoco.

—Oh... Bueno, última chance...

Con un temor indescriptible en el rostro, el aventurero volteó el tercer naipe.

—¡¡RAYOS!! —bramó dando un golpe sobre la mesa—. ¡¿CÓMO PUEDE SER?! ¡ESTÁS HACIENDO TRAMPA!

—Esta vez lo vigilé muy bien —señaló Winger, sentado junto a Luke—. No regresó en el tiempo, y tampoco creo que tenga dos naipes iguales... Supongo que el secreto tiene que estar en otro lado...

Etérrano III: Disparo del AlmaWhere stories live. Discover now