Capítulo Diez

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EL móvil de Zee no dejó de sonar hasta que abandonó el palacio. Se sentía culpable porque NuNew había estado muy callado cuando lo había dejado.

Pero de ninguna manera habría considerado la posibilidad de llevarlo con él a esas horas, y menos estando embarazado como estaba.

Aunque no se quejaba, lo veía muy frágil. Había perdido el apetito y bajado de peso. Y aunque él lo había notado, no había dicho nada porque jamás se le habría ocurrido que pudiera ser porque estaba embarazado.

¿Qué clase de marido era?

No podía decirse que se hubiera comportado como un buen marido, desde luego, se dijo, molesto consigo mismo.

Y ahora iba a ser padre...

Una sonrisa se dibujó en sus labios.

Era maravilloso, casi un milagro, dadas las circunstancias. En ese momento, mientras esperaba su limusina frente al palacio, volvió a sonarle el móvil, y se quedó paralizado cuando el hombre al otro lado de la línea se presentó.

Era un conocido periodista, que lo llamaba para darle una advertencia que lo dejó perplejo. Nada más colgar llamó a su primo Max para ponerlo al corriente, y Zee le dijo que se reuniría en el solar de Josias con él.

A primeras horas del día siguiente, después de haber estado en planta toda la noche y de haber inspeccionado el hallazgo con los entusiasmados arqueólogos, que tenían la esperanza de que fuera una legendaria ciudad perdida construida hacía siglos por Alejandro Magno, Zwe estaba deseando acostarse y dormir un poco.

Cuando entró en el pequeño hotel en el que había reservado una habitación, se alegró de no haber dejado que NuNew lo acompañara, porque allí no habría podido ofrecerle las comodidades que requería en su estado.

Como su padre le había dicho unas horas antes, cuando lo había llamado para darle la buena noticia, en adelante debería tratar a NuNew como él rey consorte que un día sería.

Aquel recuerdo le hizo sonreír, y se lo contó a su primo Max, que estaba a su lado cuando abrió la puerta de la habitación. Y entonces recordó también la advertencia del periodista, que había olvidado porque hasta ese momento no se había encontrado con Nabila.

Nabila... que estaba dentro de la habitación, sentada en la cama.

Al oírlo entrar dejó caer la sábana con la que estaba tapada, dejando al descubierto sus pechos desnudos, y se apresuró a cubrirse, con fingido puritanismo, cuando vio a Max a su lado.

– ¡Por el amor de Dios, dile a Max que se vaya! – lo urgió Nabila.

Zee, aún con la mano en el picaporte, la miró furibundo.

– No me voy a ninguna parte – le espetó Max. Nabila nunca le había resultado simpática, por muy enamorado que Zee hubiera estado de ella – Me congratula saber que no me equivocaba, que eres capaz de caer aún más bajo de lo que esperaba.

Zee avanzó hasta el pie de la cama en un par de zancadas.

– ¿A qué diablos estás jugando? – la increpó.

Nabila decidió ignorar a Max y miró a Zee con ojos seductores.

– Te deseo, y me da igual lo que tenga que hacer para hacerte mío – lo miró
largamente – Mírame y dime que no sientes curiosidad por saber cómo sería acostarte conmigo.

Zee la miró repugnado, se dio media vuelta y salió al pasillo, donde esperaban sus guardaespaldas.

– Sáquenla de aquí... y pídanme otra habitación – les ordenó con impaciencia.

UN ESPOSO PARA EL PRÍNCIPE - ZEE Y NUNEW (Adaptación) Where stories live. Discover now