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El zumbido constante en el centro de Estambul era casi abrumador incluso llegando a las costas del mar Marmara o del Bósforo, las propiedades de los Hasmet  de alrededor que se alejaban a millas del bullicio civil no eran la excepción para que la ...

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El zumbido constante en el centro de Estambul era casi abrumador incluso llegando a las costas del mar Marmara o del Bósforo, las propiedades de los Hasmet  de alrededor que se alejaban a millas del bullicio civil no eran la excepción para que la intranquilidad en el ambiente se asentara sobre sus pasillos.
Alexander describió para si mismo la vida rutinaria de La Roja como la corriente de los océanos; siempre en movimiento y sin poder ser predecible.

Cuando llegó a la mansión mavi—como había escuchado que le llamaban los sirvientes de ahí—no pudo estar más que escéptico al silencio gélido que el pueblo de Kilyos tenía entre su viento.
La propiedad, nada diferente a las otras pertenecientes de La Roja, estaba rodeada de la vida silvestre que apenas era molestada por la urbanización que se encontraba bastante alejada de ella.

Se había acostumbrado al ajetreo mañanero que el palacete colorido en el que estaba hace apenas dos días le ofrecía; pero no reclamaba el cambio al que le trajeron de repente. Era ignorante a las razones de su traslado, pero con el caos masivo que trajo el embarazo del hürrem no estaba sorprendido por los cambios internos que ya se estaban percibiendo en el aire. El personal en el palacete disminuyó, y la rutina pareció dar un cambio trascendental donde el aumento de las fuerzas especiales de La Roja no era sorpresa. El Sağ el y los bajás habían acompañado a Assaf a lo que parecía ser la reunión de la década, todas las figuras importantes del clan hicieron frente al torbellino que se agrandó entre los continentes.
Todas excepto una.

Alexander detiene su rezo cuando siente el olor familiar llegar hasta sus fosas. La dama que le encomendaron a su lado le observa y se inclina hacia él cuando nota su cambio.

—¿Todo bien, joven Cariporsi? —pregunta con palabras y en lengua de señas. Alexander la observa atento mientras el sol de la tarde le pega en el rostro. El recuerdo de Hela le llega de repente.

La semejanza entre la dos mujeres no hace más que entristecerle.

"Ha llegado" expresa para después apretar el Santo Rosario entre sus manos. La omega le observa confundida, pero no le pregunta nada. Nunca lo hacía.

Cuando se acerca para ayudarle a levantarse de su posición en cuclillas da un brinco asustado cuando la presencia que había anticipado Alexander llega hasta el improvisado claro bajo techo en el que estaban.

—Oh, bajá Azra —la mujer se avergüenza y da una inclinación suave. Alexander gira la cabeza con tranquilidad, el alfa responde con una sonrisa ligera y se acerca más.

"Espero no interrumpir en los rezos del joven Cariporsi", Azra se dirige hacia él. El omega sonríe tenue cuando una vez más nota la rapidez de aprendizaje que tenía el alfa. Había escuchado que por obligación todos en el clan tenían que saber por lo menos tres idiomas, por lo que su entendimiento en diversas lenguas era más que eficiente.
Que sea Azra quien se lo demuestre con ese tipo de acciones solo provoca que su corazón palpite un poco más de lo que ya lo hace diario.

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