Capítulo 26: Ojos negros.

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Me requetecontracagaba escuchar:

"Tus sentimientos solo son reacciones químicas", como si saber de qué están hechos le quitara peso.

Incluso la música, siendo solo vibraciones, no perdía la magia al ser escuchada.

Estocolmo.

Esta idea de no perder la magia al saber lo que conforma algo, no se aplica a otras cuestiones. Nuestra sociedad era un ejemplo claro, y un poco sanguinario, de que la mierda debajo no dejaba de ser mierda aunque la disfrazáramos, solo no estaba a la vista; si la descubrías, te consumiría el horror.

Los gritos de los más jóvenes, adultos que arrastraban niños, animales aturdidos. Mi respiración se aceleró, junto a mis dedos que se aferraban a la tela que cubría mis brazos. No pude siquiera parpadear.

El sonido estaba pegado a las personas, y las personas pegadas a ese sonido. Sonidos que golpeaban no contra uno, sino varios cuerpos que caían atestados por las armas de fuego. La planicie lucía montañas de protestantes, que formaban refugios para los vivos, entre ellos el profesor.

No encontraba sus lentes, palpó desesperado los alrededores aunque sus manos se llenaran de sangre. Me incliné para observarle, pero el alumno de uniforme verde robó mi atención.

—Profesor, no se quede aquí, no podemos perderle aquí —habló eufórico, con el sudor cayendo a chorros por su rostro rosáceo. Parpadeó varias veces pues su cabello le estorbaba.

El profesor intentó tomar su mano pero no le veía con claridad. El chico estiró la suya para alcanzarle.

—¡Levántese y corra sin voltear!

El alumno apenas pronunció esas palabras, fue atravesado por una bala a su cráneo. El profesor solo tuvo otro cuerpo con el cual refugiarse.

—La sangre caía y caía. Era un buen alumno mío, joven, alegre, asistió a la marcha con la esperanza de generar un cambio —hizo una pausa, antes de soltarse a chillar—. No esperaba perderlo de esa forma, tan joven. Era el más imprudente, pero mi mejor estudiante.

El profesor del video continuó llorando. Yo bajé la cabeza, sin poder seguir viendo aquello. Los documentales de las tragedias en los años 50s eran más que amargos para mí, eran el recordatorio de que no puedes pelear contra tu condición ni cambiar el sistema actual; todo terminaría en protestas sangrientas.

Porque aunque empiece siendo pacifico, algún gobernante pagará por alterar la calma.

—Cayó muerto aquí, en esta área. Pasé horas asustado ocultándome debajo de los cuerpos hasta que el tiroteo se detuvo.

Tourette, quien se sentaba a mi lado, se levantó de golpe y abandonó el foro donde reproducían el video. Vi uno de sus largos cabellos caer junto a mi zapato.

—A veces tengo la sensación de que yo debí haber muerto también ese día. ¿Cómo pude dejar morir a todos mis alumnos?

Después de un rato, todos salimos del foro con pasos lentos. Algunos alumnos que se sentaron hasta el fondo del gran sitio, bromeaban al tirarse comida introducida en secreto, otros sentían náuseas, los del frente tomaban notas. El dolor en mi cabeza disminuyó al salir por la puerta auxiliar, donde el aire que corría por el pasillo me calmó.

Línea AzulWhere stories live. Discover now