Vivo como si estuviese en una obra.

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{ADVERTENCIA: contenido sensible}

El sufrimiento más válido era aquel que lucía bello. Por ese pensamiento no se me excluyó de la sociedad.

Se me humilló, pero jamás fui apartado. Cumplía el estándar de belleza al disfrazar mi albinismo, así que incluso sufriendo era socialmente aceptado por lindo y tierno.

Albin.

Desde que tengo memoria siempre hemos sido mi padre y yo.

Mi padre, su pareja y yo. Nada ha cambiado aparte de sus nombres, los que ellas usan cuando van y vienen, ni siquiera el mío. Me he llamado Albinismo incluso antes de abrir los ojos.

Mi vida ha estado llena de miradas desde entonces. Ahora entiendo que era una puta caricatura de la verga.

Mi padre tenía que equilibrar su vida en atender a sus esposas, o llevarme al jardín de niños. En las esquinas solían haber curiosos que nos abordaban con preguntas absurdas, de mal gusto, siempre con las opiniones atascadas en la lengua; al escupirlas solo saliva llegaba a mi rostro.

Era una odisea, tropezar ante adultos, ser arrastrado del brazo por mi padre hasta ponerme de pie entre gritos y exigencias por mantenerme atento al camino. La escuela no fue mejor en ese aspecto, incluso los profesores comprendían la curiosidad de los demás, supongo que ellos también la sentían.

—Albin, solo son chamacos, es nuevo para ellos ver a un niño como tú —explicaban con sus manos deslizándose por mi cabello—. Trata de entenderlos, ¿sí?

«Trata. Haz tu esfuerzo. Compréndelos.»
Escuché eso cuando jalaron de mi cabello, cuando golpeaban mi rostro para ver si mi sangre era roja, cuando mi padre vio a mi madrastra subiendo fotos de mi rostro herido a sus redes sociales.

Hablaría más de mi infancia, pero es confusa, no sigue un hilo claro y apenas enlazo los recuerdos de mi persona. Siempre pensando que vivía un sueño, con la esperanza de despertar en algún momento, negarme a bajar la cabeza y decir "Lo entiendo". No, no hay más.

No me relacioné con nadie hasta la primaria, cuando pude comunicarme más allá de leves sonidos que formaba con mi boca; allí supe que no era un problema del habla, sino que realmente era Albinismo. Mi padre estaba feliz cuando supo que pude hablar con mis compañeros, así que me envió a ver una obra de teatro con su pareja actual.

En el palco, cubierto por el olor a café patrocinador del evento, mis manos pecosas aferradas a mi mochila rayada por mis nuevos amigos, quienes habían escrito cosas sobre lo blancas que eran mis genitales expuestas en los baños.

La obra que se llevaba acabo era "El cascarón de la disforia", inspirada en un viejo relato de terror que usaba el mismo título. Narraba la vida de un hombre, cuyo nombre no era relevante, quien tenía sueños con una mujer a la que anhelaba.

Una mujer de cabellos oscuros, elegante, que desbordaba una sexualidad única. Ella tenía hambre, él deseaba poseerla. Supo que la forma de tenerla, era convirtiéndose en ella. En esa mujer que tanto anhelaba, pedía a gritos, escapar de su propio cuerpo y convertirse en ese sueño.

En realidad era una obra para hablar sobre las desventajas de remover y reconstruir partes del cuerpo humano. El hombre terminaba desangrándose fuera de la fantasía, pero dentro de la obra una mujer envuelta en un cascarón emergió de su cuerpo, pero no como una mariposa, sino una entidad morbosa que terminaba por devorárselo.

Fue una obra sanguinaria. Aplaudieron y vitorearon en la multitud, pero yo no podía ni siquiera respirar. Me asifixió la imagen del hombre que no podía escapar de su fantasía, hasta que esta le consumió por completo.

Línea AzulWhere stories live. Discover now