Capítulo XV

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Durante la tarde siguiente, el emperador los había liberado. El almuerzo fue bastante silencioso, con pocas palabras de intercambio entre la corte y el joven. Ella lo sintió incómodo, y no se imaginaba si ocupara el sitio de Qin Shi Huang.

Camino a su habitación que estaba cerca, con la idea de leer algún escrito que le prestó el maestro Mao recientemente, oyó unos pasos a lo lejos acercándose. Eran marcados, provocando que se asustara un poco.

Miró la puerta del cuarto, la abrió rápidamente para meterse allí, evitando hacer demasiado ruido. Se sintió más aliviada, como si acabara de entrar a un lugar seguro.

—Le haré pagar si no acepta esta vez...

Su rostro se desfiguró. Era el general Jian. Volteó impactada a la entrada cerrada tras de sí, escuchando como pasaba por enfrente.

Y hablando del emperador.

—¿No teme que le haga algo?

Esa voz era de algún acompañante que no lograba reconocer. De la corte estaba segura de que no. Debía ser algún soldado.

—Se cree fuerte, pero yo llevo más tiempo en esto.

Poco a poco dejaba de escucharlos. Estaba claro que hablaran de ese tema de esa forma, ya que por aquella zona no suele haber nadie a esas horas. Incluso el maestro Mao salió al pueblo.

Abrió lentamente, para ver como ya no estaban por allí. Tenía que alertar a los guardias de inmediato.

Con la respiración agitada, salió a paso apurado para buscar ayuda.

—¡Guardias!

Logró encontrar tres hombres uniformados, cargando con una lanza cada uno, al minuto de salir. Regresaron a _____, con duda.

—¿Qué sucede, señorita?— se adelantó uno de ellos.

—El emperador corre peligro por el general Jian, no trama nada bueno— comentó preocupada.

Ellos se quedaron callados, pintando un semblante serio, molesto o confundido.

—Es imposible eso. Es la mano derecha del emperador en las batallas. ¿Cómo un hombre honorable como él cometería traición?

—Es una larga historia, pero por fa-...

—Estamos en nuestro descanso. No se preocupe, señorita, iremos a ver al emperador luego de esto— agregó uno, para dar media vuelta y ser seguido por los demás.

—Que mujer tan loca...— dijo otro en medio de una risa.

Estaba claro que no le creían. Tampoco podía pedirle al maestro Mao que fuera él quien le hablara a los guardias. Quizás acudirían de inmediato.

¿Y si se lo pedía a alguien más de la corte?

Pero apenas dio un paso se retractó. Si los guardias la trataban así, la corte sería peor. Incluso la insultarían.

—Espero que su majestad esté bien— dijo para sí misma, así volver corriendo a su cuarto, sosteniendo la parte baja de sus vestimentas para ir con más comodidad.

Apresurada ingresó para ir de inmediato a tomar el arco con las flechas. Era un hombre corpulento el general, y le temía a un enfrentamiento cercano con una lanza o espada.

Envolvió su cintura con la correa del carcaj y atravesó el arco por su torso, y emprendió camino a la sala principal. Lo que más llamó su atención, es que no había nadie cuidando.

—¿Qué cree que hace?

Aquella pregunta la detuvo. Giró a su derecha, encontrándose con el señor Li de la corte, que muy contento no la veía. ¿Una mujer con armas? Las cosas empeoraban.

MUJER |Qin Shi Huang y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora