Capítulo VIII

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Acabó de anotar casi todo lo que había dicho el general. El emperador tuvo que volver a programar esa reunión. Por lo que veía, quería hacer que trabajara.

Esta vez, se habían reunido en una sala. _____ estaba sentada al igual que el maestro Mao, al lado de una mesita. El general quedaba de pie y el emperador en su asiento que demostraba su poder.

Todo para que ella no se cansara o llegara a desmayarse estando parada y se lastimara al caer. Qin Shi Huang dejó bien en claro que no perdería a ningún miembro más de su corte.

—Su alteza, disculpe mi atrevimiento por preguntar lo siguiente...— habló el hombre para ver rápidamente a la muchacha por el rabillo del ojo —¿Pero el anciano no debería de escribir? ¿Acaso es posible que una mujer escriba?

La única fémina del lugar dirigió la vista a él. Admitía que le sorprendía que se tardara tanto en mencionar eso, siendo que desde hacía un buen rato la veía raro por ello.

El joven de cabellos negros se largo a reír, palmeando su rodilla de la gracia que le causó el comentario del general.

—General Jian, ¡eres muy gracioso!

El nombrado soltó una pequeña risa confundido, mientras que el maestro Mao tomaba de su té y ella trataba de ocultar el hecho de no haber comprendido nada, acomodando el pergamino.

—¡Una mujer es capaz de lo mismo que un hombre! ¿Has visto alguna vez una mujer pelear o portar un arma?

Por más que Qin Shi Huang hablaba, el soldado quedaba aún más perdido. Por su parte, _____ desvió la mirada al suelo. ¿Acaso la había...? No. ¿O su padre le había hablado al respecto? Imposible, recién cuando ella tomó su lugar el emperador supo que Chun tenía una única hija.

—Déjame decirte...— su tono había disminuido en intensidad notablemente al igual que su sonrisa casi desaparecía por completo—, son una sorpresa.

La muchacha volteó al joven hombre y luego al maestro Mao, como queriendo buscar una respuesta a ese cambio tan abrupto. El anciano solo siguió con su bebida, sin ver a nadie.

—¿Una mujer pelear?— el general negó, sin hacerse a la idea.

—Sí— asintió el emperador.

Quedaron en silencio, el cual se le incómodo a ______. No imaginaba para el general Jian que seguía de pie. Y por más que viera al mayor de aquella sala, este seguía con lo suyo. ¿Qué se supone que pasaría a continuación?

—Entonces... ¿le parece conquistar las tierras del noroeste lo más pronto posible por las razones que le di?

—No.

Su rápida contestación y de nuevo curva positiva de antes en sus labios, aparecieron de la nada.

—P-pero, su majes-...

—Yo ordenaré cuando podremos hacerlo. Pero ahora no. Hay cosas más importantes que atender.

—¿Cuándo lo ordenaría?

—Mmm...— llevó un dedo a su mentón, pensativo —Quizás es unos diez años.

—¡¿Qué?! ¡Su majestad! ¿Sabe usted la oportunidad del momento? ¡No lo podemos dejar pasar!

—Ya he dicho que no. ¿Quieres contradecir a tu emperador?

Por más que sonriera provocó que un escalofrío, como serpiente helada que pasaba por su espalda, se apoderara de su cuerpo. Si ella era solo una espectadora, no imaginaba al general.

Pero al regresar la vista, le temió más a él que al joven que yacía sentado. Sus ojos desprendían una furia inigualable. Después de todo, dos horas explicando y dando sus razones para conquistar esa zona, para solo recibir una corta y negativa respuesta.

 Después de todo, dos horas explicando y dando sus razones para conquistar esa zona, para solo recibir una corta y negativa respuesta

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—¿Entonces así es posible que comercialicen los cultivos?

—Exacto.

Ambos, _____ y el maestro Mao, apenas acabó esa reunión, fueron a la sala de estudio de la corte. Allí habían dos o tres miembros más, pero se ignoraban entre sí.

La muchacha le había preguntado respecto a cómo iba con la tarea que le había asignado el emperador y, al no comprender varias cosas, el anciano se tomó las molestias de explicarle, aunque le molestaba un poco eso.

—No solo eso, también hay que discutir lo que se pagará. Los impuestos. Ese es un tema económico. ¿Quiere escucharlo, señorita?

—Por favor— asintió, tomando nota de todo lo que podía. Aquello le serviría de cualquier forma cuando saliera de allí.

—Bien— suspiró cansado —. ¿Sabe lo que son los impuestos?

—Escuché nombrarlos.

—Son el pago de dinero que-

—¿Aquí se encuentra el reemplazo del señor Chun?

La puerta del lugar se abrió, dejando ver a otro integrante de la corte. Si mal no recordaba, era el señor Li. No tenía buena cara. Cuando la vio, le tiró las palabras de mala gana:

—El emperador pide verla.

Y se retiró.

______ regresó confusa al maestro Mao, que movió sus hombros sin saber el motivo de su llamado. Ni siquiera sabía en dónde se encontraba, siendo que no tuvo ni tiempo de preguntar.

—Luego regreso. Quisiera saber respecto a eso de los impuestos.

El anciano asintió mientras ella se levantaba y salía de allí, tratando de estirar sus piernas casi dormidas.

Le costó llegar hasta donde estaba Qin Shi Huang, por lo cual tuvo que interrogar un par de veces. Y el corazón le iba a mil. ¿Había hecho mal al anotar? ¿O en qué lío se había metido?

Miró con nerviosismo a los guardias que estaban allí parados, sin dirigirle la mirada. Respiró profundo y llamó a la entrada de ese cuarto que, a los pocos segundos, fue atendida por el mismo emperador corriendo la puerta para comprobar que era ella.

—¡Al fin llega, señorita hija de Chun! Hace una hora la mandé a llamar. Ya estaba por ir a buscarla yo mismo.

Por más que no hubiera un malhumorado semblante en su rostro, de todo lo contrario, la había hecho atemorizar. Seguramente el señor Li lo había hecho a propósito, o el emperador exageraba.

—Disculpe la tardanza, su majestad— hizo una reverencia.

—No importa. Pasa, quisiera hablar contigo respecto a un tema.

Pasó a la sala, sentándose en el lugar en el que parecía que había estado anteriormente. Ella lo imitó, juntando la puerta. Si la regañaría, que por favor no dejara de sonreír. Espera que de esa forma no le atemorizara tanto.

 Espera que de esa forma no le atemorizara tanto

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MUJER |Qin Shi Huang y tú|Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon