Capítulo IV

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Unos gritos hicieron que se despertara de inmediato, provocando que se sentara alertada. Y no había sido la única.

Regresó la vista a su madre, que dormía a un lado de ella, que también la veía preocupada.

—¿Qué sucede?— preguntó agitada.

—Esos son gritos de las concubinas— habló otra sirvienta.

—No creo que el emperador las torture— comentó otra.

—O que siquiera venga su majestad a estas horas.

—Por favor, mujeres. Todas sabemos que el actual emperador no visita a sus concubinas por ni que fueran las últimas mujeres en este mundo— esta vez fue Xiang, que se hallaba del otro lado de la habitación, irritada por la interrupción de su descanso.

—Habrá que ir a ver.

_____ con mala cara se incorporó con cuidado, ganándose las miradas de las demás que se quedaban calladas.

Corrió una de las puertas, notando que no era la única que se había levantado. Hasta algunos guardias de esa zona se habían movilizado, y algunos ya regresaban a sus puestos.

—¿Qué sucede?— le preguntó a uno, deteniéndolo.

El joven se paró firme y con la vista al frente, lo cual ocasionaban que pasara por sobre la cabeza de _____.

—Las concubinas salieron corriendo de su habitación por un roedor que ingresó. Regrese a descansar, otros guardias se están haciendo cargo del asunto— se hizo a un lado y siguió avanzando.

—Genial, mañana estaremos en la entretenida actividad de cazar todas juntas ratas.

Escuchó a Xiang que volvía a quejarse en el interior de la habitación.

Ahora, culpa de un roedor, estaba perdiendo las horas de sueño que tanto necesitaba.

Ahora, culpa de un roedor, estaba perdiendo las horas de sueño que tanto necesitaba

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Sus ojeras eran demasiado notorias. La señora Yu trató de atenderlas con alguna pasta que hizo en el momento, pero no tuvieron un efecto inmediato. La falta de dormir comenzaba a cobrarle.

Tampoco había descansado bien las noches anteriores a la muerte de su padre, siendo que estuvo cuidando de él para que se recuperara. Probablemente más de una semana llevaba así.

Estaba parada a un lado del maestro Mao, que le comentó que parecía que tenía lodo bajo sus ojos antes de que llegara el emperador. Y ni hablar de las malas miradas del resto de la corte.

Trataba de mantenerse lo mejor que podía, pero ni hablar de su semblante. Parecía que iba a golpear a alguien con tan solo verlo.

—Bien. Señorita hija de Chun, desearía que me acompañaras ahora a la charla que tendré con uno de mis generales. Maestro Mao, usted también.

—Sí, su-...

Pero antes de acabar, el anciano se le adelantó.

—La señorita no podrá asistir, su alteza. Tiene un asunto que atender.

Al comentario, el emperador ladeó la cabeza y _____ regresó a él con las cejas fruncidas de la confusión.

—¿Es cierto eso, señorita hija de Chun?

El mayor hizo un gesto con sus ojos, a lo cual ella terminó diciendo que sí. Creía entender que el maestro Mao se refería a que ella se retirara a descansar.

—Es una pena, pero deberás acompañarme. Necesito de alguien que pueda escribir.

—Su alte-...

Antes de protestar, fue interrumpida por otro miembro de la corte.

—Yo puedo hacerlo en su lugar, su majestad. Anoto bastante rápido— se ofreció.

—Pero yo estoy diciendo de que ella vaya. No podrán hacer sus tareas por el resto de sus días. ¿O acaso eso quieren?— volteó el rostro en esa dirección, haciendo que se disculpara —Además, debe adaptarse si trabaja aquí desde hace poco.

Por lo que veía, Qin Shi Huang no le había sido notificado el cambio que haría cuando llegara su tío.

—Tampoco dudo de que no sepa escribir como para requerir tus servicios— terminó con ese hombre para avanzar a la puerta y salir sin voltear.

_____ apresurada salió detrás de él junto al anciano. No sabía qué debía anotar ni nada por el estilo, pero tampoco se atrevía a preguntar por la conversación anterior y el cansancio.

Luego de unos minutos, su cabeza había comenzado a dolerle como veces anteriores en los últimos días. Y en sus manos ya tenía un pergamino, una tablilla para apoyarlo y un pincel. El pequeño cuenco con la tinta lo tenía el maestro Mao, para que ella no hiciera más malabares.

El área de los generales era gigantesca. Pasaron por un gran salón hasta llegar al exterior, donde habían muchos guardias entrenando.

—¡Su majestad!— se aproximó a él un hombre con total confianza, para terminar haciendo una reverencia —Ilumina este lugar con su presencia.

—Y eso que ya ha amanecido— comentó con gracia Qin Shi Huang para soltar una sonora carcajada, seguido del general.

El fuerte ruido hizo que los oídos de la muchacha comenzaran a pitar. Ya no daba más.

Sentía como conversaban los dos, mientras que el maestro Mao mantenía su posición a su lado. Quizás si debió de pedirle a su majestad que fuera alguien más en su lugar.

De sus labios salió un murmuro, que ni ella supo qué trató de decir. Y, cuando menos lo esperó, perdió la conciencia.

—¡Señorita!— exclamó el anciano alertado al ver como se inclinaba hacía adelante con los ojos cerrándose.

A ello, el joven de cabellos negros volteó y, en ese mismo instante, atrapó a _____ bastante confundido.

—¿Qué sucede?— interrogó alertado el general.

—No puede ser que ahora se me muera la hija del difunto, ¿cierto?— interrogó desconcertado Qin Shi Huang.

—Iré por un médico del palacio— informó el maestro Mao, quien fue detenido por el general, que tomó esa tarea en su lugar.

Mientras tanto, el emperador, con total calma dejaba a la joven recostada con cuidado en el suelo de esa galeria que daba al exterior. Pasó una mano por debajo de la nariz de _____, sintiendo que aún respiraba.

Lo bueno de ello, era que no se produjo ninguna baja: seguía teniéndola en su corte.

Lo bueno de ello, era que no se produjo ninguna baja: seguía teniéndola en su corte

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MUJER |Qin Shi Huang y tú|Where stories live. Discover now