Capítulo V

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Se removió en su lugar un poco, para terminar abriendo los ojos. Quedó viendo un buen rato el techado de esa cama, hasta caer en cuenta de que no conocía ese lugar.

—Ay, no, el emperador— dijo en medio de una queja mientras se sentaba.

Lo último que recordaba, era la espalda del joven hombre que vestía de forma extravagante frente a ella, y la tarea a la que había ido.

—Y aquí me encuentro.

Aquellas palabras hicieron que se sobresalta y regresara la vista a un lado del mueble en el que se hallaba. Allí estaba el muchacho sentado en un pequeño taburete, cerca y con sus piernas cruzadas. Obviamente, no había que olvidar su típica sonrisa.

—La septima vez que te vengo a ver, al fin despiertas.

—S-su majestad— apenada, intentó levantarse, pero un gesto de la mano de Qin Shi Huang, provocó que se detuviera.

—Señorita hija de Chun, el médico dijo que tal vez solo te encuentres cansada. Háblame al respecto del motivo de tu desmayo— ordenó, acomodando su mentón en la palma de su mano y su codo sobre una rodilla.

—Yo...— apretó las mantas, nerviosa.

En esa habitación no había ni un solo guardia, médico o incluso la presencia del maestro Mao. Solo era ella. Y la persona más importante de todo Qin, y se atrevía a decir que más allá de las fronteras igual.

—¿Tú qué?— insistió.

—No he podido descansar bien, su alteza— se tranquilizó, acabando por soltar aquella frase, cabizbaja.

—¿Tus motivos?

—Llego tarde a la habitación de las sirvientas y salgo temprano para desayunar. También por haber cuidado de mi padre cuando estaba enfermo durante las noches.

Trató de resumirlo y no trabarse al hablar.

—¿Habitación de las sirvientas?

Regresó la vista a él cuando estalló en carcajadas. _____ no entendía que podía resultarle tan gracioso.

—Disculpe la pregunta, su alteza, ¿pero de qué ríe?

Al tranquilizarse, pintó una sonrisa divertida en sus labios.

—Señorita hija de Chun, esta es tu habitación. Antes era la de tu padre cuando era tiempo de trabajo. ¿En serio haces ese recorrido cada noche y mañana?

Parecía que le hubieran contado un buen chiste. Y en el rostro de la chica demostraba que para ella no lo era. Hasta le había comenzado a molestar un poco.

—Sí, su majestad— dijo sin emoción, pestañeando lentamente.

—A todo esto— tomó aire para calmarse —, ¿comes bien? El maestro Mao me informó que no te ha visto para desayunar. Y tú acabas de decirme que desayunas. ¿Me estás mintiendo?

Abrió ligeramente sus ojos, para negar con la cabeza, aunque no creyera que la estuviese viendo por la venda que tenía.

—No, su majestad. Yo desayuno en el área de las sirvientas, es por eso que el maestro Mao no me ha visto— trató de explicarse.

Si la tomaba por mentirosa, no sabía de qué sería capaz de realizar en forma de castigo.

—Oh, bien— asintió.

Y quedaron en silencio, lo cual ponía nerviosa a _____, más si él quedaba sonriendo y con el rostro en su dirección. Tampoco veía indicios de que se marcharía.

—¿A usted le gusta la comida que hacen las sirvientas, su alteza?— preguntó para por lo menos que hubiese conversación.

Había tomado las palabras del maestro Mao —de que hablara con seguridad—, demasiado en serio. Y ahora se avergonzaba y retractaba. ¿Cómo se atrevía a preguntarle eso al rey?

—Es muy buena. A veces, me hacen recordar algunos platillos de mi infancia. ¡Son un milagro las manos que preparan mi comida!— exclamó emocionado.

Al parecer, no le había molestado su interrogante.

—Me alegra saber que la comida de la señora Yu sea de su agrado... Se esfuerza mucho.

Dibujó una pequeña sonrisa, aguantando las ganas de reír por los nervios de recordar la charla que había tenido la otra vez con la anciana.

—¿Señora Yu?— ladeó la cabeza.

—Es... la jefa de cocina.

Era el dueño de aquel palacio, pero con tantas personas trabajando ahí mismo, no los conocía a la gran mayoría. Sin ir tan lejos, un ejemplo, era ella.

Vio como el joven asentía, tomando con dos de sus dedos su mentón, pensativo.

—¡Bien! Me retiraré.

Se puso de pie de un salto, retomando su característica sonrisa y posando sus manos en su cintura.

—Espere, su majestad.

Atinó nuevamente a levantarse, pero un gesto de Qin Shi Huang la detuvo, haciendo que permaneciera sentada en la cama.

—Habla.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me desmayé?

—Eso fue ayer en la mañana. Y ahora es la mañana del día siguiente de ese. ¡Has dormido un día entero!

Se avergonzó del comentario, tratando de esconder su cabeza entre sus hombros.

—Vuelve a trabajar luego del almuerzo. Hay algunas cosas por organizar junto al maestro Mao.

Dio media vuelta y salió de allí.

Aún así, comenzó a rememorar gran parte de la conversación. Más que nada el comienzo. ¿Siete veces había ido a verla en total? ¿Cuál era el motivo de su visita?

La llegada del médico no provocó que dejara de pensar en ello. Trataba de encontrarle una solución a ese enigma. ¿Qué había sucedido?

 ¿Qué había sucedido?

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MUJER |Qin Shi Huang y tú|Where stories live. Discover now