Capítulo LXVI: "Hasta mi último aliento". FINAL I/II/

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La seda de araña también fue un gran descubrimiento. Se confeccionaba desde hacía mucho tiempo en Vergsvert, pero solo se comercializaba dentro del reino. Jonella era fanática de esa tela, fue a ella a quien se le ocurrió la idea de exportarla. Poco a poco, la seda de araña empezó a gustar entre la aristocracia de los grandes reinos y entre los ricos comerciantes de las ciudades libres. El delicado tejido se volvió un producto de lujo que solo se producía en Vergsvert y con la cual la nación ganó grandes cantidades de sacks de oro y plata.

El joven copero se desplazó a lo largo de la larga mesa y rellenó los vasos con vino de pera. Llevaban casi un tercio de vela de Ormondú discutiendo los problemas del reino y Karel no veía el momento de que la reunión concluyera.

—Hay otro asunto, Majestad, que debemos discutir —dijo el consejero Percival luego de beber de su copa.

—¿Qué otra cosa más preocupa a estos buenos hombres? —preguntó Karel, las palabras teñidas de sarcasmo y él cada vez más aburrido.

—Se trata de Oria —respondió Percival con cuidado—, vuelven a insistir...

—¿Hasta cuando Oria con esto? —dijo Arlan un poco enfadado—. Creí que había quedado claro que el rey no tiene por qué volver a casarse tan pronto.

Karel exhaló y cerró los ojos un breve instante. Hacía solo un año que Karelsius, su pequeño hijo, había muerto y seis lunaciones desde que Jonella lo dejó y volvió a Augsvert. Oria le dio un breve tiempo para el luto sin mencionar el tema de la sucesión, pero desde hacía un par de lunaciones, no dejaba de presionar para que volviera a casarse y engendrar un nuevo heredero.

El sorcere había logrado grandes cosas en el tiempo que llevaba reinando, excepto en lo que se refería a Oria. Más allá de evitar que mataran a los homosexuales (que continuaban siendo desviados a los ojos de los sacerdotes y de casi todo el reino), en ese aspecto no terminaba de conseguir todo lo que quería. Cambiar las creencias religiosas de los Vergsverianos resultó ser más difícil que lograr que los nobles y ricos del reino dejaran sus prácticas esclavistas.

—Hablaré yo mismo con los sacerdotes. Gracias, Percival. —Karel bebió el resto de la copa de un solo trago, como si de esa manera pudiera paliar el hastío que sentía—. Si no hay nada más que discutir, me gustaría retirarme.

Los consejeros y ministros inclinaron las cabezas en tanto el rey se levantaba y se marchaba de la sala.

A medida que avanzaba por los corredores bañados por la luz del atardecer seguido de Jakob, su guardia personal, los sirvientes se detenían brevemente, las cabezas se inclinaban mientras él pasaba. Karel ya ni se daba cuenta de que lo hacían de tan concentrado que estaba en sus pensamientos.

El rey entró a sus aposentos mientras Jakob se detenía en la puerta.

—Retírate a descansar, Jakob. Ve con tu mujer y tus hijos.

—Gracias, Majestad. Enviaré a Filibert a qué me releve.

Jakob se marchó luego de una reverencia y Karel terminó de entrar. Se quitó la corona, los guantes y la chaqueta, lo arrojó todo sobre uno de los sillones forrado en terciopelo. En la mesa continuaban sin abrir las cartas que lara Bricinia le había enviado desde Augsvert, dónde era la enviada diplomática de Vergsvert. Cuando el reino se estabilizó, Karel envió ayuda militar al país de su madre. A cambio, Augsvert prestó dinero que ayudó a sobrellevar la abolición de la esclavitud.

Caminó hasta el gavetero junto a la cama y tomó una caja de acero que había encima. La superficie estaba repujada con flores de Lys bellamente coloreadas, Karel acarició algunas con parsimonia. En apariencia, la pequeña caja no poseía cerradura ni otro mecanismo para abrirla; sin embargo, él pasó por encima la mano brillando en plateado y esta se abrió como una almeja, el interior quedó al descubierto.

El amante del príncipeWhere stories live. Discover now