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La belleza muere con la vida, pero se inmortaliza con el arte.
—Leonardo Da Vinci.

Chuuya está entrando a su casa, faltan unas horas todavía para que su horario de la universidad choque contra el de su vida diaria

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Chuuya está entrando a su casa, faltan unas horas todavía para que su horario de la universidad choque contra el de su vida diaria. Puede escuchar que Rimbaud está en casa, leves pasos se sienten en la habitación de arriba, donde duerme la pareja, por lo que decide no azotar la puerta esta vez.

Quiere escabullirse hasta su cuarto para tomar unas cosas y largarse, debe deshacer este humor y la única forma en la que sabe desquitarse sin hacerle (casi) nada de daño a nadie, es pintando.

Pero claro, pintar en lienzo es estresante en cierto punto, lo mismo sucede con pasteles y carboncillo. Cualquier técnica necesita paciencia para realizarse, pero Chuuya no tiene de eso en este instante.

Así que sube las escaleras sin hacer ruido, como si pudiera cambiar su densidad y evitar que sus pies toquen con mucha fuerza, aún si está casi saltando para apurarse y llegar lo antes posible. Quiere aventar su mochila, pero recuerda que no puede y solo la deja en su cama, toma una provisional que tiene para estos casos y revisa que no le falte nada, si es así mete latas y latas de aerosol en ella.

Escogió esta mochila porque no deja que el ruido interno se escuche para afuera. Perfecta para cargar latas.

—Necesito... —Chuuya habla consigo mismo, y no necesita contestación, él ya ha encontrado lo que quiere.

Se pone una sudadera con capucha -a pesar de estar entrando en verano- y se coloca la mochila sobre el hombro, así está listo para salir corriendo nuevamente, pero escaleras abajo a partir de ahora.

Sale aventurando su ser lo más lejos de su casa que puede, y si fuera capaz, iría aún más lejos de la existencia de la ciudad de Yokohama.

Y nuevamente ha encontrado un buen lugar, el mismo de siempre para ser preciso. Hay muchas paredes en el barrio mortero de Yokohama que son perfectas para darles vida. Este pequeño cráter en el centro de una ramificación de la ciudad es perfecto para él, nadie le diría nada malo si lo ven pintando por aquí o por allá, e incluso lo llegarían a alabar por ello.

Trepó unas escaleras de un edificio en ruinas, lo suficiente como para que nadie viva ahí, pero al mismo tiempo que no se caiga.

Ahí, de su mochila sacó sus cosas. Primero amarillo, esta vez quería algo chillón y llamativo, trazó varias líneas paralelas y desiguales en sus propios tiempos. Hizo lo mismo con el naranja.

Ahora tenía en la mano un azul rey muy fuerte y gratificante para su ser, no era del mismo tono de sus ojos, era más fuerte que él, más elegante.

El rojo le cobró vida a la pintura, el verde lo llenó de sentimientos y por último, colocó el negro.

El mismo negro que ve todos los días en sus sueños, cuando sus problemas invaden ese lugar y no le dan oportunidad de salir, porque ni siquiera le muestran una salida.

| GRAFFITI | SoukokuWhere stories live. Discover now