1. Eres uno de nosotros

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Caminaba por el jardincito de dentro de la universidad, procurando ignorar que hay más personas por ahí. Por suerte parecía que como siempre cada quien estaba metido en sus propios asuntos. En mi hora libre siempre iba para allá, el jardín tiene altos árboles (los más altos en la ciudad) que dan refugio a muchos animales: ardillas, insectos, arañas, incluso gatos, pero sobre todo aves. Las aves siempre me han encantado por una razón más misteriosa que mi propia existencia. Sus patas delgadas, sus picos, sus cabecitas, sus alas y sobre todo sus plumas, suaves como los sueños y tan ligeros como éstos. Miraba al alto follaje viendo los aleteos y los saltitos de los pajaritos, moverse entre las ramas y vivir a mi parecer, felices.

―¡Ezra cariño!―Bajé la vista bruscamente. Mire a mi alrededor, rogando que tuviera tiempo de esconderme porque sabía que sólo había una persona que me llamase así. Y, no solamente porque su hermano me hubiera dicho que no quería verme cerca de ella, no tenía nada de ganas de encontrármela. Sentí unos brazos echados a mi cuello desde atrás antes de que pudiera hacer nada. ―¿Cómo estás bebé?, hace tiempo que no te veía mi amor.

Solté el aire, frustrado, antes de responder. ―Te he dicho que no me llames así. ―Le solté antes de quitar su agarre de mi cuello y retroceder de frente a ella.

―¿Cómo, lindo? ―Se hizo la que no sabe nada mientras quitaba sus enormes lentes de sol de la cara, cuidando no quitar ni un chino de su lugar.

―Así, ni "cariño", ni "bebé", ni "amor", ni "lindo", ni de ninguna otra forma. Tú y yo no somos nada.

Hizo un puchero y movió una de sus piernas en botas de tacón sobre la punta, a la vez que colgaba sus lentes de una tira de su bolsa. ―Eres malo cielo, ―esbozó una sonrisa y yo solté un gruñido ante el apodo―pero me gustan los chicos malos como tú. Por eso eres mi chico.

―No soy...

―¡Te lo advertí cabrón! ―Cerré los ojos con fuerza, sabía muy bien a quien pertenecía esa airada voz. Se oyeron varios pares de pies corriendo velozmente y antes de que atinara a hacer algo ya me habían agarrado por los brazos. Abrí los ojos y frente a mí estaba ni más ni menos que Ángel, el hermano mayor de la chica que cree que porque así lo quiere yo seré su novio, y que por cierto me odia como los hombres lobo a los vampiros. ―Carmen vete de aquí. ―Le soltó sin siquiera verla, pero yo vi que mostraba una sonrisita.

―Claro, pero se bueno con mi chico. ―Se dio la vuelta y se fue contoneando sus caderas a paso de modelo.

―Bien, bien, bien. ―Su gesto me decía todo lo contrario.―Te lo dije, que no te quería cerca de mi hermana; ¿algo que decir antes de que te muela a golpes?

<<Que eres un estúpido prepotente que se cree mejor que los demás, y se cree muy macho porque golpea a un pobre diablo metido en problemas por culpa de su hermana rodeado de una pandilla mientras que el otro está solo>> Claro que no lo dije, tenía mi propia versión del dicho 'a palabras necias oídos sordos', que era 'a oídos necios palabras mudas'.

―¿No?, bien.―Borró su falsa expresión de desilusión y puso una de completa satisfacción mientras se preparaba para "molerme a golpes". Oí, antes que sentí, el puño viajando en mi dirección y cuando asestó en mi mandíbula ésta salió despedida hacia el otro lado dejando el dolor viajando por mi sistema. Después otro por el otro lado con resultados similares al anterior, y otro, y otro más. Luego me tomó por el pelo para ver satisfecho mi rostro.

La mueca en su cara se deformó a una de sorpresa y rápidamente a una de confusión por lo que vio en mí. Yo sabía qué era lo que había visto: los golpes en mi faz se desvanecían a ojos vista. Yo mismo lo encontraba muy raro, cada vez que tenía alguna herida me quedaba observándola un tanto estupefacto porque siempre desaparecían en relativamente poco tiempo, muy poco tiempo. La ira sustituyó a lo anterior y ese rictus me dijo lo que pasaría: seguiría con la sesión de golpes. Ahora me golpeó en el estómago, una, dos, tres veces; dejándome sin aire en los pulmones y luchando por una bocanada de oxígeno. Apenas fui consciente de que me soltaron y se fueron, sólo porque caí de cabeza y no fue un golpe cualquiera.

La senda del ave perdidaWhere stories live. Discover now