19. NYS

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Hemos atravesado toda la montaña y la cueva que hay al final del largo puente como nos dijo esa álgida, y no hay signos de Elakir

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Hemos atravesado toda la montaña y la cueva que hay al final del largo puente como nos dijo esa álgida, y no hay signos de Elakir. El cielo se agita frenético; pronto habrá una tormenta. La temperatura ha descendido al menos diez grados y el viento sopla con fuerza.
Levanto mi rostro permitiendo que el frío acaricie mis mejillas y cierro los ojos dejándome llevar.
Murcia no es una ciudad muy fría. El país en sí, no es frío en comparación con otros países. Debí haber ido a Verkhoyansk en Rusia, donde a orillas del río Yana, entre los montes y la cordillera, tienen una temperatura media de -46,2 °C. En el Abismo, al contrario que en el mundo mortal, mi cuerpo se siente ligero y fuerte a la vez; como cuando un pez escapa de una red y regresa al mar volviéndose a sentir vivo. La mayoría de los álgidos que deciden dejarse caer en el mundo mortal escogen los lugares más fríos. Sé que Glareth llevó a su familia a donde yo decidí estar porque está preocupado por mí. En un principio llegué a Murcia por orden de Abadón. Después, a pesar de que podría haber huido a otro lugar mucho más alejado del peligro, me quedé. No sé por qué lo hice, solo que si me hubiera ido no la habría conocido.
Cuando pienso en ella tengo que llevar mi mano al pecho. Me duele como si me abrasaran llamas. Tengo miedo de cómo voy a reaccionar, porque cada álgido en flama reacciona diferente según su Ira. No quiero hacerle daño; ni a ella ni a los suyos. Y en cambio, creo que ya lo hice al besarla sin su consentimiento. Al querer abandonar a su suerte a su amigo Nephilim, no una, sino varias veces.
¿Mi madre estaría orgullosa si supiera que quiero morir por una Nephilim, o se sentiría deshonrada? De primeras, no sé cómo ha podido pasar. No debería haberme enamorado de una Nephilim.
Y no importa el destino que escoja Arlen; si quiere evitarme por miedo a que Abadón me mate o si me rechaza porque no siente nada por mí, cuando Arlen me aparte de su vida, la flama me matará de dolor. Este es el verdadero temor de un álgido al estar en flama.
Reconozco que tengo miedo a morir, tanto o más que ella. Lo pienso a cada momento; me tiemblan las piernas, me duele la mandíbula de apretar los dientes... Tengo miedo.
El pie resbala por no estar pendiente del camino, sino abstraído en mis pensamientos. Escucho mi nombre en la voz de Jedric y de Euriale mientras ruedo hacia abajo. Consigo sujetarme en una roca sobresaliente y mi cuerpo queda colgado en una inclinación muy pronunciada. Abajo solo se ve oscuridad. Podría ser la morada de muchas bestias.

—¿Estás bien, Nys? —Jedric y Euriale llegan volando.
—¿Qué habrá allá abajo? —Pregunta ella.
—¡No quiero saberlo! —Exclamo tratando de impulsarme para subir a tierra firme.
—¡Venga, Nys! ¿No hablarás en serio?

Jedric tira de mi brazo, obligándome a abrir las alas para no caer. Divirtiéndose con el momento, me arrastra hacia abajo.
Siempre han sido así. A pesar de las normas de Elakir, la curiosidad y el ansia de aventura los ha llevado a cometer locuras; por supuesto, empujándome a mí a ello. Después, cuando nos pillaban, Glareth nos regañaba y castigaba atando nuestras alas con gruesas cuerdas. A Euriale solo le preocupaba que sus preciosas alas brillantes se dañaran, mientras que Jedric intentaba calmar mis llantos. Él siempre ha sido mi apoyo, pero también quien más me hizo llorar. Una vez, nos adentramos en la guarida de una bestia cuyas escamas eran tan venenosas que podían matarte solo con rozarlas. Jedric se divertía haciéndola rabiar con sus flechas. Éstas no lograban atravesar su gruesa piel, aunque a él no le importaba mientras lo entretuviera. En un momento de despiste, lo golpeó con una de sus garras de uñas verdes. Jedric quedó inconsciente en el suelo mientras que yo, aterrado, era incapaz de moverme de la entrada de la guarida. Grité su nombre repetidas veces y lloré pensando en que los dos íbamos a morir allí. Euriale apareció y con esa facilidad que tiene para abrir branas, envió a la bestia a otro lugar. Aun así, incluso cuando el peligro había cesado, me derrumbé de rodillas y lloriqueé pensando que Jedric estaba muerto. Mi cuerpo se sacudía y el pecho me dolía. Creí que iba a morir del dolor por la pérdida de mi mejor amigo, hasta que lo vi ponerse en pie y sonreír. Entonces me sentí aliviado. No pude enfadarme con él.

Destino (Trilogía. Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora