8. ABISMO

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Leuviah camina con paso decidido y la espada desenvainada. El viento agita sus cabellos cobrizos que, mojados por la lluvia, se adhieren a su cara. Poco le importa esa molestia; en estos momentos no alberga la duda en su mirada.
Sin pensarlo dos veces, avanzo hasta Leuviah lo más rápido que mis temblorosos pies me permiten, otorgándole tiempo a Nys para que huya. Me agarro al brazo que sujeta la espada esperando asimismo inmovilizarlo. Leuviah se detiene al reparar en mi rostro.

—Tienes un arañazo en la cara.

¿Un arañazo? Palpo mi rostro hasta dar con él en mi mejilla izquierda. Probablemente ese lobo me arañó cuando se abalanzó sobre mí; ni me había dado cuenta porque no noté dolor alguno. De pronto, en mitad de mi reflexión, Leuviah reanuda el paso hacia Nys arrastrándome con él. Tiro de su brazo hacia atrás para frenarle.

—¡No ha sido él! ¡Detente!
—¿Cómo puedes estar tan ciega? ¿No ves que ha sido él quien ha traído a esos demonios?

Su poder; ha tenido que ver lo que ha pasado cuando me ha mirado a los ojos. No puedo defenderlo porque Leuviah tiene razón; ha sido él quien ha traído a esos demonios al lugar donde me encontraba poniendo mi vida en peligro, y lo que es peor, la de Aaron también. No puedo pensar en nada que ayude en su defensa salvo el miedo a morir.
Miedo a morir. Sé lo que se siente.

—¡Nys, huye!

No puedo frenar a Leuviah. Ni siquiera lo hago retroceder cuando tiro de su brazo hacia atrás. Si sigue avanzando y Nys no huye, solo tendrá que cambiar la espada de mano. Y justo como preveo, cuando estamos a escaso un metro, lanza la espada hacia la otra mano y agarra la empuñadura con rigidez. Se alza levantando el filo y...
Me lanzo hacia Nys en el último instante. Es en lo único que he podido pensar. El único modo de que se detenga es utilizando mi cuerpo como escudo para protegerlo.
Ignoro el tiempo que ha pasado desde que me arrojé sobre él, pero algo ha debido de ocurrir.
Nys y yo abrimos los ojos casi al mismo tiempo: me hallo sobre su cuerpo, rodeados de arbustos y tierra que nos ensucia la ropa mojada. Nuestras miradas se cruzan unos instantes y mis mejillas comienzan a enrojecer al tener sus labios tan cerca de los míos. Me aparto bruscamente para ponerme en pie. Estamos en un bosque oscuro; hay muchos árboles rodeándonos y las copas están tan juntas que impiden ver el cielo. Solo la luz de la luna ilumina el camio filtrándose por una abertura entre ellos. El musgo crece sobre los troncos de los árboles y los hongos y setas a sus pies.

—¿Dónde estamos?

Nys se pone en pie y, al igual que la luna ilumina el bosque oscuro, su luz hace juegos de luces de plata sobre sus cabellos. Sus dedos van a enredarse entre los mechones y los agita produciendo que gotas de agua surjan como diamantes. Puede que sea un demonio, pero ahora mismo es una visión hermosa en brillantes tonos de plata y nácar.

—¿Por qué me miras así? —Despierto de mi conmoción cuando me pilla embelesada en él— Estamos en el Abismo.
—¿¡Cómo?! ¿Has dicho que estamos en el Abismo?

Una mariposa surge a nuestro lado. No vuela, sino que se desliza en el aire como un pez nadando en el mar. Es borrosa, irreal, y vuelve a desaparecer de inmediato porque es tan sombría como la penumbra misma del bosque.

—¿En serio? ¿Cómo hemos llegado?
—Imagino que con la brana que has creado. Las branas son conductos con el más allá. Normalmente solo te aíslan del lugar donde estás, pero nunca te llevan al Abismo a no ser que tengas el poder suficiente como para abrirla.
—¿Qué yo he abierto una brana? ¿Cómo voy a poder hacer eso? —Pregunto incrédula observando nuestro alrededor.
—Te aseguro que yo no he sido. No tengo suficiente poder.
—¿Qué es realmente una brana?

Nys me echa una fugaz mirada que delata cansancio. Supongo que no tiene ganas de soltar explicaciones.

—En tu mundo existen branas que circulan sin ser vistas o percibidas por un humano corriente. Estas branas están conectadas con el Abismo y facilita la llegada de seres a tu mundo. Cuando entras en una de ellas, solo hay dos modos de salir: O esperar a que desaparezca, y entonces regresarías a tu mundo, o encontrar la salida.
—Bueno, muchas veces me he colado en una brana. A veces me encontraba en el mismo punto de la calle, pero como en una burbuja invisible, y otras veces era un sendero tenebroso —Levanto la vista pensativa hacia las copas de los árboles y después dirijo mi atención a Nys—. Sin embargo, nunca he creado una; mucho menos al Infierno.
—No es tan fácil llegar al Infierno. Estás en la zona superior, el Abismo. Créeme, no querrías estar en el Infierno

Destino (Trilogía. Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora