𝐓𝐑𝐄𝐍𝐓𝐄-𝐒𝐄𝐏𝐓 ⋆ ˚。⋆

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— ...yagi.— escuchó una voz a lo lejos.— Aoyagi.— repitió, esta vez moviéndolo ligeramente por el hombro izquierdo.

Abrió los ojos e intentó acostumbrarse a la luz de la ventana y a los gritos de sus compañeros, ya fuera dentro del salón o por los pasillos.

— ¿Kusanagi...? — analizó la silueta de su compañera, quién se encontraba nerviosa.

— Tienes suerte de que el profesor no te haya visto. Estuviste dormido casi toda la clase.— le informó, señalando a los demás estudiantes irse a algún lado puesto que ya era la hora del descanso.

— Oh.— dijo una vez cayó en cuenta de sus cuadernos debajo de sus brazos.— Lo lamento.

— No tienes por qué disculparte.— negó varias veces, probablemente había sido la conversación más larga que había tenido con él, a esas alturas ya debería empezar a ponerse nerviosa.

Y aún así, su instinto generó curiosidad repentina respecto al estado del joven a su lado.

— ¿Puedo preguntar qué ha pasado? Hoy no ha venido tu novio loco a gritar por todos lados buscándote. Es raro, pero ya me acostumbré a su escándalo.— soltó una leve risa, acercando su banca hasta dar con él.

— ¿Akito? — sonrió sin querer al pensar en él, eso ya era buena señal.

— Shinonome puede ser bastante persistente cuando se trata de tí. Creo que el 1-B lo conoce más que sus propios compañeros.— asintió.— ¿No se trata de él, cierto?

— La verdad es que no.— suspiró, jugando con sus manos de manera inquieta.

— Respira.— pidió, tomando estas entre las suyas de manera calmada.— Rui solía hacer esto muchas veces. Asumo que estás estresado.— recordó la infinidad de veces en las que su mejor amigo también había pasado por eso.

Nene sabía que algo estaba mal. Sus ojeras eran incluso más notables que las de ella cuando jugaba hasta tarde y se miraba realmente angustiado. Eso sin mencionar sus dedos cubiertos de vendajes.

— Lo siento tanto, Kusanagi.— se disculpó de nuevo.— No debería quitarte tu tiempo de descanso.

— Ya te lo dije, no hay por qué pedir perdón.— sostuvo su agarre con un poco más de fuerza al darse cuenta de que quería seguir apretando sus manos.

Era el inicio de un ataque de ansiedad.

— Respira, por favor.— susurró para no asustarlo más.— No quiero que te hagas daño.

Toya cerró sus ojos con fuerza y finalmente hizo lo que le pidió.

— Eso es, lo estás haciendo muy bien.— sonrió, animándolo a continuar.

Se encontró a sí mismo capaz de tranquilizarse, así que fue aflojando su fuerza. Su necesidad de lastimarse se estaba yendo poco a poco.

— Puedes hablar cuando te sientas listo.— le dijo, dejando ir sus manos cuando supo que ya estaba calmado.

labios rotos.Where stories live. Discover now