—Es imposible —dice cargando otra flecha en el arco—. Cuando acabo con una, aparecen dos más detrás ésta. Tenemos que escapar volando antes de que se echen sobre nosotros.
—¿Volar, dices? Ah, claro, mis preciosas alas blancas son tan dinámicas... —responde Aaron con sorna.
—Te jodes, Nephilim —se mofa guiñándole el ojo.
—Imbécil.—Inútil saco de huesos.

Jedric expande sus enormes alas negras que, a diferencia de las Nys, en lugar de llevar manchas grisáceas en las plumas primarias, son más parecidas a las de un cuervo. Euriale le imita; las de ella tienen un cierto brillo plateado y son más pequeñas. Ambos ascienden rápido, justo en el momento que dos se abalanzan. En lo alto, Jedric las derriba con sus flechas.

—¡Venga, Nys! ¡A qué esperas! —grita Euriale—. Jedric no podrá aguantar mucho más.
—Peor —informa este—. No me quedan muchas flechas.
—¡Si no las hubieras malgastado conmigo, tendrías más! ¡Descerebrado!
—¡¡Calla, maldito Nephilim!! ¡Me pones de los putos nervios!

Nys extiende sus alas, empuja a un lado a Aaron y me sujeta por la cintura.

—¡No! ¿Qué haces? ¿Y Aaron?
—Solo puedo llevar a uno.

¿Pretende dejar a Aaron a merced de estas bestias? Esto es ya lo que me faltaba.
Cuando me eleva a casi un metro del suelo, trato de agitarme con fuerza hasta que me suelta. Caigo clavando las rodillas en la tierra justo en el momento que una mujer serpiente se abalanza sobre mí. No me da tiempo a reaccionar, ¡me he quedado en blanco!
Aaron se interpone clavando en su pecho la espada demoníaca que antes dejó caer cuando le quemó en sus manos. Y aunque se está quemando y que están sangrando, la mantiene fuerte para eliminar al que estaba a punto de matarme.

—¡Suelta esa espada! —grito percatándome de la cantidad de sangre derramada.
—¡No! —Aparta la espada cuando mi mano va a cogerla—. La necesitamos para defendernos, tonta.
—¡¡Arlen!! —Nys me llama desde arriba.

Me niego a dirigirle la mirada y a responder. Me da mucha rabia que esté allí arriba con esos dos y no nos esté ayudando. Me duele que haya intentado abandonar a Aaron.
Una de ellas aprovecha la zona ciega de Aaron para abalanzarse sobre él con sus largas uñas a modo de garra y sus afilados colmillos de serpiente. Lo empujo hacia un lado consiguiendo que suelte la espada y así cogerla. Antes de notar cómo mi piel arde a su contacto, noto la empuñadura húmeda, impregnada en la sangre de Aaron. Segundos después, mi piel arde. Aprieto la mandíbula y alzo la espada con ambas manos tan fuerte que, su propia fiereza me impulsa y me eleva unos centímetros del suelo. El filo centellea y decapita la cabeza de la mujer serpiente.
Grito de dolor. Me estoy abrasando las manos. ¡Es un inconsciente! No sé cómo ha podido aguantar tanto el dolor de la quemazón inflamando su piel. ¡Duele mucho! Es como agarrar las rejillas del horno mientras está a pleno rendimiento.
Aaron intenta quitármela, pero mi piel se adherido a la empuñadura. Intento abrir mis manos que no responden a mi voluntad. Grito otra vez por el dolor. Estoy llorando.

—¡¡Me cago en la puta!!

Aaron es una persona que suelta bastante tacos e insultos, pero es la primera vez que escucho una palabrota así. Está furioso; no solo porque esta espada ha decidido calcinar mis manos, sino porque ellas van a atacarnos todas a la vez.
Varias flechas silban a nuestro alrededor formando un bloque congelado como escudo. Sin embargo, no es suficiente para contenerlas; lo esquivan y parte lo derriban con sus uñas. Aaron desiste de querer soltar la espada, y advirtiendo que la muerte nos acecha a los dos mientras los álgidos nos contemplan desde arriba, me abraza para cubrirme con su cuerpo. Él va a ser el primero en morir desgarrado por esas bestias hambrientas mientras que yo estoy paralizada por el pánico de no poder hacer nada para impedirlo. Mis manos arden, duele muchísimo, y no logro que la espada se suelte.
Alguien nos derriba al suelo. Una ola de frío nos azota y explota con grandes sacudidas. No dura mucho tiempo, solo unos segundos.
Asustada, abro un ojo y después el otro. ¿Se ha nublado? Todo está más oscuro y hace mucho frío.
No, no está nublado; son dos grandes alas negras que nos cubren. Reconozco estas alas manchadas en tonos grisáceos. Busco a Aaron; está debajo de mi cuerpo y se ha desmayado por el golpe de aire frío. Levanto la mirada y me cruzo con los ojos en Ira de Nys. Nuestra mirada de unos segundos se hace imperecedera.
Nys arranca sin ninguna dificultad la espada; la maldita espada que ni Aaron ni yo hemos sido capaces de arrancar, y la arroja lejos. En el momento en que se pone en pie, puedo ver el escenario que nos rodea: las bestias están congeladas en la última pose que mantuvieron antes de que la ola de frío golpeara sin compasión. Le ocurrió lo mismo a aquel enorme jabalí que derribó su guarida. Solo que esta vez ha podido protegernos de la sacudida cubriéndonos con sus alas.

—¿Has visto lo mismo que yo? —Escucho a Euriale murmurar—. Ni siquiera mi padre es capaz de hacer algo así.
—¡Vamos! —grita Jedric, muy irritado—. ¡Vendrán más!

Destino (Trilogía. Libro 1)Where stories live. Discover now