22. Maniac

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Mi cabeza dolía como la peor resaca que había tenido en mi vida. Abrí mis ojos con gran esfuerzo e intenté no vomitar en el proceso. Todo en mí daba vueltas y en cualquier momento me desmayaría de nuevo. La tenue luz que venía del techo retumbaba en lo más profundo de mi cabeza.

-Marianne... -habló de repente.

-Qué? Qué se supone que estás haciendo? Por qué...

-No es lo que tu crees, yo no quería... yo...

El desconcierto cambió por furia en el momento en que lo vi dudar de sus acciones, no sabía de dónde estaba sacando el valor pero de repente me levanté de mi lugar y me abalancé contra él gritando y rasguñándolo por el camino.

-¡Eres un hijo de puta! ¡Déjame salir de aquí! ¿Te volviste loco?

-Quédate quieta y te lo explicaré.

-¿Que me quede quieta? ¿De verdad quieres que me quede quieta? ¡Voy a matarte! -aproveché para alcanzar con mi brazo un vaso con agua que estaba a mi lado e intenté herirlo con él.

-Quédate quieta, Marianne! -me tomó fuerte por las manos mientras yo forcejeaba por quitármelo de encima.

Levanté mi rodilla y lo golpeé cerca de la entrepierna.

Su cara se enfureció y me empujó con fuerza de vuelta a la cama 

-¡Que te quedes quieta, joder! -abofeteó mi mejilla derecha con fuerza y ahí fue cuando el pánico me invadió.

Ese fue el momento en el que me di cuenta de lo que estaba viviendo. Y es que esto no era un juego. Scott no estaba jugando. Definitivamente no. 

Mis mejillas se humedecieron con rápidas y abundantes lágrimas que solo reafirmaban el miedo que sacudía todo mi cuerpo. Si se había tomado las molestias de secuestrarme y traerme hasta aquí, en este momento estaba segura de que sería capaz de cualquier otra atrocidad.

Había vivido abuso físico y verbal casi toda mi adolescencia. De cierto modo me había acostumbrado lo suficiente como para aceptarlo parte de mi rutina. Pensaba que todo ese resentimiento contra mis padres había quedado atrás desde el momento en que pisé Mónaco y dejé de depender de ellos, pero ahora, encerrada en este lugar con el lunático ex novio de mi amiga, parecía que volvía a vivir cada lágrima una y otra vez.

Scott intentó acercar su mano a mi mejilla y yo no pude moverme de mi lugar, atónita. Limpió mi rostro con la manga de su camisa y luego retrocedió llevándose las manos a la cabeza, frustrado.

-Joder! No quería hacerte daño, de verdad que no. Perdóname, Marianne, pero yo... no sabía en lo que me estaba metiendo, yo...

Alcé mi vista y no pude hacer más que escuchar atentamente lo que decía.

-Cuando llegaste por primera vez aquella noche... me gustaste, me gustaste mucho. Y eso estaba mal, porque mi relación con Crystal iba bastante bien, incluso le iba a pedir matrimonio, no podía echarlo a perder. No pude evitar comenzar a investigar un poco sobre ti porque no te lo voy a negar, había algo que no me cuadraba. Cuando Crystal me contó que te habías besado con Daniel me volví loco. Y tenía yo toda la culpa de ello. Yo los había presentado. ¿Sabes lo mal que se siente ser el insípido amigo de un famoso? ¿Que la gente se intente acercar a ti solo porque sabe que eres su único camino a conocer a su ídolo? Pues yo sí. Y lo soporté por mucho tiempo. 

Bajé la mirada ante sus palabras. No podía comprender cómo había cambiado tanto para llegar a ser el monstruo que tenía en frente. O quizá siempre lo fue. Al fin y al cabo los monstruos también son los buenos cuando son ellos quienes cuentan la historia.

Realidad ❀ Charles Leclerc Where stories live. Discover now