Capítulo 1. Heimlich.

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Nación de Marley.
Actualidad.

Habian transcurrido un par de años luego de la guerra entre Marley y la Isla Paradise, pero las secuelas de aquella catástrofe aún perduraban en las personas que más sufrieron a causa de ello.

Personas con heridas incurables, trastornos de estrés post traumático, problemas patológicos, etcétera.

Supongo que de ambas partes tuvieron su merecido después de todo.

Después de lo ocurrido, confirmé que odiaba las guerras. ¿A quién, en su sano juicio, le gustan?

En mi corta vida jamás creí que viviría lo suficiente para ver tales acontecimientos, pero enos aquí.

En fin, esa mañana en particular era más fría que cualquier otra. El invierno apareció como una estrella fugaz a través de los cielos. Pero la nieve llegó para quedarse.

Mis manos con guantes estériles estaban congelados mientras retiraba de aguja del brazo del pequeño a quien le correspondía la vacuna, un pequeño muy valiente.

-Muy bien Ethan, lo hiciste genial- felicité al niño de ojos color miel, que me miraba con entusiasmo.

-Muchas gracias enfermera.

Sonreí mientras lo ayudaba a colocarse nuevamente su chaqueta para protegerse del frío, una vez se dirigió con su madre empecé a descartar los materiales utilizados y a desinfectarme una vez más.

Llamenme loca de los gérmenes, pero desde que me dediqué a la profesión de la salud me volví maniática con la limpieza y la desinfección.

Empecé a llenar el reporte del pequeño cuando tocaron suavemente la puerta de mi consultorio.

El rostro de mi madre se asomó con una radiante sonrisa.

-¿Cómo está mi hermosa enfermera?

Le sonreí dulcemente mientras la abrazaba con fuerza.

-Mamá, te he extrañado mucho- susurré contra su cabello, aspirando el suave aroma a lavanda que desprendía de el.

-Y yo a ti Halley- se separó brevemente para mirarme de arriba abajo -estás bellísima ¿cuando creciste tanto?

Arqueé una ceja acusatoria ante aquella burla.

-¿1,53 es demasiado?- Ella rió ante la ironía en mi voz.

-Lo lamento, eso lo heredaste de mí por desgracia- y era verdad, ella tenía mi misma estatura, solo que era algo regordeta.

La invité a sentarse mientras le pasaba una taza de café recien preparado.

Hacia meses que no la veía y aún así se veía hermosa. Su cabello estaba corto hasta la altura de sus hombros, castaño claro con la presencia de algunas canas asomadas en sus raíces, y ojos azules escasos de brillo.

-¿Qué tal la vida en Liberio?

-Algo aburrida si te soy sincera, pero por suerte el trabajo me lo compensa.

𝓔𝓵 𝓬𝓸𝓶𝓮𝓽𝓪 𝓱𝓪𝓵𝓵𝓮𝔂  | 𝓛𝓮𝓿𝓲 𝓐𝓬𝓴𝓮𝓻𝓶𝓪𝓷Where stories live. Discover now