• T R E S •

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Ella soltó una risa.

Hace tiempo que no me reía de tal manera —se dijo internamente.

—Oh vamos, no debes reírte —se quejó el muchacho moviendo la cabeza.

Con más razón lo hizo. La joven se carcajeo con más ganas destapando sus labios dejando que su risa contagiara al pelirrojo de arriba.

—Apuesto a que ella lo hizo en ese momento, chusmeador de balcones —secó una lagrima por la emoción.

—Pues no lo hizo, solo se cubrió sus labios—

—¡Se burló de ti! —lo interrumpió.

—Bueno, bueno, quizás si lo hizo —se rindió son voz cansada —¿Qué hay de ti? —ella aplano los labios.

«¿Qué había de ella?» —se preguntó.

No había historias de risa y humor, al contrario era de lágrimas y tristeza.

—Nada, pues soy la chica de los lamentos después de todo ¿no? —habló usando el apodo que él le había puesto desde el día en que la escuchó.

—¡Vamos! Debe haber algo interesante que haya ocurrido —ánimo intrigado por conocer alguna anécdota divertida, y saber más de esa chica que con solo escuchar su voz lo hacía querer cruzar la puerta del departamento, y correr a la puerta del de la joven y conocerla.

La mirada de ambos se abría encontrado de no ser por el piso que estaba entre ellos. Los dos soltaron un suspiro al compás.

Esto de las conversaciones en los balcones por la tardes se estaba volviendo una costumbre —pensaron.

Por un lado se encontraba ella, Julie que luego de un año hablándole a la nada en ese balcón. Al fin tenía a alguien con quién hacerlo. Aunque no lo conocía, todas las tardes se estaba en el lugar, solo bastaba con comenzar a lamentarse del día que había pasado, y allí estaba su voz respondiendo a sus pésimas parlancherias.

Por otra parte, él, Benjamín. Al tomar la decisión de mudarse apresuradamente y obligado, jamas pensó encontrarse con una chica lamentándose sobre el amor y maldiciendo a los hombre y reclamandole a cupido.
Al final su mudanza estaba siendo más interesante de lo que pensaba.

—De hecho no, no existe nada interesante—comentó Julie con voz clara.

—¿Esperas que me lo crea? —su comentario la interrumpió —¿Qué hay de tus maldiciones a los hombres? —su labio fue mordido por sus dientes.

—Eso solo fue—

—Vamos cuéntame alguna anécdota como la mía —volvió animar Ben, apoyándose en el barandal fijando la mirada en el paisaje.

—Pues yo no tendría una cita programada con la vecina por intermedio de mi madre, mucho menos me sentaría en la mesa equivocada para hablar con una desconocida—recordó la historia que Ben le había contado.

—Pues nosotros no nos conocemos y hablamos —le recordó el pelirrojo frunciendo el ceño.

Benjamín tenía razón, sus historias en algo se asemejaban. No en completo, pero si en algunas partes.

La castaña frunció el ceño.

—Eso es diferente. Además—

—Ya —la cortó alzando una mano aunque la joven no podía verlo —me quedó claro que no quieres hablar de ti —dijo con pena.

Julie entre abrío los labios para contradecirlo, pero no pudo hacerlo.

—Debo irme, tengo trabajo —habló del otro lado Benjamín, bajando la mirada a la calle.

Lo siguiente que se escuchó fue un silencio absoluto, del que Julie sintió culpable.

La culpa era de los hombres —se recordó con amargura.

La culpa es de él —dijo con tristeza.

—Lo siento —susurró mirando el piso del balcón de arriba.

Aunque Julie, susurro suavemente, el sepulcral silencio de la tarde de otoño ayudo para que Benjamín pudiera escucharla y sonreír con los ojos puestos está vez en el paisaje que formaba el horizonte.

No hay qué sentir —pensó el pelirrojo.

Tardes de Otoño © |Completa| Where stories live. Discover now