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El sol amarillento alumbraba las últimas horas de la jornada. Las castaña, suspiró mirando el paisaje tan bonito.

—Sería maravilloso si la vida fuera tan bonita como el atardecer, sin traiciones, sin rencores y sin un corazón roto de por medio —comentó recostada sobre el barandal del balcón de su departamento.

Ojalá sería tal como eso —pensó apenada por lo sucedido horas atrás.

Las traiciones de los seres que más se quería eran las más dolorosas.
Para ella lo era, su novio había sido una persona tan especial, y al final le dió un puñal del que jamás de olvidaría, o al menos eso era lo que pensaba.

Una lágrima cristalina, rodó por su mejilla.

—¡Te odio, te odio, te odio! —gritó tirando a la calle las pequeñas macetas que su madre se habia esmerado en regalarle el día de su mudanza. —¡Tú y todos son iguales! —declaró tomando la tácita de porcelana que reposaba con café sobre la mesa de la esquina. —¡Ah! Maldito seas tú y todos los hombres —gritó al quemarse por los saltos que propinaba.

Sus castaños ojos, se detuvieron a observar la taza que tenía fotografías de ellos, todo había parecido tan bonito en aquellos meses. Él decía quererla y ella, sin dudarlo le creía.

Pero que ilusa era —pensó —Era la peor de las ilusas al pensar que, él me amaba como lo dijo la última noche que estuvimos juntos.

—¡Todos los hombres son iguales, ninguno vale realmente la pena! —exclamó con enojo —traicioneros, mentirosos, idiotas y sobre todo, unos completos invencibles, que no les da miedo jugar con las mujeres que tenemos sentimientos para con ellos —pausó para tomar una larga respiración y proseguir.

Vamos, Julie —se ánimo —tu puedes.

—¡Ojalá te enamores, y te rompan el corazón diez veces más de lo que tú lo hiciste conmigo, idiota! —lanzó la taza por el balcón, mientras gritaba a los cuatro vientos.

No le interesaba nada, quería sacar toda la furia que sentía.

—¡¿Me escuchaste?! —preguntó gritando como una completa despechada en la primera tarde otoñal. —¡Ja, soy patética! —se respondió moviendo la cabeza —¡Otra vez cupido se equivocó en lanzarme su flecha!

—Técnicamente las flechas de cupido no se equivocan.

Rodó los ojos.

—Claro, como no —se burló.

—De hecho, creo que la que se equivocó con el chico, fuiste tú.

Frunció el ceño, enfadada con su conciencia traicionera que no la apoyaba.

—¿Desde cuando eres tan contradictoria, eh? —preguntó golpeando levemente los nudillos en su cabeza.

—¿Quién es contradictoria? —preguntó la voz luciendo enojada.

Soltó una risita.

—Pues tú, querida conciencia.

Una risa se escuchó del otro lugar.

—No soy tu conciencia —afirmó con voz clara.

La joven frunció el ceño confundida.

—¿Ah, no? —torció la cabeza —¿Me estoy volviendo loca? —preguntó preocupada.

—Quizás.

—Si no eres mi conciencia... —se interrumpió pensando —¡ay no! —chilló horrorizada —¿Eres cupido? —miró al cielo buscando al ser de los corazones —Por favor te lo pido, no más flechas erradas para mí —suplicó juntando las manos —¡Ve, y flecha por error al idiota de mi ex, él si se lo merece!

Merecerlo era poco —pensó desviando un segundo la vista al suelo.

Según ella, Braulio Castañer, era el peor ser humano existente.

Merecía ser flechado, enamorarse y que lo rompan en todos los sentidos posibles, el corazón, los huesos y las patéticas cartas de amor que le regalaba cada mes por su aniversario de noviazgo.

—Eres conciente que no soy tu conciencia, ni cupido ¿Verdad? —se escuchó otra vez aquella voz grave y masculina.

—¿Entonces, quién eres? —preguntó agarrándose del barandal y estirando la cabeza como una completa tortuga entrometida.

—Soy un chico tranquilo, que mientras admiraba el primer paisaje de la tarde otoñal del año. Escuchó la maldición lanzada para todos los hombres.

—Oh, entonces no eres—

El color carmesín se instaló lentamente en sus mejillas pecosas.

—No —la interrumpió con voz indignada y divertida —solo soy el vecino.

Esa misma tarde, fue solo el principio de las que le seguirían a continuación.









Tardes de Otoño © |Completa| Where stories live. Discover now