• D O S •

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—Aquí estamos, otra vez —se susurró a sí misma soltando un suspiro en medio de sus lágrimas. —¿Acaso, jamás va terminar? —preguntó soltando unos sollozos  —¡¿Qué más es lo que quieres de mí, eh, cupido?!

—Con tantas quejas el nombre de aquel ser inexistente se gastará ¿No lo crees?

Otra vez la misteriosa voz. O mejor dicho, de nuevo el vecino —pensó.

—¿Otra vez escuchando mis patéticos lamentos? —preguntó rodando los ojos.

Su risa fue lo que primero escuchó antes de la contradictoria respuesta que recibió.

—¿Lo que oí son nuevas objeciones a cupido?

La castaña torció los labios.

—No.

—Eso no fue lo que escuché —habló el joven tomando la taza de café para llevarla a su boca.

Por otro lado, en el balcón de abajo, Julie hizo lo mismo.

El clima estaba perfecto para una taza de café con facturas y medialunas. Lástima que no tenía, no tenía ninguna de las opciones para acompañar su bebida. Solo tenía tostadas y manteca.

—Pues, quizás no escuchas bien —encogió sus hombros y luego le dió una mordida a su tostada.

—Tal vez seas tú la del problema —contraatacó la otra persona desde su balcón.

La muchacha entrecerró los ojos sintiendo poder verlo, su personalidad era extremadamente entrometida en comparación a los hombres que había conocido en su corta vida.

—¿No tienes nada interesante que hacer? —preguntó con los ojos puestos en la calle vacía —Claro, además de escuchar conversaciones ajenas —soltó con burla.

—De hecho, tengo cosas que hacer. Pero, me parece más interesante escuchar los lamentos de una chica que odia a cupido y a los hombres.

—Ah, entonces eres un chusmeador de balcones —rodó los ojos.

—Puede ser. Te recomiendo no lanzar más discursos de desamor por este lugar —recomendó el joven bebiendo su café mirando el atardecer.

La castaña negó con la cabeza.

Ella no podía ir a otro lugar que no fuera el balcón, debido a que había sido el único sitio donde había podido desahogarse durante estos meses después de las largas jornadas en la universidad.

—Mi lugar especial es el balcón, por lo tanto quien debe ir a otro sitio eres tú —replicó apretando los puños —chusmeador de balcones.

—Que bonito, hasta tengo un apodo —soltó una risa el joven ignorando lo que había dicho la joven anteriormente.

—Hablas como si jamás me ubieras puesto uno —exclamó rodando los ojos, imaginando algún sobrenombre nada normal y extraño.

—Y no lo hice —respondió el pelirrojo e hizo una pausa —pero, si te empeñas en que me inventé uno, lo haré —añadió con una sonrisa pícara.

—¡No! —chilló agudamente la joven— es decir no. No hace falta, no debes molestarte —mordió uno de sus labios pidiendo internamente que no se le ocurra nada.

Lo siguiente que sucedió, fue un resonar de voces en el piso de arriba del que no tenía una vista panorámica completa, sino que lo único que alcanzaba a ver eran las barandas grises y el piso, que sería literalmente su techo. Eso si se colocaba de puntillas, de lo contrario no podía apreciar nada.

Al instante se escuchó el sonido de un carraspeo.

—Lo siento —se disculpó el muchacho por no responder —chica de los lamentos —sus párpados se ampliaron y por poco evitó dejar caer la tostada con manteca al suelo.

Lo hizo —pensó —inventó un sobrenombre, para mí.

—Es hora de irme, ten linda noche —saludó el pelirrojo con una sonrisa.

Eso fue lo que ella escuchó antes de un movimiento de sillas, y el estremecedor silencio del piso de arriba.

—Por cierto, chica de los lamentos, ese mi apodo para ti —añadió el joven lo suficientemente alto antes de ingresar a su departamento.


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