CAPÍTULO XII. VERDADES INCÓMODAS. Parte 2.

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Jasón se había levantado para sustituir la antorcha que los alumbraba en aquel rincón de la cueva, tras consumirse la primera casi a la par que su relato.

Una historia enorme, inconcebible y terrorífica a decir de Jantzen. Y de la que, sorprendiéndose a sí mismo, no ponía en duda ni por un segundo ninguno de sus pasajes.

Aspiraba con profundidad el aire algo más fresco que procedía del pasillo que llevaba hasta la salida de la cueva. Tenía los ojos cerrados y los brazos extendidos a ambos lados, con las manos apoyadas en las paredes. Las piernas aún le temblaban, tercas a su voluntad, pero al menos le sostenían de nuevo.

El calor era sofocante en la bifurcación y transpiraba sin cesar de forma exagerada.

"Calor, miedo... no es que importe mucho, ¿verdad? Tu pequeño mundo de certezas se ha ido al traste en un solo día y lo que sientes ahora es el vértigo de la incertidumbre", se burlaba de Jantzen una parte de sí mismo que iba ganado fuerza por momentos.

Inclinó la cabeza, así, apoyado como estaba, y el sudor le resbaló por la cara como una máscara acuosa que impactó en el suelo.

—¿Entonces, la muchacha? —susurró aún sobrecogido por el relato.

—El don de Lizeth no estaba todavía maduro para tanto como se exigió a sí misma en aquel momento —contestó su hijo con una voz neutra que intentaba enmascarar cuánto le dolía recordar aquello—. Accedió a la magia más antigua y salvaje y su matriz fue el precio. El poder exigió como pago su capacidad para dar a luz nueva vida, de ser madre. La dejó estéril y casi sin vida. La hemorragia fue terrible. Por fortuna, Gjerta presintió lo que había hecho su nieta y nos salió al encuentro en el camino de regreso. Gracias a ella sigue con nosotros.

—Gjerta... —Dudó Jantzen antes de continuar hablando. Creía a su hijo, pero algunas cosas aún le costaba aceptarlas—... siempre fue una buena mujer.

Jasón esbozó una sonrisa irónica ante la evidente torpeza de su progenitor a la hora de mentir:

—No te esfuerces, padre. Sé que no le profesas ninguna simpatía a la madre del alcalde. Estoy al tanto de que ella y el abuelo eran muy cercanos en aquellos días en los que el mal asolaba la comarca con total impunidad.

—Es verdad —Soltó aire Jantzen—. Siempre pensé que entre ella y tu abuelo había algo. Después de lo de la montaña los observaba buscándose siempre con la mirada para luego evitar todo contacto en público... ¿Cómo no iba a sospechar que había traicionado a mi madre?

—Algo oculto había, pero no lo que tu piensas —asintió Jasón—. Sin embargo, te vino bien a la hora de enfocar tu odio en el abuelo. Un clavo más para su ataúd. Lo sabes, no compongas ese gesto de extrañeza. Llevas tanto tiempo metido en el papel de hijo ofendido que incluso ahora que has reconocido en ti mismo el origen de tu odio y tu rabia sigues con los viejos hábitos y niegas lo que tu corazón ya sabe.

"¿Desde cuándo los hijos se dedican a dar reprimendas a los padres?", se quejó la vieja forma de ser de Jantzen.

"Desde que tienen razones para ello. Para de quejarte y presta atención por una vez en tu vida. Quizá aprendas algo", le contestó el Jantzen que estaba despertando en su interior.

Jasón tomó asiento una vez más en su lugar cerca del pasillo que desembocaba en aquella sala cuyo contenido casi había enloquecido a su progenitor. Reparó en la espada rota que su padre había dejado cerca de él y la sujetó por la empuñadura, acariciando la hoja truncada. Susurró algo al tiempo que inclinaba la cabeza hacia ella un par de veces, sosteniéndola con cuidado sobre las palmas de sus manos, y la espada respondió iluminándose poco a poco.

Jantzen jadeó de asombro, pero no pudo evitar acercarse a examinar el arma. La luz surgía de unos símbolos inscritos en la acanaladura, desde el regazo hasta casi el tercio débil de la misma. Parecía algún tipo de lenguaje, pero ninguno que el trampero pudiera reconocer.

—¿Qué es eso, cuál es su significado? —Acertó a preguntar—. Esa luz es extraña, pero... reconfortante.

Jasón, sin contestarle, deslizó los dedos índice y corazón juntos sobre las relucientes letras y estas se apagaron a su contacto. Después, depositó con cuidado el arma frente a sí e hizo un gesto a su padre para que se sentara cerca de él.

—Para explicártelo debo continuar con mi narración y, si todo lo que te he contado antes te ha causado impresión y desasosiego, lo que viene a partir de ahora es mucho, mucho peor —avisó el muchacho a su padre mientras este se sentaba frente a él.

Jantzen suspiró pasándose la mano por el cabello empapado y grasiento, pero cabeceó asintiendo y contestó:

—Adelante, intentaré no interrumpirte.

Los ojos de Jasón atraparon los suyos mientras parecían relucir, como si una luz fantasmagórica se asomara por detrás de sus pupilas, pugnando por escapar. Pero su hijo comenzó a hablar de nuevo y, de alguna manera, el relato cobró vida y lo arrastró consigo a su interior.

Solo la voz de Jasón y su memoria; no había nada más en el mundo en aquel instante:

Podría explicarte muchas cosas sobre el odio y lo que le hace a uno. De cómo corrompe y pervierte nuestras mejores intenciones hasta convertirnos en algo incluso peor que aquello a lo que queremos combatir.

Pero creo que tu también entiendes algo de esto, así que me saltaré esa parte y pasaré a narrar los hechos de forma que sigan un orden coherente, aunque en su día se percibieran como abigarrados y confusos.

La ira te ciega, el odio te pudre el alma y de esa putridez se alimenta esa cosa que nos caza.

Pero eso lo aprendimos después.

Antes, finalicé hablando del sacrificio de Lizeth, así que es justo que inicie la historia con su convalecencia.

Un Oscuro SilencioWhere stories live. Discover now