CAPÍTULO VI. EL DESTINO QUE NO QUIERES.

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Fue Lizeth la primera en reaccionar, aproximándose al cuerpo ensartado en aquel largo tronco colocado en vertical justo en medio de su camino. Dio una vuelta completa al mismo con el rostro convertido en una máscara inexpresiva de piedra blanca, aunque Jasón advirtió que le temblaba el labio inferior.

—¿Está muerto? —preguntó, sintiéndose ridículo por ello casi de inmediato. Escuchaba a Torben vomitando entre los matorrales, un poco más atrás.

—¿Cómo podría no estarlo? —contestó ella sin mirarle, colocando su mano en el pecho del cadáver—. Está demasiado frío, no es natural.

—¿Acaso es natural morir de esa forma? —dijo Torben conteniendo de nuevo las náuseas por muy poco.

—Lo empalaron después de muerto. El cuerpo se ha desangrado aquí a juzgar por el charco a sus pies. El rastro viene casi perpendicular al nuestro —dijo Jasón examinando con cautela el entorno—. Ese ser ha corrido casi a nuestro lado cargando con este energúmeno y ni lo hemos advertido.

—Un aviso. Sabe que estamos aquí —murmuró Kaj—. ¿Querrá al chico?

—Quizá, pero —dudó Jasón—, si fuera una cuestión de carne y sangre, ¿no se habría contentado con este? Gjerta dijo que solo le ofrecían al primogénito de las familias, con preferencia el que estuviera cerca de la mayoría de edad, pero...

—Pero dijo también que estos años atrás estuvieron entregando a extranjeros y vagabundos errantes como sacrificio —continuó Kaj—. Siguen sin contarlo todo. Ni siquiera Gjerta fue por completo sincera con nosotros. Aquí hay cosas más oscuras implicadas que la codicia de un alcalde o el miedo irracional que un supuesto ser demoníaco pueda proyectar. Si es que es eso. Intuyo más, mucho más.

Algo llamó su atención en un lateral, un objeto arrojado allí casi de forma casual. Lo alzó, incrédulo.

—El hacha de Soran. —musitó Torben asombrado, acercándose por primera vez al cadáver.

—Cógela tú, pesa demasiado para mí. —indicó Kaj, cediéndosela. Torben la blandió con soltura. Reconocía de sobras la buena factura de su maestro en aquella arma.

—Me siento un poco más confiado ahora —dijo.

—No lo hagas. Soran tiene el cuello roto —informó Lizeth, guardando algo entre las mangas de su vestido—. No creo que tú seas más fuerte o hábil luchando de lo que él era.

—Se ríe de nosotros. Está jugando al gato y al ratón —masculló Kaj—. Quizá sea eso la clave de todo.

—Lo que sea. Aquí somos un blanco fácil. Dijiste que había otro camino. O eso creí entender —preguntó Jasón.

—Lo hay. Pero no quieres cruzarlo, te lo aseguro —contestó seco Kaj, mirándole a los ojos con fijeza.

Un quejido procedente de las parihuelas abandonadas en el suelo interrumpió el incómodo momento. Lizeth y Torben se inclinaron sobre el hijo del cabrero.

—Se le ha aflojado el estómago al pobre. Está empeorando a ojos vistas. —anunció el herrero.

Lizeth asintió, mirando a ambos, Kaj y Jasón:

—Si sabes cómo sacarnos de aquí, te ruego que no perdamos más tiempo. Debo llevarle con mi abuela cuanto antes si queremos que sobreviva a la noche. —habló dirigiéndose al huérfano.

—No sabéis lo que me pedís... —Sacudió este la cabeza—. Casi preferiría bajar al sendero y probar suerte con esa cosa.

—Eso es un suicidio —dijo Torben.

—Siempre y cuando ese ser sea tal y cómo lo describió Gjerta. —Meditó Jasón en voz alta.

"No seas necio. La sacerdotisa os contó todo cuanto pudo sin romper su juramento. Hay cosas que atan más que la propia sangre", casi rugió su abuelo dentro de su cráneo.

Un Oscuro SilencioWhere stories live. Discover now