CAPÍTULO II. LOS NIÑOS DEL INVIERNO

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Llamarla calle era ser muy generoso con la principal vía de acceso al pueblo. Un amplio camino cubierto por una perene nube de polvo gris que irritaba ojos y gargantas de hombres y animales por igual.

El hogar de Jasón se encontraba ubicado a un lado del mismo y bastante alejado de lo que era el pueblo en sí. Un centenar de metros distaban hasta el domicilio de sus vecinos más próximos. Su casa era una de las más antiguas y la única, junto a la del alcalde, que todavía mantenía en propiedad la parcela que la rodeaba. El resto habían ido perdiendo sus privilegios décadas atrás, cuando el crecimiento exponencial de la población demandaba más terreno del que había disponible.

"Las cosas han cambiado mucho desde entonces", meditó cubriéndose la cabeza con la capucha.

Durante los últimos años había asistido al estancamiento de la población y su posterior y lenta merma. Al menos ahora sabía cierto a qué se debía el progresivo abandono de las viviendas y la falta de visitantes de otras aldeas. El motivo por el que ni siquiera los buhoneros se dignaban a tratar con ellos.

Los suministros se habían reducido a todo aquello que fueran capaces de recolectar, cazar o producir por sí mismos. A menudo se preguntaba  qué habría ocurrido si no tuvieran el mar de Gelios tan cercano.

"Migrar... o morir lentamente de hambre".

Esta vez agradeció en silencio la presencia de la barrera de polvo que les aislaba del resto. Rodeó su casa y comenzó a caminar campo a través, en dirección contraria al pueblo y buscando la linde del bosque situado un kilómetro más allá; procurando que la vivienda se interpusiera entre él y cualquier mirada indiscreta que procediera de la población. Si se daban cuenta de que se alejaba, darían por hecho que estaba huyendo y no tardarían en perseguirle.

"Que vengan", pensó acariciando el pomo de la espada.

"No te apresures, muchacho. No es bueno juzgar a un hombre sin tratar de calzarte antes sus zapatos. Y menos a un asentamiento entero", susurró en su cabeza una voz familiar.

"Reserva tus fuerzas para el enemigo o, peor aún, para el viaje que te aguarda. Y confía en que tus amigos mantengan la promesa que os hicisteis o no habrá nada que hacer y la oscuridad nos devorará a todos".

Jason asintió, muy a su pesar, siendo consciente de que la voz que escuchaba no era sino la suya propia disfrazada con el tono pausado de su abuelo. Su sentido común luchando por traerlo de nuevo a la realidad.

"Qué distinto era todo aún no hace ni dos años", se dijo mientras su mente retrocedía al día en el que descubrieron que todo cuanto conocían, que todo en cuanto creían... no era cierto.

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El polvo olía a paja mientras invadía sus fosas nasales. A paja y quizá a vergüenza y lágrimas viejas. No era la primera vez que daba con sus huesos en aquel lugar. Eso le irritó más que la bota que oprimía su rostro contra el suelo del cobertizo.

Liberó su cabeza a costa de dejar un rastro de piel y sangre detrás suyo y giró sobre sí mismo para alejarse de su contrincante, un enorme muchacho de cabellos cortos y castaños cortados al estilo de los soldados mercenarios del este.

Se levantó, flexible como un junco, dispuesto a seguir luchando mientras las piernas le sostuvieran; pese a saber que no tenía ni una oportunidad. Otros dos chicos rodeaban sus flancos para evitar que huyera.

—No aprendes, Kaj. —Se dirigió a él su oponente, usando el apelativo lleno de desprecio que usaban todos en el pueblo para aquellos que carecían de familia:

Un Oscuro SilencioWhere stories live. Discover now