CAPÍTULO X. CAZADORES DE TORMENTAS

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Cuando su memoria llegaba a ese punto, siempre le asaltaba la misma duda. ¿Quién había gritado más al penetrar la hoja fantasmal en el pecho del hijo del cabrero, de Clemens?, ¿el chico al sentir su corazón partido en dos por el frio acero?, ¿Lizeth, que había pagado un precio terrible por traer a su abuelo de regreso al mundo de los vivos y del que aún no era ninguno consciente en ese momento?

—¿Yo? —Se preguntó Jasón mientras sus pies se internaban al fin en el pequeño valle que servía de frontera entre las laderas de los dos picos principales de la cadena montañosa que rodeaba el pueblo—, ¿al sentir que habíamos traicionado todo aquello que me enseñaron, lo que más valoraba?

"Fuerza para los desalentados, esperanza para los oprimidos, justicia para los excluidos", recordó cómo salmodiaba su abuelo frente al fuego en las noches de invierno de su niñez. Cuando bebía con admiración de los reflejos que las llamas arrancaban a la hoja de su espada mientras la afilaba con mano experta y parsimoniosa.

—Me fallaste —Se dijo mientras sus piernas se hundían hasta la rodilla en la nieve a los pocos pasos—. Les fallé a todos.

Comenzaba a lamentar el no llevar encima sus viejas raquetas de nieve, pero hubiera llamado mucho la atención si le hubieran visto salir con ellas a la espalda. Habría acabado con el aspecto a improvisación y pánico ciego que esperaba poder imprimirle a su supuesta fuga. Alzó la cabeza siguiendo las volutas de su aliento y admiró el cielo del color del hierro cuya luz comenzaba a declinar con rapidez.

"Comienza a oscurecer. Mejor me apresuro o la noche me sorprenderá al descubierto. No esperaba tanta nieve, la verdad", suspiró.

"Tampoco te esperabas aquello...", le susurró una parte de su mente. Una que ya no estaba habitada desde que Lizeth arrancó el alma de su abuelo de su cabeza. Un páramo de recuerdos a medias y sensaciones agridulces por las que evitaba transitar a menos que fuera preciso. Las memorias de un hombre muerto no son un lugar agradable donde perderse. Pero, ahora, esa memoria le hablaba tal y cómo lo había hecho el espíritu de su abuelo en aquellos días. Y parecía regodearse con su dolor y su zozobra.

"Dime", insistió.

"¿Por cuánto tiempo estuvisteis gritando tú y la chica, golpeando fútilmente las rocas que bloquearon el acceso a la cueva cuando el impacto de la espada en el suelo causó un derrumbe?"

"¿Cuánto tiempo pasó hasta que fuisteis capaces de volver siquiera a miraros a los ojos sin avergonzaros de vosotros mismos?"

"¿Cuánto tiempo transcurrió hasta que os rehicisteis?"

Jasón apretó el paso, devorando kilómetros pese a la nieve blanda y traicionera; decidido e inexorable en su juventud y en su fría ira.

—¿Quieres saberlo? —contestó en voz alta para acallar a los recuerdos que se agolpaban en el límite de su conciencia—. Poco. Porque teníamos un objetivo, una meta. Un enemigo y una venganza.

El llano quedó atrás y el chico se internó una vez más en el bosque. No se dejó engañar por el silencio y el recogimiento que le mostraba. Pese a la nevada, pronto herviría de actividad. La mayoría de los animales comienzan a moverse hacia el atardecer, discretos y prudentes buscando el amparo de la oscuridad.

Aún se encontraba lejos de su objetivo, pero algunos árboles ya crecían extraños y retorcidos y en su interior ardía algo semejante a un fuego verde que los consumía y transformaba al mismo tiempo.

"Y después, un día, el arbusto habrá crecido más alto y frondoso que cualquiera de sus congéneres. Y sin embargo, será más débil y quebradizo que sus predecesores", sentenció la voz de la memoria, la memoria de un hombre muerto.

Un Oscuro SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora