CAPÍTULO VIII. TIERRA EXTRAÑA. Parte 2.

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—Doblamos a la derecha. En tres, dos, uno, ¡Ya! —Iba guiándolos Kaj a través de la oscuridad. Lo que a Jasón le hubiera gustado que fuera una carrera frenética, apenas pasaba de un trote desigual debido a la camilla. Al menos había aprendido a no cerrarse demasiado en las curvas después de golpear su hombro contra la pared al tomar una de ellas.

Quizá fuera una ilusión óptica producto de sus ojos cansados de oscuridad, pero le dio la impresión de que a lo lejos se percibía algo de claridad. Sacudió la cabeza con fuerza y el sudor que caía sobre sus ojos se dispersó en todas direcciones. Tenía en las sienes un martilleo salvaje y sus pulmones aspiraban con ansia inútil la mezcla de vapor y calor asfixiante que conformaban la atmósfera de las cuevas. Había escuchado a Lizeth trastabillar en un par de ocasiones, lo que había provocado que tanto Torben como él mismo se vieran obligados a frenar para no arrollarla.

Y el zumbido. Esa sensación se proyectaba sobre Jasón, cada vez más intensa y extraña. Intrusiva. Jamás había percibido nada igual.

—¿Aún nos sigue? —Escuchó que le preguntaba Torben entre dientes, con la fatiga ahogando su voz.

—Sí —No lo oía, pero estaba convencido de que les pisaba los talones.

—Escuchad —oyeron decir a Kaj—. Algo más adelante el paisaje va a cambiar. Mucho. Os ruego que no os detengáis y continuéis corriendo detrás de mí. Ya no estaremos en la oscuridad y podremos avanzar más rápido.

—Casi no me queda aliento. —Les llegó la desfallecida voz de Lizeth.

—Un poco más —pidió Kaj con los dientes apretados por el esfuerzo. Le caía sangre por las comisuras de la boca—. Un poco más y quizá sepa donde refugiarnos.

No volvió a hablar durante el resto del trayecto, pero que la oscuridad retrocedía comenzaba a ser evidente. Ya intuían formas en el techo y las paredes y algunos charcos del suelo reflejaban aquella luz tan tenue. Le recordó a Jasón la fosforescencia del bosque y la de las rocas al inicio de su recorrido. Luego el fulgor verde había ido desapareciendo conforme penetraban en la montaña.

"Azulada. Esta luz es distinta. Procede de algún punto, no de la misma piedra como la otra", iba pensando.

Entonces, al doblar un pasillo a la izquierda, el mundo se volvió aún más extraño.

—No os paréis. —insistió Kaj al verlos dudar.

—Pero ¿qué demonios? —exclamó Torben.

—Explicaciones después, si es que soy capaz de darlas —contestó Kaj—. ¡Moveos!

Un enorme espacio abierto que se curvaba hacia arriba en sus extremos, se mostraba ante ellos coronado por un techo liso en su mayor parte de una factura y altura tales como nada que hubieran contemplado en sus jóvenes vidas. La escala era apabullante e inesperada, pero Kaj no dudó ni un momento en introducirse en él y arrastrar consigo de la mano a Lizeth a través de la pradera más singular que se pudiera imaginar. Largos tallos cristalinos que parecían contener luz líquida brotaban del suelo allá donde colocaras la vista, creciendo rectos hasta finalizar en unas delicadas flores luminosas del color de la lavanda. Se mecían a merced de alguna brisa que Jasón no era capaz de percibir, pulsando luz en secuencias que surgían del suelo y acababan en los extremos de los pétalos que destellaban con suavidad durante una fracción de segundo, para después comenzar otra vez. Era hermoso, extraño y temible. Más allá de su comprensión. Algunas abejas de tamaño irreal libaban aquí y allá del néctar de las flores ultraterrenas. La luz de estas no parecía molestarles, más bien lo contrario.

—Estamos en tierras de hadas o duendes. No puede ser otra cosa. —farfullaba atónito Torben. Pero no dejó de correr detrás del huérfano. Jasón, por su parte, agradecía la excusa del paisaje para no tener que mirar el rostro contraído de dolor del joven cabrero. Al menos en esa zona hacía bastante más fresco y el aire era limpio. Las plantas, si es que lo eran, resultaban casi tan altas como ellos y se apartaban a su paso como una cortina viva que buscara eludir su proximidad.

Un Oscuro SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora