CAPÍTULO X. CAZADORES DE TORMENTAS. Parte 2.

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El viento acalló su voz durante una pausa interminable donde tan solo el fuego tuvo algo que decir cuando sus llamas se alzaron todavía más altas entre ambos hombres. Una representación física del muro que separaba a los dos y, al mismo tiempo, los unía:

Una pasión interior apenas atemperada... el odio y el rencor de un lado, el inmovilismo como credo y justificación. Del otro, la necesidad de cambiar las cosas, de dar una oportunidad a los que vengan detrás incluso a despecho de sí mismo. No por altruismo, ni siquiera por justicia. Tan solo porque debe hacerse.

—Nunca había oído esa historia de tus labios, aunque confieso que no me es desconocida —Rompió el silencio Jasón—. Sabía que odiabas a tu padre, pero no tenía claro el porqué.

—Ahora ya lo sabes —respondió Jantzen—. Aunque estoy convencido de que no te hará ver a tu abuelo bajo un prisma nuevo. Eres idéntico a él. Un fatuo, un buscador de gloria.

—Me juzgas con mucha dureza, padre, cuando en realidad no ha habido nada en mí que pudieras reprochar... hasta ahora. Pero te daba igual. —Se encogió de hombros Jasón—. Necesitabas volcar el ácido que corroía tus entrañas sobre alguien a quien pudieras controlar y ese fui yo durante años. Al morir el abuelo tu silencioso desprecio aún fue a peor.

—Eso no es cierto ... —Trató de defenderse Jantzen.

—Lo es. ¿Acaso tu verdad ha de prevalecer sobre la mía? Estamos aquí, dos hombres departiendo al calor de un fuego justo antes de que el invierno nos declare la guerra y desate sobre nosotros un infierno blanco... ¿y ni siquiera puedes concederme ese crédito? —Jasón movió la cabeza a un lado y a otro—. Puedo entenderte, pero no tengo por qué estar de acuerdo. Resolviste luchar contra tu dolor cubriéndolo con una capa de odio tan gruesa que toda una vida de buenas obras no basta para apaciguarte. Dos vidas, la del abuelo y la mía. Pero no es suficiente.

Lejos, muy lejos, se dejó oír el aullido de un lobo llamando a su manada. Los cabellos de la nuca de Jantzen se erizaron en una respuesta instintiva ante el enemigo ancestral, pero eran las próximas palabras de su hijo las que andaba temiendo escuchar en realidad.

"Te lo va a decir, te va a arrojar la verdad a la cara y no habrá nada que puedas decir o hacer para aminorar el impacto. Se acabaron los subterfugios, esto es lo que eres, acéptalo como un hombre".

—Por eso estás aquí. Necesitas mi muerte —dijo Jasón con serenidad y un deje de tristeza—. Y una vez desaparezca yo, tu eterno recordatorio de todo cuanto odias, ¿qué ocurrirá, padre?, ¿hallarás la paz?

Silencio.

El muchacho se encogió de hombros:

—No lo harás. Ojalá fuera así, pero te limitarás a encontrar otro recipiente donde derramar tu odio. ¿Y sabes por qué?, porque es a ti mismo a quien no soportas.

—Cuidado, muchacho —advirtió Jantzen. Pero su protesta sonó floja incluso a sus oídos.

—¿Qué edad tenías cuando fueron a la montaña a cazar a la criatura? Dime, por favor —preguntó Jasón con suavidad.

"Ahí lo tienes... lo sabe. Lo que tú mismo no quieres ni admitir, lo que te ha podrido desde la raíz y no le has confesado ni a tu esposa. El chico siempre ha visto a través tuyo, un depredador oculto entre los matorrales. Y ahora está saltando sobre ti".

—Catorce —susurró Jantzen. Se aclaró la garganta y repitió

con algo más de firmeza—. Catorce recién cumplidos.

Su hijo asintió con la mirada sombría antes de lanzarle otra pregunta:

—¿Y por qué no acudiste tú a la montaña la siguiente primavera? Me consta que algunos lo hicieron. Hemos estado recopilando información poco a poco, hablando con los más viejos sin llamar la atención. Te sorprendería la decepción que guardan dentro de sí mismos. No tanto por lo que ocurrió, como por lo que tu generación consintió después. Un pueblo de ancianos avergonzados de su descendencia. Repito... —insistió una vez más—, ¿por qué no fuiste tu a buscar el cuerpo de la abuela?

Su padre apretó los dientes y tensó su mandíbula. Casi pareció que iba a decir algo, pero después se encerró en su silencio una vez más

—¿No respondes? —Jasón bajó la cabeza y suspiró—. Entonces no me dejas otra opción.

—Coge la espada del abuelo, esa a la que no le quitas ojo, y sígueme —dijo levantándose y comenzando a caminar.

Jantzen dudó un segundo. ¿Le había dicho que cogiera el arma? Su mirada fue a Torben, que asintió comprendiendo sus dudas y clavó su hacha en el suelo para después cruzarse de brazos.

Jasón se encaminaba hacia una cercana formación rocosa que emergía de la tierra en un lateral del claro cubierto de nieve. No le era desconocida a Jantzen. Sabía que albergaba una cavidad que antaño se usaba como abrigo de pastores y cazadores. Una luz oscilante se adivinaba en su interior.

"¿Por qué no se han refugiado ahí dentro?", surgió la duda en su mente por un instante. Sin embargo, intrigado pese a sí mismo, recogió la enfundada espada y se la echó al hombro mientras comenzaba a seguir a Jasón.

Lo alcanzó en la entrada de la cavidad, donde el chico aguardaba en silencio. Había cogido una antorcha de las muchas que le sorprendió ver que colgaban en las paredes del viejo refugio.

—En cuanto a tu pregunta de antes... —comenzó a decir Jasón al tiempo que se internaban en los pasillos de piedra oscura y filosa—, fue en este preciso lugar donde mi forma de ver al abuelo, bueno, y tantas otras cosas, cambió.

Hizo una pausa y a Jantzen le pareció que dudaba ante la bifurcación del pasillo en el que se encontraban. Había algo extraño en el aire que provocaba que su pelo se erizara incluso en el dorso de la mano. Una... potencia desconocida se acumulaba frente a ellos, podía sentirla atravesando las paredes y el suelo como si fuera un vapor invisible, una opresión en el corazón que provocaba temblores en sus extremidades.

Se apoyó en la pared, falto de aliento y se llevó una mano al pecho. Su hijo se volvió hacia él, extrañado.

—Estoy... estoy a un paso de salir huyendo —confesó Jantzen a regañadientes y con la frente empapada en sudor—. Todo mi ser grita ¡escapa!, ¿qué ocultas ahí enfrente?

Jasón le observó con detenimiento antes de hablar. Por primera vez su voz se dejó escuchar ronca y grave. Como si no fuera del todo ajeno a la influencia de lo que fuera que hubiese en el fondo de la cueva:

—Ahora soy yo quien ha de contarte dos historias, pero para que no dudes de la veracidad de ambas, antes debo mostrarte algo.

Dicho esto, encajó la base de la antorcha en una grieta de la pared, lo suficientemente negra y requemada como para deducir que era usada como soporte bastante a menudo. Alargó un brazo y con su dedo índice le indicó a Jantzen que se adentrara en uno de los pasillos.

Pasó por el lado de su hijo, sujetándose a las paredes para no caer al suelo. En poco tiempo tuvo sus manos callosas llenas de cortes. La superficie de la roca era como una sucesión de pequeños puñales afilados. Casi daba la sensación de que no deseaba ser tocada. Una luz azulada que subía y bajaba en intensidad de forma regular, le indicaba el camino.

Llegó al final del recorrido y se asomó con aprensión a la caverna que se abría a su izquierda.

El horror le golpeó como un rayo, provocando que cayera hacia atrás de espaldas, de nuevo al interior del túnel. Su cabeza golpeó el suelo con fuerza, pero el impacto tuvo la virtud de aclarar su mente. Recordó la espada que cargaba a la espalda y sus manos la buscaron frenéticas mientras no dejaba de contemplar el interior de la sala. Con torpeza la sacó de debajo de sí mismo y desenfundó el arma sosteniéndola recta frente a él. Algo iba mal, demasiado liviana, demasiado...

—Corta... falta la mitad de la hoja —balbuceó incrédulo.

Entonces, sus ojos recorrieron aquello que tanto pavor le provocaba y en su interior reconoció el fragmento ausente de la espada de su padre. Una astilla roja de fuego lanzando destellos en medio de ... eso.

Bajó los brazos, rindiéndose al fin al miedo y al cansancio. A lo inevitable e inabarcable. Su mente no era capaz de tener en cuenta todas las implicaciones de aquello, se daba cuenta. Tan solo era capaz de repetir lo mismo una y otra vez:

—La han aprisionado... unos niños la han cazado —Se apartó el sudor de los ojos con una mano que pesaba toneladas—. Han cazado a la tormenta.


Un Oscuro SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora