Capítulo 12: Magnificencia

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Capítulo 12: Dux y Valquiria

Año 1098.

Día 22 del Primer Mes de Primavera.

Monasterio del Palacio del Océano Infinito – Región de Neptuno. Rize.

Narrado por: Luna Redwald

El cielo de aquella mañana, relucía despejado a través de las ventanas, y la luz del sol, se deformaba al cruzar a través de las ventanas dejando un efecto de reflejo similar al del agua.

Mis hermanas y yo nos encontramos ocultas a salvo, y cómodamente atendidas, en el rincón de un monasterio de adoración al señor de los Océanos, Neptuno, ubicado en el más hermoso Palacio que habría podido imaginar... El Palacio del Océano Infinito de Neptuno.

Estos dos últimos días han sido maravilla tras maravilla, conocimos el Río invertido del Susanoo, una corriente de agua que rompe las leyes de la naturaleza, y fluye velozmente desde el mar, hacia adentro del continente, río arriba, hasta llegar a puertas del Palacio del dios de los Océanos, Palacio del Océano Infinito. Se nos permitió entrar y refugiarnos aquí, y hemos permanecido a la espera de una respuesta a la carta de la princesa de estas tierras, para Kalm, el primo de Hilda.

El Palacio del Océano Infinito, es considerado por algunos, el lugar más hermoso que ha existido en toda Mastema, incluso más que la Santa Sede de la Iglesia de Gard. Es un lugar al que jamás imaginé que viajaría, y ahora que me encuentro aquí, cada día contemplo maravillada, las grandiosas proezas arquitectónicas que lograron los dioses durante los inicios de nuestra civilización, y pienso, que toda creación de ellos, es excelsa y divina.

Y hablando de creaciones excelsas y divinas, aquella mañana, tuve la dicha de contemplar una de ellas... Sylvie, Mária y yo, nos reuníamos y contemplábamos maravilladas, aquella extraordinaria vista.

Hilda, yacía dormida, envuelta en un cómodo futón, recostada boca arriba. Ella permanecía en un sueño profundo, inconsciente de que nosotras tres la contemplábamos, y mientras ella soñaba, en su rostro se dibujaba una inocente y adorable sonrisa.

—¿Oyes su risa? —susurró Mária.

Hilda no solo sonreía dormida, sino que también reía. Se veía tan inusualmente tranquila y feliz, que las tres apreciábamos tal fenómeno como si de una conjunción astronómica se tratase.

—Me pregunto qué estará soñando, parece que es algo muy bueno —añadió Sylvie susurrando—. Se ve muy feliz.

La felicidad de Hilda nos contagiaba de risas a nosotras tres. Sylvie, Mária y yo reíamos en voz baja al observarla, procurando no despertarla.

En medio de nuestra embelesada observación, un rayo de luz cruzó desde la ventana y alcanzó su rostro, marcando el fin del espectáculo, y ocasionando que la tierna sonrisa se apagara, trayendo de vuelta a la Hilda de siempre. Sus ojos rojos como rubíes se abrieron lentamente, y al hacerlo, nos observó atónita y confundida.

—B-buenos días... ¿Qué les pasa? —preguntó arqueando la ceja en su gruñón y acostumbrado tono.

—Ah, fue lindo mientras duró —afirmó Sylvie riendo.

—¿Qué mosquito les picó esta mañana? ¡¿Por qué están viéndome dormir?! —inquirió Hilda mientras se ponga de pie.

—Puessss, solo observábamos que sonreías dormida —respondió Mária, siendo honesta como de costumbre.

Hilda se sonrojó al escucharlo, e inclinó la cabeza hacia un lado —: ¡¿Qué?! ¡¿Yo?!

—Así es, tú —respondí—. ¿Estabas soñando algo bueno?

Mastema I: Alianza de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora