Y caí. Y caí. Y caí.

Podría contar durante segundos. Durante minutos, quizás. Pero el impacto de mi cuerpo contra el suelo me sorprendió ya que no sentí dolor alguno. Me levanté con la respiración agitada, sin saber en dónde me encontraba. Un amplio pasillo con velas alumbrándolo únicamente se encontraba en frente de mí. Había una gran puerta negra al fondo de éste pero antes de poder tomar una decisión, escuché unas voces femeninas a mis espaldas.

Me tensé y me quedé paralizada ante lo que mis ojos visualizaban. De cintura para arriba dos mujeres idénticas caminaban con sábanas en sus brazos. Pero no fue el hecho de que pasaran al lado mío sin percibirme lo que me paralizó, sino sus piernas. Sus piernas eran piernas de animal. No supe decir si de cabra o de otro animal similar, pero antes de poder encontrar lógica alguna a lo que estaba viendo, mis piernas me ordenaron seguirlas.

-Esto es algo del día a día, pero no logro acostumbrarme- murmuró con cansancio una de ellas.

Las extrañas gemelas cesaron de hablar para después detenerse en frente de la gran puerta negra. Se miraron fijamente durante varios segundos y cuando una de ellas asintió, la otra abrió la puerta.

Antes de que la cerraran logré escabullirme y adentrarme con ellas. Di un paso atrás ante la imagen que tenía en frente de mí. Las gemelas caminaron hacia la joven mujer que se encontraba tumbada en una gran cama matrimonial.

Las sábanas blancas estaban llenas de sangre y el rostro de ella estaba pálido y cubierto en sudor.

Sus labios rosados eran lo único que poseía color en todo su rostro. Miró a las gemelas de reojo para después soltar un quejido cuando intentaron limpiar el sudor de su frente con una toalla húmeda.

-Otros cien, señorita- sonrió una de las gemelas tras hacer una reverencia.

La otra gemela se encargó de retirar las sábanas ensangretadas de encima de la débil mujer.

-Sí, bueno... no es algo nuevo que digamos- murmuró, intentando sentarse.- Alcanzadme la-

Su mirada se perdió unos segundos en la nada para después mirar su hinchada barriga con el ceño fruncido.

Varios segundos pasaron hasta que apretó la mandíbula, haciendo una mueca de dolor.

-No. No es posible- murmuró para sí misma sin poder evitar hacer una mueca de horror al posar sus manos encima de su barriga.

-¿Señorita? ¿Se encuentra bien?- preguntaron las gemelas a la vez, sentándose junto a ella cuando ésta empezó a tener contracciones.

Agarró con fuerza la muñeca de una de las gemelas y con brusquedad acercó su rostro al suyo.

-Llama a Aradia.

La gemela asintió y echó a correr, obedeciendo su orden. ¿Aradia? Y entonces varias respuestas empezaron a encajar. Aradia conocía a Lilith... ella sabía desde un principio quién era mi madre.

Se refería a ella las tantas veces en las que nombrabra a una mujer... La cual nunca quiso describir.

La mujer de tez pálida y largo cabello negro soltó un grito desgarrador. Cerré los ojos sin poder evitarlo y la otra gemela se acuclilló entre las piernas de dicha mujer, la cual soltaba sollozos y gritos entre dientes.

-A-Algo... algo está saliendo, señorita.- titubeó.

-¿Qué ocurre?

Alcé las cejas por la sorpresa al ver a Aradia cruzar la gran puerta. Indicó a la gemela el poner las cerraduras antes de caminar hacia la mujer en la cama.

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