Celos doloros

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¿Cuánto a pasado desde que Rusia se fue? ¿Cuantas veces a llorado por aquel comunista? Ya no lo sabe y ahí está encerrado en su cuarto a oscuras, sintiéndose una mierda, deseando que todo esto no hubiera sucedido, maldiciendo el día en el que propuso aquella estúpida idea. Ya no sabía que hacer, las "grandes" noticias de que su amado ruso contrajo matrimonio con esa loca psicópata le lastimaba el corazón, pensaba, deseaba ser ella, poder estar así con su ruso, decirle te amo cada día en cada momento, gritarle al mundo su amor, pero no, ahí estaba en su cuarto en un mar de lágrimas sin probar bocado alguno, deseando con todo su corazón ir a ese gélido país para abrazar y besar al dueño de casa más su orgullo era fuerte y le imperdia hacer aquello.

Las voces preocupadas de Arthur y Matthew se escuchaban desde hace horas, el pequeño Alaska se encontraba ya en su casita, era mejor así, el nene no debía ver a su papi de esa forma tan miserable, tan… menos héroe. Odiaba tanto haber dejado al ruso pasar las noches a su lado pues ahora su cama yacía con el aroma dulce del eslavo.

"Alfred", se escuchó tras la puerta, la suave voz del canadiense era ignorado por su hermano, que con pequeños hipos intentaba a callar su llanto. "Hermano, por favor abre", pidió suplicante, ya había pasado días desde que aquel americano ruidoso y molesto no salía de casa, "sé cómo te sientes", aquello hizo que la atención del desdichado apareciera.

Con lentitud el americano movió su cuerpo, incorporándose tambaleante de aquella cama, con pasos perezosos caminó hacia la puerta y sin más la abrió, los ojos sorprendidos y tristes de Canadá se posaron en la demacrada carita de su hermano y sin más lo abrazó, un abrazo tan fuerte y protector que hizo que en nueva cuenta Alfred rompiera en llanto y ambos cayeron al suelo sin soltarse.

En las gélidas calles de Moscú se encontraba un preocupante chino que, junto a Japón, se dirigía hacía la gran mansión de Rusia. Las nubes poco a poco ocultaban el azulado cielo, dando aviso de que el general invierno se aproximaba. Con el corazón en un hilo, los asiáticos veían como los girasoles que yacian en la ventana estaban marchitas, aquellos girasoles que tanto amaba y cuidaba el ruso. Sin tiempo que perder golpearon la pesada puerta de madera vieja, un silencio incómodo pasó pero nadie abrió, otro golpe y otro más, la oscuridad se acercaba junto el frío ambiente, China comenzó a llamar al ruso, pero nadie respondió, hasta que un temeroso Lituania se asomó por uno de los grandes ventanales.

Unos minutos más y la primera nevada del día comenzó a caer, los asiáticos temblando seguían golpeando la puerta hasta que al fin fue abierta, Estonia estaba ahí con semblante preocupante, Letonia y Lituania tristes miraban a los visitantes. No hubo necesidad de palabras, los tres chicos acompañaron a los asiáticos al cuarto del ruso, que este con la puerta abierta bebía botella tras botella de vodka, ebrio, extrañamente ebrio se encontraba el ruso, maldiciendo a viva voz en su idioma, cada botella vacía era arrojada al piso o pared, asustando a los presentes. Nadie nunca había visto al ruso de esa forma, nadie nunca había tenido tanto miedo, nadie nunca, en muchos años, había visto el carácter de la URSS en Rusia. China lo tenía claro, ese ya no era su pequeño panda, Rusia ya no estaba ahí en esa habitación, el ocupante que se encontraba en aquel lugar era un Rusia que antaño no veía, un Rusia sádico, un Rusia cruel, un Rusia colérico, ese Rusia que todos temían, ese Rusia que con gran frialdad ganó la mayor parte de la segunda guerra mundial, aquel Rusia que era capaz de matar a inocentes para llegar a sus metas.

Nadie sabía que hacer, los pobres países bálticos se miraban entre si, discutiendo en silencio quien debía entrar y hablar con el ruso, pues ya se acercaba la hora de aquella boda, los pobres no querían ser asesinados por el ruso, pero tampoco querian que la bielorrusa lo hiciera.

El tic tac de aquel reloj cucú resonaba en la desordenada habitación del americano, los hermanos aún abrazados, el llanto se estaba apaciguando, la voz débil del americano murmurando de forma inentendible, la suave voz de Canadá cantando una canción de cuna, Arthur se encontraba ahí, en silencio viendo la escena, con el corazón partido, le era difícil ver a uno de sus ex colonias así, destrozado por un amor no correspondido, deseó tanto que ninguno de sus hijos pasara lo que él pasó con Francia, pero fue en vano.

"Se va a casar…", se escuchó la voz del americano, una voz apagada, una voz débil y lastimera, "... Se casará con...", un pequeño hipo le interrumpió, "... con esa loca...", ambos visitantes se quedaron viendo, pensando en cómo podía seguir sintiendo celos por esa niña caprichosa en el estado actual en él se encontraba, "es una…", otro hipo más, "... maldita...", sorprendidos Canadá e Inglaterra miraron ha América, era extraño, para no decir imposible, escuchar al americano maldecir y más maldecir ha alguien. "Solo consigue lo que quiere porque la…", un tercer hipo hizo acto de presencia, "... muy perra amenaza a medio mundo", las mandíbulas de los presentes se encontraban, metafóricamente, en el suelo al oír como Alfred trataba a Natalia de esa forma.

No pasaron algunos minutos más hasta que nuevamente el llanto del americano se hizo presente, esta vez las maldiciones y el mal lenguaje eran acompañantes, nunca había deseado tanto la muerte de alguien, pero esa niña mimada de la psicópata e incestuosa de Natalia se la había ganado, ¡¿Cómo es que ella se podía casar con su maldito ruso?! ¡¿Quien le dió el maldito permiso para hacerlo?!

Dolía tanto saber que su amado estaría con la psicópata y no con él, odiaba tanto haberse comportado así, odiaba a Bielorrusia por quitarle a su hombre, odiaba la idea de declararle la guerra en el amor a esa perra, dolía tanto imaginarse al ruso besar a la perra esa.

Alfred F. Johns deseaba tanto ser esa maldita en estos momentos, ser él que caminara en el altar con ese vestido de novia, ser él que estuviese en esa noche de bodas, ser él el que le diera el mejor placer a su ruso y no esa maldita incestuosa de mierda.

Ya ni sabía si lloraba por el corazón roto o por la impotencia. Pero estaba seguro de algo, que no dejaría que esa perra disfrutará de su vida matrimonial con el comunista.

Un matrimonio arreglado y Una semana al estilo americanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora