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—Dobles errores—

Perú siempre había sido un poco... diferente.

Lo reconozco.

Era esa clase de persona que genera amor y odio, que por eso causa irritación; la clase de persona a la que solo un pensante adiestrado sonríe, pero por pena.

Y es que así era: muy inocente, demasiado dulce.

Él habría tenido un comportamiento más racional si hubiera manifestado la rabia que contenía, por la pérdida de todo lo que tenía no siendo más que un niño, por las torturas y las exigencias, por el olvido de su identidad, porque parecía olvidar que existía para él y para los demás. Su pueblo, su familia y su tierra habían sido desgarradas y ahogadas en llamas y sangre frente a él, del mismo modo que las nuestras; pero él no mostró rabia, igual que nosotros, u odio hasta la médula: él recibía los golpes y bajaba la cabeza; y eso era desesperante, porque el escenario completo para nosotros, que lo veíamos como el ser de nuestros afectos, era verdaderamente irritante y uno prefería arrancarse los ojos a seguir mirándolo de ese modo.

Lo queríamos, un poco, y en ese entonces ese nos pareció el problema.

Perú era el segundo en la línea, era el segundo mayor, era representante del virreinato más poderoso, era el más cercano al Imperio, era el más cuidadoso; el más diligente y adiestrado tal vez, pero también era el más débil.

La sola mención de una revolución provocaba que se arrodillara frente nuestro, como si quisiera volver a los tiempos en los que debía de hacerlo para mirarnos directamente a los ojos, para abrazarnos, sobarnos los cabellos y tomar con sus manos nuestros rostros, repitiendo que no habláramos de eso nunca más, que era terriblemente peligroso, que terminaríamos muertos.

No me importaba, con toda la verdad del mundo, fallecer pronto, porque tenía ese sentimiento vacío de que la muerte era más íntegra.

Sí perdimos a alguien, sí perdimos a muchos; y aún recuerdo su llanto como un canto triste y agudo; pero no era motivo para detenernos, porque, aún me pregunto... ¿Cómo no lo entendía?

¿No era claro que la pérdida a largo plazo sería inconmensurablemente peor? ¿No habíamos escuchado a la gente llorar de rodillas por la muerte, en lugar de una existencia tal?

Pero él lloraba y asentía, tomaba una espada, una cuchilla, nos miraba de reojo con temor, como si fuéramos a desvanecernos en la vez quinientos, y avanzaba, con un convencimiento que necesitamos antes -¡y qué desesperante fue la rabia con la que tuve que mirarlo!-; el solo recuerdo de que él daba la negativa a cualquier ayuda anterior era desesperanzador, nos quitaba un poco de fuerzas, natural en los lazos aguerridos que formamos con el tiempo, y nos dificultaba el dar tan siquiera medio paso.

Así pensaba, al menos, cuando era más joven.

Y aunque conservo algunas de esas ideas, he entendido que para ese entonces todos y cada uno de nosotros éramos volubles a cualquier situación. Porque cuando uno se está ahogando solo piensa en salir del agua, mas no piensa en las bestias que esperan en la orilla.

Nos liberamos de una represión extremadamente abusiva e impía, ¿y luego? Luego no hubo quien nos liberara de los dientes de la codicia y las mentes corruptas.

Entonces entendí a qué se refería él, y también supe que él entendió a lo que yo me refería.

Al inicio avanzamos aún tomados de las manos, todos, pero la presión que nos ejercían a cada uno de nosotros terminó de las formas más terribles posibles.

Pero nunca me disparó, ni yo a él, aunque estuviéramos el uno frente del otro; y él me miraba y sonreía mientras lloraba, entonces yo no podía evitar llorar con él.

C A M B I O S [TodosxPerú]Where stories live. Discover now